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La profecía de un visionario

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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Todavía la ciudadanía española no había empezado a mostrar su hartazgo y su desprecio hacia la casta política corrupta y cleptómana; todavía numerosos ciudadanos no habían acampado en los espacios públicos de toda España, dando lugar al Movimiento del 15M (2012), para reivindicar una democracia más participativa y una auténtica división de poderes; todavía el Movimiento del 15M no se había sustanciado en Podemos, el partido liderado por Pablo Iglesias, que fue presentado en sociedad en 2014. Todavía C’s estaba en mantillas e instalado sólo en la cuna catalana. Todavía VOX no había sido concebido.

Ahora bien, algunos años antes de todo esto (el 2 de julio de 2008), en una conferencia pronunciada en el Colegio de Abogados de Barcelona, el profesor, exministro y exmagistrado del TC, Manuel Jiménez de Parga, vaticinó, con su verbo profético, el cataclismo que se iba a producir en la vida política española (fin del bipartidismo, nacimiento de nuevos partidos más radicales), como consecuencia del desprestigio, de la incompetencia y de la prostitución de la casta política española. Por eso, hoy, casi 11 años después, voy a sintetizar el contenido de su lúcida conferencia, que versó sobre un tema de rabiosa actualidad, entonces y ahora, y de una trascendencia capital para la higiene, la salud y la regeneración de la vida política española: “El presidencialismo encubierto o la transformación de un régimen político”.

El profesor M. Jiménez de Parga empezó su disertación citando varios artículos de la Constitución Española vigente, según los cuales nuestro régimen político es un régimen parlamentario (cf. art. 1.3. “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”; art. 66.2. “Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución”; art. 101.1. “El Gobierno cesa tras la celebración de las elecciones generales, en los casos de pérdida de la confianza parlamentaria previstos en la Constitución o por dimisión o fallecimiento de su Presidente”). Según estos preceptos, el poder reside en las Cortes Generales, de las que se derivan el Gobierno y las demás instituciones.

Ahora bien, a pesar de los preceptos citados y de las previsiones constitucionales, en la práctica, nuestro régimen político es más bien presidencialista: el poder tiene su sede en el Presidente del Gobierno, que hace y deshace e impone al Parlamento sus decisiones, y no en la sede parlamentaria. Esta transformación de nuestro régimen político no es un fenómeno exclusivo y característico de España. Se trata, más bien, de una metamorfosis generalizada en muchos países. Para explicar esta transformación (pasar de un “régimen parlamentario” a uno presidencialista), el profesor Jiménez de Parga aportó dos argumentos contundentes y convincentes.

En primer lugar, citó el “tipo de partidos políticos” que existen en España. A lo largo de la historia ha habido diferentes tipos: partidos de notables, partidos de masas y partidos de electores. Sin embargo, en nuestro país, lo que existen hoy son “partidos de empleados”: partidos formados por afiliados que están a sueldo de la organización o que han conseguido o van a conseguir un puesto de trabajo, fruto de la conquista del poder local, autonómico o nacional. Esto hace que los militantes y los elegidos en las diferentes contiendas electorales estén domesticados y sean sumisos a los dictados del jefe del partido o del Gobierno. M. Jiménez de Parga contrapuso los políticos de hace 30 años (personas que se ganaban la vida en actividades profesionales privadas, fuera y alejadas de la política) a la mayor parte de los políticos actuales de España (personas que no tienen oficio reconocido y que nunca se han ganado la vida fuera de la política; es decir, personas cuya biografía profesional se reduce a la vida en el partido). Y fue esta clase o casta política actual la que favoreció y propició el paso del régimen parlamentario al régimen presidencialista.

El otro argumento que milita a favor del presidencialismo es el “sistema electoral” imperante en nuestro país. Según el profesor M. Jiménez de Parga, nuestro sistema electoral se caracteriza por tres rasgos fundamentales.

Por un lado, el Real Decreto-Ley de 1977, que reguló las primeras elecciones, pero que tenía carácter transitorio y que pretendía reducir la “sopa de letras” de los excesivos partidos políticos, favoreció a los “partidos mayoritarios”. Cuando se votó la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, de 19 de junio de 1985, lo que en un principio se dijo “que sería provisional” (para salir del paso) se consolidó y, por eso, hoy tenemos dos grandes partidos nacionales, que se reparten el uso-disfrute del poder. Este statu quo, que no favorece la representación de las minorías, no ha sido puesto en tela de juicio por ningún de los dos partidos mayoritarios (PSOE y PP), a pesar de la desafección de una parte cada vez más importante del electorado ante el bipartidismo imperante.

Otro rasgo definitorio de nuestro sistema electoral son las “listas cerradas y bloqueadas”, elaboradas por la cúpula de los partidos para que los candidatos fieles y sumisos al “jefe”, pero no los más preparados, puedan ganarse la vida. De ahí el nivel de preparación y de formación deficiente de la mayor parte de los componentes de los distintos Parlamentos (tanto del nacional como de los autonómicos). Ante este estado de cosas, el Profesor Jiménez de Parga se preguntó si las “listas abiertas” podrían ser la solución. Para él, esta alternativa no siempre ha dado los resultados deseados y esperados. Por eso, él preconizaba la solución híbrida, adoptada por el sistema electoral alemán, que funciona positivamente: los votantes utilizan dos papeletas (una con una lista cerrada y la otra abierta).

Finalmente, el último rasgo distintivo de nuestro sistema electoral se refiere a los “gastos excesivos” de las numerosas campañas electorales en España. A los partidos les faltan medios económicos y estos gastos hay que pagarlos y alguien tiene que hacerlo. Y los que los han sufragado (los poderes económicos: bancos y empresas varias) pasan después religiosamente la factura, lo que distorsiona y perjudica el funcionamiento democrático, tanto de los partidos como de los Parlamentos y de los Gobiernos. El profesor Jiménez de Parga ilustró esta dependencia de los poderes económicos con una anécdota de su etapa de ministro de uno de los Gobiernos de UCD: se tomaron ciertas medidas a favor de las compañías eléctricas para resarcirlas por las ayudas recibidas para financiar la campaña electoral de UCD.

A pesar de los efectos indeseados del funcionamiento y del papel de los partidos políticos, el profesor Jiménez de Parga no se manifestó contrario a los partidos políticos sino a estos partidos políticos, que gobiernan en beneficio propio y en beneficio de la casta política: “hoy, por mí; mañana por ti”, como reza el refrán castellano. Ahora bien, para el visionario Jiménez de Parga, un mundo nuevo estaba surgiendo gracias al desarrollo tecnológico: teléfonos móviles, Internet, periódicos digitales, medios de transporte cada vez más rápidos, más cómodos y más baratos. Y, según él, los problemas políticos, consecuencia de un “presidencialismo encubierto” y de un “bipartidismo autista”, podrían tener solución, si se hace un buen uso de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC).

Este mundo de las nuevas formas de información “on line” ya está aquí. Podemos, C’s y Vox, despacio pero sin pausa, y en muy poco tiempo, han sabido utilizarlas y han conseguido crear la “masa crítica” (cf. la “teoría del mono número cien”), que ha empezado a poner patas arriba el panorama político español. De nada servirán las campañas de desprestigio de sus líderes por parte de ciertos medios de comunicación “apesebrados” y de los “todólogos” de servicio. La ciudadanía está harta, no aguanta más. Y lo que ha hecho desbordar el vaso de la paciencia no es una última gota de agua sino una lágrima más. “Alea iacta est” para la casta política de los partidos tradicionales, concluyó el visionario Jiménez de Parga. Y parece que va teniendo razón.

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