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Con la República empieza todo

Catalunya, proclamando su República ha puesto, una vez más, el espejo delante de España

Sergi Tarrés i Sales
Sergi Tarrés i Sales
Licenciado en comunicación audiovisual. También estudió física. De izquierdas y republicano. Ha participado en campañas electorales en redes y comunicación. Asesor político. Ha sido profesional de las telecomunicaciones i astrónomo aficionado.
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análisis

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En este año se cumple el cuadragésimo tercero aniversario de la muerte del Generalísimo.

El régimen mutó en las formas pero intentó mantener el fondo intacto

Franco fue designado caudillo en el 36, su reinado duró hasta el 75, oficialmente. Treinta y nueve años en los que la libertad de prensa y los derechos humanos fueron ausentes en España. La justificación oficial siempre fue la de proteger a la gente del envite rojo, del mal encarnado en forma de conspiraciones y contubernios judeomasonicos que llevarían a España a la depravación, el caos y a convertir el estado en algo similar a una Sodoma y Gomorra en el sur de Europa. Se justificaba así y, a través de la legalidad franquista, la tortura, el encarcelamiento sin ninguna garantía procesal, los procesos judiciales en contra de la disidencia u oposición, la pena de muerte, etc.

Unas clases que no querían perder ni un ápice de sus privilegios –y no tienen que ver con el bienestar del pueblo trabajador sino todo contrario- se parapetaban detrás del “blanqueo democrático”.

La tiniebla informativa y educativa era abismal y el consenso popular fabricado en base al adoctrinamiento y el miedo fueron enormes, hasta tal punto que, como ilustraba la película “Buen viaje, excelencia” (Albert Boadella, 2003) las únicas que molestaban al régimen decadente eran las moscas. En el 75, necesitando de apoyos y reconocimiento al sucesor designado a dedo, el régimen mutó en las formas pero intentó mantener el fondo intacto a partir de unos pilares indiscutibles e inamovibles. La indisoluble unidad de la Nación, el jefe del estado y su inviolabilidad y opacidad intocables -en consecuencia, sus “negociados”- lo eran todo. Unas clases que no querían perder ni un ápice de sus privilegios –y no tienen que ver con el bienestar del pueblo trabajador sino todo contrario- se parapetaban detrás del “blanqueo democrático”.

          Al capitalismo le importa poco la bandera, es más de importarle la cartera.

Han pasado unos cuantos años más des de la muerte de franco que el tiempo que él estuvo al mando de la jefatura del estado. Pero a pesar de todo, en España, continua habiendo una bestial desinformación –incluso a pesar de la existencia de redes sociales abiertas en la red global-, presos políticos, censura a la libre opinión –recordemos las recientes sentencias judiciales referentes a los tweets sobre Carrero Blanco o el contenido de la “Ley Mordaza”-, un nacionalismo rampante, dogmático y generador de odio –recordemos aquello del “a por Ellos”– y todo des de la más estricta legalidad –su legalidad, claro-. Los pilares sobre los que se mantienen los privilegios de las clases extractivas deben mantenerse intactos: la unidad de la Nación y la jefatura del estado en manos de alguien que no se puede echar bien valen continuar con el miedo, la amenaza, la mentira y la manipulación. De caer estos pilares se haría añicos todo el andamio sobre el que se han sustentado los privilegios de unos pocos: no habría según que impunidades para los que cobraban sobresueldos en sobres ni quizá habría yernísimos sentenciados por corrupción viviendo en Suiza y sin ninguna orden de captura. El nacionalismo, a menudo, es solamente una excusa. Al capitalismo le importa poco la bandera, es más de importarle la cartera.

Catalunya, proclamando su República ha puesto, una vez más, el espejo delante de España

Catalunya, proclamando su República ha puesto, una vez más, el espejo delante de España. Ha rebelado que en democracia, los problemas, se solucionan con más democracia y no con represión. El 21D fue la prueba: la derrota que se llevó el régimen barnizado fue de tomo y lomo. Ahora le toca aceptarlo, digerirlo y sentarse a hablar y negociar de una vez por todas. La comunidad internacional –la misma que, por obra u omisión, forzó el barniz en el 75-, otra vez, nos está observando.

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