La propaganda de FAES culpa al Gobierno de la muerte de 16.000 personas más en la epidemia

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Los spin doctors de FAES, el laboratorio de ideas de José María Aznar, trabajan ya full time, día y noche, para sacarle los trapos sucios al Gobierno en la gestión de la pandemia. La prodigiosa rotativa ideológica de FAES funciona a toda máquina estos días para darle aire y munición a la teoría de la conspiración bolchevique. Hablamos de un equipo de eficientes propagandistas, magos del guion, editorialistas y expertos narradores de la novela de ciencia ficción que ponen todo su talento e imaginación al servicio del aznarismo. La factoría de FAES es como aquel Departamento de Registro del Ministerio de la Verdad de 1984, la célebre novela de Orwell, donde un montón de burócratas se dedicaban a construir una realidad paralela, alternativa, zurciendo el montaje aquí y allá con el hilo del dato falso y la manipulación. “Así es como la mentira pasa a la Historia y se acaba convirtiendo en verdad. El que controla el pasado controla también el futuro; el que controla el presente controla el pasado”, rezaba el eslogan que leía a diario el protagonista de la distopía orwelliana, Winston Smith.

FAES construye su realidad alrededor de la gran mentira de que el presidente Sánchez esconde la cifra real de muertos de la pandemia, hasta 16.000 fallecidos “para los que el Gobierno no tiene explicación”. La fundación de Aznar insiste además en que “la contumacia en el error, la falta de transparencia y el descaro en hacer invisibles a miles de muertos se unen a la habitual culpabilización de las comunidades autónomas con la que el ‘mando único’ busca eludir sus responsabilidades”. En cierto modo, el libelo de FAES da en la clave cuando se refiere a las administraciones autonómicas, ya que toda la competencia en el tratamiento de los datos sobre número de contagiados y víctimas mortales está atribuida a los Gobiernos regionales. Pero una vez más los fabuladores de Aznar le dan la vuelta a la verdad, retorciéndola torticeramente, manipulándola a su antojo con un único fin: derribar al orco guapo comunista, al peligroso bolivariano de la Moncloa.

Resulta difícil entender que una patraña de tal calibre pueda empapar a la opinión pública. España es un país administrativamente descentralizado, avanzado y dotado de los medios tecnológicos suficientes para contabilizar con exactitud las bajas a causa de la terrible pandemia. Si las estadísticas no cuadran por error u omisión, tal como denuncia FAES, habrá que buscar al negligente en el origen, en el momento de la recopilación, de la gestión y la transmisión de los datos. Y esa tarea es competencia única y exclusiva de las Consejerías de Sanidad, organismos oficiales que tienen transferidas las atribuciones en la materia. El problema es que en la Comunidad de Madrid, por poner un ejemplo, hay una presidenta que no es experta en nada, mucho menos en matemáticas y estadística aplicada, y así pasa lo que pasa. Los controles sanitarios autonómicos han fallado completamente, y ahora vemos que en la meseta madrileña, un oscuro Macondo donde ocurren sucesos extraños, cosas como de realismo mágico, dos más dos no siempre son cuatro. Díaz Ayuso se ha convertido desde hace tiempo en una especie de Alicia en el país de las maravillas encastillada en el palacio de cristal de Kike Sarasola, un reino de tapices, cacerolas de plata, hadas rojas como Carmena y monstruos víricos donde desaparecen aviones con material quirúrgico como por arte de magia; donde los pobres ancianos de las residencias caen fulminados por el bicho de Wuhan y quedan allí, conviviendo y compartiendo mesa con los vivos, hasta que llega la UME para rescatarlos; y donde se aplica un álgebra y una aritmética especial, que no es la de Pitágoras, en el recuento de bajas por el coronavirus.

Los datos improvisados y cogidos con pinzas que ofrecen las comunidades autónomas se encuadernan deprisa y corriendo, se empaquetan y se envían rápidamente a Fernando Simón, que los pasa a la Moncloa como un libro infectado, como un documento pseudocientífico sin ninguna validez que se acaba convirtiendo en cicuta política para Sánchez. Y así es como el presidente llega con esa patata caliente bajo el brazo a las emboscadas del Parlamento, los miércoles por la mañana en la sesión de control, donde Casado y Abascal lo esperan con ganas para convertirlo en el gran genocida de la pandemia.

Entre los análisis de la FAES y los informes del 8M de la editorial Pérez de los Cobos (Comandancia de Tres Cantos, Madrid) a Sánchez le están construyendo un mundo cuántico distorsionado donde las leyes físicas de la naturaleza y de la política no sirven, una dimensión extraña del mundo al revés en la que todo es posible, hasta que él se acabe convirtiendo en el nuevo sangriento Stalin responsable del gulag español mientras los fieles seguidores de Franco y Hitler quedan como defensores de la libertad y la democracia. Ya hasta le reprochan que en su Aló Presidente se atreva a felicitar al país porque en los dos últimos días no haya muerto nadie a causa de la plaga. Está claro que Winston Smith ha vuelto con su neolengua confusa y embarullada. Que tiemble el presidente.

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