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La religión de la comodidad

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Otro año más pasó la Semana Santa y de nuevo las ciudades estrella han recogido sus frutos. Sobresalen, entre otras, Málaga y Sevilla con sus grandes pasos y magníficas procesiones, que suscitan el fervor de muchos. Incluso tienen éxito entre los extranjeros, que hacen subir la ocupación de los hoteles como la espuma. La primera parte de la semana no acompañó el tiempo, pero sí lo hizo en la segunda con sol y buena temperatura.

Como siempre, la lluvia no deja de incordiar para enfado de algunos. Después de dos años sin poder salir, ¿por qué tiene que llover ahora hasta tener que cancelar muchos festejos, se quejaba una mujer enfervorizada en Sevilla? Es claro que en los fenómenos naturales no manda nadie: ni rezos, ni religiones, ni dioses. No hay derecho, dicen otros, a que después de estarse preparando todo el año ocurra esto. Pues es así.

Hace ya tiempo que las procesiones no son universales aquí. Cuando el tiempo es medianamente bueno atraen tanto o más a las playas, unos días de descanso y la buena gastronomía. No hablemos ahora de los efectos sobre la pandemia en la que nos seguimos encontrando, sin que haya pasado todavía. Sería de mal gusto. No hay que alarmar a nadie. Entre nosotros los festejos no acaban nunca. Hace poco terminaron las festividades navideñas y de Año Nuevo. Pronto siguieron los carnavales. Con la primavera llega la Semana Santa y las ferias, que anuncian ya las vacaciones veraniegas. Entre agosto y septiembre suelen celebrarse las fiestas de los pueblos en honor a sus patrones, en las que no pueden faltar los toros. También existen los festivales musicales. No vivimos para trabajar, sino que trabajamos para poder vivir mejor y gastarnos lo poco que ahorramos. No paramos.

A todo esto acompaña la religión, que nos resulta muy cómoda. Como mucho cumplimos con los ritos acostumbrados, pero sin demasiados compromisos espirituales y humanos. Solo buscamos en ella consuelos para los males que se presentan. Es como el opio para el pueblo. Todavía. Después de asistir a un entierro y de mostrar nuestros sentimientos a los familiares, terminamos en el bar para echar las honras al muerto. O nos repartimos la herencia y vamos a almorzar como homenaje a quien nos ha dejado. Hasta podemos estar alguna llantina, suspirando porque ya no está con nosotros el difunto.

Exteriormente, no faltan penitentes, pero todo se hace de manera muy individualista. Hay sitios donde se adueñan de todo los cofrades, que incluso inundan las calles y no dejan pasar, como si los espacios públicos estuvieran intervenidos. Las autoridades los apoyan sin fisuras y el sentido cívico brilla por su ausencia. Todo es cómodo, pero el sentido social está ausente. ¿Cuáles son los compromisos cristianos que salen de todo esto? Muy pocos colectivamente. No se suele traducir en actuaciones más racionales, respetuosas  y científicas, teniendo siempre a la vista a los seres humanos necesitados. Son pocas las asociaciones capaces de denunciar las injusticias, pobreza y corrupciones. Socorren a los necesitados siempre de manera paternalista.

Se construyen instituciones para el proselitismo, que actúa después de una forma muy fanática. Los poderes públicos gobernantes ceden terrenos durante largos periodos de tiempo, pero, sin embargo, se libran así de atender a las necesidades sociales de su territorio. La prueba de que esto es así se percibe en pueblos o barrios que se niegan a aceptar el asentamiento en su territorio de instituciones religiosas, que teóricamente trabajan para el bienestar de los ciudadanos, como está sucediendo en estos momentos en Madrid con Los Heraldos del Evangelio en Sevilla la Nueva. Construirán iglesias, hospedería y monasterio.

El caso es que se trata de suelo público para atender a necesidades sociales, que parece que solo se reducen a templos, monasterios y similares. Además, con esto se atiende al pluralismo ideológico y social.

Otros hablan del negocio de la fe y se quejan de la privatización de los recorridos de Semana Santa, porque resulta casi imposible ver las procesiones por el centro de Málaga, ya que las estructuras metálicas de los palcos reducen muchos los espacios. Para verlas cómodamente hay que pagar una silla. De este modo hacen negocio y rompen el espíritu católico, ya que no tienen acceso todos desde la calle. Se está privatizando la semana Santa. Pagar entre trece y veinticinco euros por cada uno de los veinticuatro mil asientos puede alcanzar beneficios alrededor de medio millón de euros. Hay también abonos, que se han de renovar. ¿Quién se atrevería ahora a expulsar a los mercaderes del templo? Cuando lo religioso se convierte en espectáculo, no sorprende que se quiera sacar beneficios de ello. Compras, ventas, mercadeo e intercambios deshonran al Padre, allí donde debería ser más venerado. Mesas con monedas y animales en venta. “Mi casa será llamada casa de oración. Sin embargo, la habéis convertido en cueva de ladrones”. Por eso Jesús los expulsa a latigazos del templo.

Solo atendían intereses privados y hasta ilícitos. Los intereses económicos no son bendecidos aquí. Todo esto sigue ocurriendo en la actualidad y cada vez está más de moda y hasta bien visto. Cuántos tendrían que ser igualmente expulsados de la sociedad civil, si se viviera en cristiano. La usura nunca ha sido aceptada por la Iglesia, esta es una posición tradicional y antigua. Hay que purificar el templo, que está contaminado y corrompido. Esto podría ser un símbolo del corazón del cristiano, su alma.

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