jueves, 28marzo, 2024
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La Procesión

O estás o no eres

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Entre escandalizado y conmovido observo la dinámica de procesiones marianas veraniegas, ahora que sobrevolamos la Dormición de María. Mientras escribo, temprano, silencio de campo y sueño familiar, oigo El canto de Auroros, una antología de músicas religiosas entre populares y cultas vinculadas a la madrugada y a unas hermandades masculinas que por todo el Mediterráneo y en diferentes cultos coincidían en el ceremonial y la trama armónica…

El mundo de lo espiritual es complejo. O no tanto. La religiosidad es consustancial al funcionamiento de nuestro cerebro, es fruto de su evolución y ni siquiera lo básico es exclusivamente humano: se observa en otros animales. La historia de las religiones tiene dos vertientes, por un lado comprobar la unidad de la creencia y los paradigmas (no muy diferentes entre sí en cualquier parte del planeta), y por otro la vertiente en puridad humana: comprobar cómo la estulticia, el dominio, la locura y las ignorancias también son consustanciales a toda esa religiosidad (sin menoscabo de la maravilla de cómo devanean sus intelectuales, a veces).

Una sociedad es un hecho en movimiento muy complejo, hace mucho que desistí de tener respuestas y soluciones a sus problemas, pero precisamente por ello creo que la obligación de un intelectual es aportar su mirada para contribuir a esta complejidad, porque al mundo lo hace igual el sordo que el oído fino. Una sociedad rica como la nuestra, culta como la nuestra (puesto que dispone de un sistema educativo que universalmente otorga una base formativa para una ciudadanía que ejerce sus derechos), una sociedad como la nuestra no puede conformarse con entregarse en los brazos de las creencias sin un filtro crítico…

Aclaro que no soy partidario de prohibiciones sino de ideas, a mí me da igual lo que crea cada uno mientras haya un contexto de libertad de pensamiento y todo pueda ser discutible, soy defensor de la Razón ilustrada y su Tribunal de lo Público, los frutos caen solos con su madurez. Sí soy contrario a todo aquello que coarta las vías del pensamiento, sí soy denunciante de todo oscurantismo e intento de imponer a los demás creencias sin justificación que invadan la libertad de los otros. Esto es Ciencia.

En estos días oigo a periodistas narrando los preparativos de las procesiones y me sorprende que hablen de las imágenes como si fueran seres vivos capaces de ser sujetos de verbos como caminar, venir, llegar, mirar, oír, etc. (he de recordar que ni la propia Iglesia considera divinas más allá de lo simbólico a estas figuraciones materiales, rayando el pecado de la idolatría). Todo esto adobado con expresiones tópicas (tópico: sinónimo de pobreza intelectual) como fervor, engalanado, excelsa, pontificia, solemne, devota, estampa, ataviada, fe… toda una retahíla de términos que se repiten sistemáticamente cada vez que se noticia un acontecimiento similar. No sé si esto es penetrar en los arcanos del hecho o constatar la estupidez del narrador.

Tener fe es digno. Tener fe en las instituciones humanas (como la Iglesia) es fanatismo peligroso. Yo entiendo, etimológicamente, el papel religante de los cultos, y puedo empatizar con la emoción popular ante el ritual y la tradición y lo que suponen de solidificación del edificio social, pero cuando se pierde un cierto punto escéptico, o cuando, peor, una élite intelectual (casi siempre de nivel económico superior) tolera, fomenta o exalta la religiosidad popular como idiosincrática, como definitoria, como expresión legitimante o como exclusiva de un supuesto pueblo permanente… hemos iniciado el camino del fanatismo peor, el del esencialismo en el que estás o no eres, fíjense: o no eres.

Darle a la religiosidad popular esta trascendencia es un movimiento cuyas consecuencias son incalculables, impredecibles, la aparente inocencia, la pureza del sentimiento puede dar pie a la negación de toda alternativa racionalizante y eso nunca ha sido bueno para la convivencia; la crítica, la diversidad, la libertad para que cada cual haga de su capa un sayo: sí, porque no niega el derecho a la creencia pero no la institucionaliza como explicación de nada más que un sentimiento legítimo pero no extensible a los demás.

Cuando veo lo que está ocurriendo en Almonte, con esa fiesta de la Venida de la Virgen del Rocío cada siete años, me debato entre la alegría y el miedo; la alegría por ver que el mundo sigue, que la gente se divierte e invierte su tiempo en lo que le da la gana; miedo porque si legítimamente el Ayuntamiento hubiera decidido abstenerse y emplear los fondos en políticas sociales (es mi opción), o si yo como pensador dijera que me parece una enorme expresión de ignorancia toda esa parafernalia pseudocristiana (curiosamente apoyada por la Iglesia), ¿podría moverme sin temor por cualquier ámbito en ese pueblo (o cualquier otro)?

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