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La pubertad de Jimena

Marina García Frutos
Marina García Frutos
Escritora y abogada
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análisis

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Se dice que es muy difícil acordarse de los sueños una vez despierto, pero no se puede decir lo mismo de las pesadillas. Jimena se levantó completamente empapada en sudor y recordaba todo lo que acababa de soñar a la perfección, como si fuese un recuerdo, como si lo hubiese vivido de verdad.

Estaba en medio de una selva rodeada de árboles enormes que cubrían y tapaban el cielo. A lo lejos, lo máximo que se alcanzaba a ver estaba borroso por la niebla, y el sonido de la propia vida de aquel lugar hacía que hasta la última parte de su cuerpo se estremeciera. Estaba de misión con sus amigos Óscar, Julia y Álvaro, en la búsqueda de un tesoro perdido, aunque más perdidos estaban ellos en ese momento. Mientras estaban mirando el mapa con la característica cruz roja que indicaba el punto final de la aventura, aparecieron unos indígenas que les ataron las piernas y las manos en cuestión de segundos, y en un abrir y cerrar de ojos, estaban todos colgados boca abajo de unos largos palos como simples trozos de carne. Intentaban gritar, pero sus bocas estaban cubiertas por una tela que apretaba tanto que les costaba hasta respirar.

No sabe cuánto tiempo pasó, pero ya estaban en el poblado donde aquellos indígenas vivían. Parecía que se estaba celebrando una gran fiesta en la que ellos iban a ser los protagonistas. La fogata que había en el centro del poblado desprendía un humo negro que se metía en los ojos de Jimena, y la mezcla entre el olor y el miedo provocaba que las lágrimas le empezaran a brotar de los ojos.

La música y los gritos, que no habían parado de sonar en ningún momento, se interrumpieron cuando un hombre salió de la más grande de las tiendas. Jimena le identificó como el “líder de la tribu”, pues era el único en toda la escena que estaba vestido de pies a cabeza, con un bastón con la punta de calavera y una enorme corona de plumas. A ritmo del opresivo silencio, se acercó en dirección a los cuatro. Aquel hombre, sin ningún ápice de luz en su mirada, se quedó un rato observando a los nuevos invitados del poblado, y tras unos minutos eternos como vidas enteras, apuntó a Jimena con su bastón.

Cuatro indígenas acudieron rápidamente a su encuentro y cortaron todas las cuerdas que mantenían a Jimena como prisionera, la desnudaron y la pusieron delante de su gran líder. Éste volvió a quedarse mirándola, pero esta vez sus ojos la miraban de otra manera. Jimena no podía parar de temblar. Aquella sucia mirada se iba acercando cada vez más. La acarició el pelo con una falsa delicadez, después masajeó el surco de sus labios con sus agrietados dedos, y cuando fue bajando la mano dirección a su pecho, Jimena rápidamente se cubrió. Ese gesto provocó que el líder le pegase un bofetón que la tiró al suelo. Estaba totalmente aturdida, pero aun con las fuerzas suficientes para encontrarse de nuevo con la mirada de aquel hombre, esa vez, llena de desprecio y rabia. El hombre escupió muy cerca de su cara tras gritar algo en una lengua incomprensible. Lo último que recuerda Jimena es a toda la tribu abalanzándose sobre ella y golpeándola en la tripa.

En ese momento, Jimena se despertó.

Había sido la pesadilla más real que había tenido nunca, y aunque el miedo le fue saliendo poco a poco del cuerpeo, el dolor de tripa perseveraba. Sentía unas punzadas de dolor como si le estuviesen clavando  cuchillos, o como si los puños de los indígenas siguiesen golpeando su vientre. Después de retorcerse en la cama, de apretar sus rodillas contra su pecho con todas sus fuerzas, no podía más y fue corriendo al baño.

Tanto su pantalón de pijama como su ropa interior estaba cubiertas de sangre, y totalmente atemorizada, empezó a gritar desconsoladamente. En menos de diez segundos su madre ya estaba en la puerta del baño.

-Mamá, ¡mira! -dijo entre lágrimas mientras señalaba todo manchado- ¿Qué me pasa? ¿qué me pasa mamá? ¿me estoy muriendo? ¿me voy a morir? Me duele mucho…

La madre de Jimena se tapó la boca y rápidamente empezó a calmarla.

-No cariño, no te va a pasar nada. Espera, que te preparo un baño de agua caliente y así te limpias.

Aunque su voz fuese una melodía que traía la mayor de las calmas, sus ojos estaban completamente cubiertos de lágrimas. No paró de abrazarla hasta que el agua cubrió prácticamente la bañera entera. Después echó unas sales que olían a rosas y un poco de jabón para que hiciese espuma.

-Ay, mi niña, mi Jimena. Ya eres una mujercita, ya te has hecho mayor… ¿En qué momento el tiempo ha pasado tan rápido? Voy a llamar a tu padre, espera aquí un momento. Vete metiéndote en la bañera.

Tras su madre cerrar la puerta, la niña se quedó desconcertada y todavía un poco asustada. No quería salir, pues su madre le había pedido específicamente que no se moviera de ahí, pero la curiosidad la podía, por lo que pegó la oreja a la pared del baño que daba justo con el salón para ver si lograba escuchar algo. El primero que habló fue su padre.

-Cariño, no te pongas así, era algo que iba a acabar pasando.

-Pero no tan pronto, sólo tiene doce años. A mí me vino con dieciséis.

-Bueno, no te preocupes, ella habrá desarrollado antes, puede pasar. Pero si Jimena te ve así todavía la vas a preocupar más.

-Es que no es justo. Sólo es una niña. Cómo la van a empezar a mirar, cómo la van a empezar a tratar… Tú no lo entiendes… No puede convertirse ya en una mujer, es demasiado pronto, es demasiado pequeña. ¡Hasta puede quedarse ya embarazada! Ay, Dios mío, mi hijita…

La madre de Jimena empezó a llorar desconsolada, mientras su padre intentaba calmarla.

Jimena no podía seguir escuchando llorar así a su madre, pero tampoco entendía por qué lloraba tanto. Estaba sangrando, sí, pero sería algo de la cena que le habría sentado mal y seguramente con reposo se le pasaría a lo largo del día, como un constipado o como cuando tenía fiebre. Optó por meterse en la bañera.

El agua caliente comenzó a calmarle el dolor y cuando ya empezó a relajarse, se fijó en la fecha que indicaba el reloj. Era 28 de agosto de 2008. 28082008. Qué juego de números, qué fecha tan curiosa, qué oportuno el azar. Parecía un número de invocación, de bendición o de maldición. Era tanta casualidad que la niña se estremeció. Esa fecha, los cantos de la tribu y la mirada de su líder, que ya nunca lograría olvidar.

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