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La política de la nada

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análisis

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Hace unas horas la Cumbre de Glasgow bajo su telón, su cortina, esa de un espectáculo de trampantojos, títeres y cartas de buena voluntad sin efecto alguno que siguen condenando a la humanidad al cumplimiento de los peores presagios. Se cierra una nueva cumbre, el número veinte seis, y lo hace lejos, del pragmatismo, la cooperación real y el compromiso que requiere hoy nuestro planeta.

Y de nuevo, ante esta dosis de certezas, de la apuesta de quienes lideran el mundo desde el ámbito público y de quienes les influencian desde el privado, por el regate corto, irreal, insolidario e irresponsable uno no puede más que rebelarse desde la indignación, esa de quien ve que poco importa el futuro para quienes saben que no estarán en él. Sólo vale así el presente, las cifras, el bienestar líquido del hoy aún a sabiendas del tormentoso futuro del mañana. 

De poco vale o nada, los abultados estudios científicos, las huellas de la realidad de un cambio climático que genera en el mundo hoy muerte, pobreza, enfermedades, desigualdad y conflictos que irán a más con un aumento de la temperatura inexorable y que cumplieran todos los peores presagios anunciados.  Pero que más da, la comodidad en la que todos estamos instalados en nuestra sociedad presente no invita al cambio, el modelo de consumo a todos sus niveles, la necesaria reducción del ritmo de ingresos económicos para los poderes empresariales, bancarios o corporativos que hoy se lucran en la barra libre global y la complejidad del choque necesario de frenar a las potencias del mundo ( China, Rusia o EEUU ) en un basta ya, hace difícil esa toma de decisiones amargas para quienes realmente lideran políticamente el mundo.

Pero ¿alguna vez fue fácil tomar las decisiones correctas? ¿ en algún momento hacer lo correcto no ha supuesto sacrificios necesarios como humanidad para enfrentar los cambios que había que llevar a cabo? , preguntas que hoy me asaltan ante una afirmación que barrunto desde hace años cuando decidí cambiar mi forma de actuar en el mundo y aposte por contribuir desde el ámbito social a transformar la realidad cercana de mis cinco metros cuadrados , esos que realizados por muchas personas en muchos lugares cambian el mundo, como diría el añorado Eduardo Galeano.

Y es que, tengo que reconocer que la amargura es una sensación que me acompaña desde hace tiempo, con la que vivo como demócrata y amante de la política. Una persona, que siempre creyó que esta es la mayor herramienta que tenemos como ciudadanía para transformar las realidades sociales, políticas o económicas. Un instrumento, que aporta la igualdad necesaria para el acceso al mismo de quienes con la pasión y el deseo de servicio público llegan a este ámbito de compromiso, para aportar lo mejor de sí mismos como personas.

Y seguramente, así sea en muchos casos en el inicio, pero no puedo más que pensar que tal vez en muchos otros, el peso del día a día en la gestión de lo inmediato hace que perdamos la perspectiva de lo necesario, que la actividad común en los partidos políticos y sus intereses propios y no generales, a veces cainitas ,hacen que la propia existencia y el mantenimiento en las estructuras de poder alejen a quienes lideres las mismas de la visión necesaria para la que fueron construidas , de la necesidad de la propia herramienta en la que no importa la responsabilidad que tenemos en eso momento, sino lo que hacemos con ella,  lo que  aportamos en el momento  histórico en el que vivimos, entendiendo que nuestro paso por esas responsabilidades en muchas ocasiones por el peso de nuestras decisiones debe ser fugaz pero necesario en las posturas a defender en favor del interés general y no del particular, entendiendo este como el de la propia organización o el del propio mantenimiento en el poder de quien lo ostenta en ese momento.  

Seguramente, eso sea sólo un deseo de alguien que aún conociendo las idas y venidas del tablero político aspira a la toma de las decisiones adecuadas, por quienes ahora nos hacen huérfanos de ese liderazgo a todos los niveles. Poco me importa a mí, la política en minúsculas, la del chascarrillo por lograr el titular en un medio, la de la bufonada estenografiada o la de la mercadotécnica política de la apariencia. A mí, lo que me importa es la política en mayúsculas, esa que hoy se enfrente al reto y también oportunidades del cambio de modelo productivo y sostenible, a la lucha contra el cambio climático y el calentamiento global, al encaje de la cuarta revolución tecnológica e industrial a todos sus niveles laborales, productivos y empresariales, a la construcción del nuevo encaje de derechos y obligaciones de una ciudadanía que nos enfrentamos al cambio de paradigmas antes no existentes, a una tierra en donde el consumo humano supero la capacidad productiva de la misma, a un planeta donde la megalopolización de las ciudades será una realidad de compleja atención en el 2050, a un  mundo que geopolíticamente se mueve hacía el indopacífico como áreas de interés y que requiere de nuevas alianzas para hacer de la cooperación, el codesarrollo y las relaciones exteriores puentes de progreso. 

En definitiva, a un tiempo que requiere de la acción política en mayúsculas y el compromiso social de la ciudadanía al mismo nivel, tanto en su actuación diaria, como en su movilización, como en su compromiso en la transformación de su entorno inmediato.  El tiempo dirá si seremos capaces de lograrlo o bien ceder el testigo como especie a quienes nos precedan ante nuestra incapacidad manifiesta de entender el momento que hoy vivimos como humanidad.

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