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La Pirroquia

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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El local está vacío. En una de las máquinas hay un cartel que dice que no funciona. La otra secadora está parada, pero tiene ropa dentro. Nadie en la calle esperando y nadie en el local. Isclo mira el reloj impaciente, deja la bolsa con la ropa sobre la mesa y se sienta a esperar. Cinco minutos más tarde llega Maykel que también se dispone a secar su colada.

Mira las secadoras y se sienta en el banco. Isclo vuelve a mirar el reloj. Hace ya doce minutos desde que llegó al local y el dueño de la ropa en la secadora sigue sin aparecer. Maykel le pregunta educadamente porqué no saca la ropa si ya ha acabado. Isclo le dice que la ropa no es suya. Que ya estaba ahí cuando él ha llegado. Vuelve a mirar el reloj. Veinte minutos. Decide llamar al móvil de emergencia de la lavandería. El dueño, un tipo siempre amable, con el que ya ha charlado en alguna otra ocasión porque la máquina ahora averiada nunca ha funcionado bien, tras escuchar el problema, le dice que saque la ropa de la máquina bajo su responsabilidad y que la deje en una de las cestas que hay para trasladar la colada.

Que va a mirar en las grabaciones por si puede averiguar que ha pasado y que en unos minutos estará ahí. Isclo saca la ropa de la secadora y mete la suya. Trascurridos cincuenta minutos desde que Isclo llegó a la lavandería, aparecen dos tipos con la pinta del que vuelve de farra a las seis de la mañana. Ojos saltones y brillantes, palabras que se resisten a ser pronunciadas y se arrastran al salir, equilibrio inestable y modales de un guardia civil del cuartel de Itxaurrondo. En ese momento llega también el dueño de la lavandería que se dirige directamente a Isclo para darle las gracias por haber llamado. Los energúmenos al ver su ropa en la cesta ponen el grito en el cielo y amenazan con llamar a la guardia civil alegando que les han robado.

Según ellos les faltan dos forros polares de marca Patagonia y mil euros. Isclo les dice que la ropa la ha sacado el dueño de la lavandería, quién asiente. Pero está muy mosqueado, no se lo piensa dos veces, y llama a emergencias para que se presenten allí los municipales. Nadie mete mil euros en una secadora. Nadie se va de la lavandería dejando dos forros tan caros.

El dueño de la lavandería les dice a los impresentables que no entiende por qué cuando faltaban cinco minutos para acabar un ciclo de secado que dura 35 minutos, se han ausentado de la lavandería dejando la ropa dentro y tardando en volver dos horas. Ellos no hacen caso de las palabras del propietario y siguen vociferando y en modo macarra amenazando con llamar a la guardia civil si no aparecen los dos forros y los mil euros. Isclo les dice que no hace falta que llamen a nadie porque ya ha llamado él a los municipales. Por la esquina aparecen cuatro civiles de aduanas. Isclo se teme lo peor, que sean amigos de los dos cantamañanas y que acaben teniendo un problema serio. F

alsa alarma. Los picoletos se sientan en la terraza del bar que está a unos metros de la lavandería. Uno de los miserables mentirosos se dirige a Isclo y le dice que no se preocupe de nada que la cosa no va con él. Que saben perfectamente que el ladrón es el otro. El “otro” es Maykel, un joven hispano que desde que ha llegado sólo ha abierto la boca el hombre para preguntarle a Isclo por la colada que había dentro de la secadora. Isclo, se dirige disimuladamente a Maykel y le dice que esté alerta porque los borregos van contra él y tiene toda la pinta de que lo hacen por su aspecto.

Llegan los municipales. Los racistas, se ponen en modo calma y en voz baja les dicen que han salido un momento del local para ir al baño y que cuando han vuelto su ropa estaba toda revuelta y que les faltan dos prendas que valen cada una de ellas 230 euros y mil euros en billetes de doscientos. Los policías le preguntan al dueño si sabe que ha pasado. Este explica que según las cámaras llegaron a secar ropa a las 13:30. A las 13:55 cuando apenas faltaban cinco minutos para acabar el proceso de secado, abandonan el local. Vuelven a las 16:55 de la tarde. Isclo ha sacado la ropa y la ha dejado en la bandeja, siguiendo sus instrucciones y no hay ninguna prueba de que haya sustraído nada. El otro joven ni se ha acercado a su colada.

Ahora toman declaración a Isclo que les cuenta que han llegado montando escándalo, dando voces y con pinta de bebidos. Que le han dicho que sabían que él no era el ladrón y que culpaban al chico hispano que ha llegado después que él y que ni se ha acercado a las vestimentas. Les pregunta que clase de personas son las que dicen que les han robado mil euros de una secadora industrial.

Los municipales les dicen a los dos racistas que recojan su ropa y que se vayan. Que dejen ya el cuento de los mil euros y de montar escándalo. Pero los tipos no están muy conformes e insisten en amenazar con que van a llamar a la guardia civil.

Isclo, tras el beneplácito de los municipales para irse, recoge sus ropas y se marcha, dejando a los dos energúmenos discutiendo con los policías y al pobre Maykel secando sus pertenencias y esperando a que acabe el ciclo.

Sólo espera que cuando la ropa esté seca, pueda irse sin problemas.

*****

La Pirroquia

Confieso que cada vez son más las mañanas que me levanto harto y hastiado. Conforme pasan los días de este confinamiento desastroso para la psiquis, pero imprescindible para poder seguir teniendo futuro, me planteo si no sería mejor hacer lo que hacen la mayor parte de mis conocidos, sentarme frente al televisor, poner Antena 3 en bucle y creer que en la vida sólo importo yo. Me pregunto si la felicidad consiste en estar absolutamente ausente de la problemática social, dedicarse a disfrutar de los goles y de la extraordinaria y atípica temporada del Atlético de Madrid, y que los mayores problemas a los que preste atención sean los penaltis injustos que le pitan a favor al Madrid, las barrabasadas de Koeman en el Barça o reírme de los Whatssapp en los que se comenta que todos los políticos son iguales.

Me pregunto si no sería mejor meterme en vena, como si fuera un drogadicto, esos absurdos programas para idiotas de A3 media en los que la presentadora dicharachera que charla habitualmente con prestigiosos “filósofos” y “pensadores” (un torero o un inventor de fake-news al en las redes llaman el Condenas) pretende hablar con uno de los youtuber fugados a Andorra y resulta que el pobre chaval es un tipo que sigue viviendo en Asturias y pagando impuestos en España. 

O actuar como un botarate como en ese concurso de la tarde en los que se repiten esas frases tan extremadamente simples que sólo un memo o un loro pueden repetir constantemente: “hola, me llamo Maria,…” y todos los juláis cantan al unísono “¡cuándo serás mía!”… Me pregunto si el ser humano es así de estúpido por naturaleza o si por el contrario, estamos tan indecentemente manipulados y durante tanto tiempo que ha cambiado algo dentro de nuestro genoma para que en lugar de seres inteligentes, comprometidos y ávidos por saber, nos hayamos convertido en burritos inertes que se dirigen sin pensar, en una falsa felicidad, hacia un precipicio atraídos por un ser maligno que nos guía con un palo del que cuelga una zanahoria.

Me pregunto qué lleva a un ser humano a creerse distinto y mejor que otro por ser blanco y nativo frente al de piel oscura, color aceituna u ojos rasgados o frente al que vino en patera, carretera o avión. Y creo que en realidad el trato que reciben los migrantes es el mismo que recibíamos los de los pueblos allá por los sesenta, cuando llegábamos a Madrid. Un trato distante y maleducado, pura aporofobia, que únicamente soportaban para explotarnos laboralmente como cocineras, chachas o jardineros.

Me pregunto por qué la gente sin cultura le da tanta importancia a los títulos, cuando una buena parte de esos titulados que ejercen de periodistas no sabrían colocar Polonia en un mapa, nombrar tres novelas de Cervantes, ordenar correctamente los periodos de la historia y tienen tantas horas de lectura en su haber que son capaces de escribir “Vayadolid” en un mapa sobre el colapso de hospitales que presentan a todos los televidentes.

Hay un adjetivo, “humanidad” que en su quinta acepción la RAE dice que significa «sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas» y que últimamente parece que hemos olvidado. Hasta los animales le prestan ayuda a sus congéneres en situaciones de precariedad. Sin embargo, debe de entrar en esa normalidad el carecer de ese sentimiento tan humano entre nuestros semejantes cuando se han tenido que dictar leyes para sancionar a quiénes huyen de un accidente negándose a prestar ayuda a los heridos o cuando vemos que en las plazas de aparcamiento de minusválidos aparcan más los “listos” que los destinatarios de esas reservas.

Ya saben de mi quizá excesivo pesimismo sobre la humanidad. Dice Pedro Vallín en este artículo visual, tan optimista que casi ha sido capaz de convencerme, que la prueba de que la humanidad avanza a mejor, es que hace poco más de doscientos años las ejecuciones no se celebraban a puerta cerrada, sino en la plaza pública donde servía de divertimento para niños, mujeres y hombres. Eso a pesar de ser verdad, sólo sería un avance si nunca en la historia de la humanidad hubiera habido tiempos mejores.

Y además, la realidad es que en los últimos años la fractura social aumenta exponencialmente, creciendo el número de pobres, dejando que sus condiciones inhumanas no sólo no se exterminaran en el tercer mundo, sino que han conquistado el primero con la globalización. El imperio sigue atacando aquello que considera perjudicial para sus intereses y hasta han numerado los sistemas políticos de los países en torno a unos principios nada reales que convierten a un país como España en el número 22 de las democracias plenas. Sin embargo, cuando estéis leyendo esto, si el gobierno no lo soluciona, un cantante que te puede gustar nada, poco o mucho como Pablo Hasel, estará ya en la cárcel por delitos de opinión. Hay eurodiputados en el exilio porque tribuales, con sus miembros totalmente escorados hacia posturas nada democráticas, emprendieron un proceso delirante totalmente indecente, tanto que esos “delincuentes” en Alemania, Bélgica o Francia pueden moverse libremente sin cargos.

Un país, España, con ONCE condenas por no investigar torturas. La lista es un despropósito completo. El demonio de los sistemas políticos se lo lleva Corea del Norte. Un estado en el que se hacen cosas poco distintas de las que se hacen en Arabia Saudí que sin embargo tiene bastante mejor puntuación. Y eso a pesar del genocidio que está cometiendo en el Yemen. Como vemos, la humanidad ya no ejecuta en las plazas públicas, los reyes ya no tienen el poder de acostarse con las bellas damas aunque ellas no quieran, y sin embargo siguen siendo impunes como estamos viviendo aquí. Los políticos indecentes, como antes reyes y señores, siguen pasándose la ley por el forro y siguen haciendo de su capa un sayo como en el caso de las vacunas, la corrupción del PP o las cloacas del estado.

Frente a las posturas idealistas de optimistas como Pedro, está la historia. Contaba el otro día Nieves Concostrina, en “Juliano y el Edicto de la libertad”, como en el siglo IV, en el Imperio romano los cristianos comenzaron pidiendo tolerancia para su culto y en unos pocos lustros acabaron exigiendo que su religión fuera la única y que se reconociera como superior a los demás cultos. La intolerancia cristiana llegó hasta el punto que un hombre justo como Juliano (al que la iglesia acabó apodando el apóstata) tuvo que dictar un edicto, el de libertad, para que todas las religiones fueran tratadas por igual sin que los cristianos pudieran usar la violencia contra todos los que no fueran parte de su secta. Juliano, les tuvo que quitar la concesión de tener escuelas para que dejaran de manipular a los impúberes y dictaminó que los profesores los eligiera el estado (parece que estemos hablando de la España del siglo XXI y no de la Roma del año 350). A partir de ahí, como dice Nieves, la humanidad la pifió y entramos en periodo oscuro en el que, desde la homosexualidad hasta la pobreza pasando por cualquier atisbo de libertad, se han considerado peligrosas y contrarias al interés general.

Si a la muerte de Juliano la religión cristiana se impuso como la única y verdadera del Imperio romano, si se destruyeron palacios y estatuas dedicadas a Atenea o a otros dioses griegos, si durante la edad media se llamó a occidente a la guerra santa, si durante siglos se quemó en la hoguera a mujeres de las que se decía que eran brujas para tener una excusa, si aun hoy siguen teniendo en sus manos el poder de tergiversar la educación de nuestros infantes, siguen presionando al poder y siendo totalmente impunes (como hemos visto en numerosos casos de pederastia) la humanidad históricamente no ha ido a mejor, sino a peor. Y de seguir así llegaremos al futuro distópico que niega Pedro Vallín, tipo Mad Max pero no porque los gobiernos lo estén haciendo mal, que también (la bajada de pantalones de la UE ante la farmacéutica lo corrobora) sino porque la normalidad que añoramos y a la que seguimos tendiendo, es a aquella en la que el agua es un bien escaso, la tierra un desierto en su mayor parte, las lluvias torrenciales y las sequías pertinaces. El consumismo, el egoísmo del que hacemos gala y la falta de humanidad, nos está llevando al propio desastre.

Hace unos años, alguien que acusa a otro de robo por el color de su piel habría sido, como mínimo expedientado por la policía. Hoy vemos la complicidad todos los días.

Por eso, cuando me levanto bajo de moral, pienso en que por ser pasivos, despreocupados y pacientes los malos acabaron imponiendo su locura inhumana al resto de la humanidad. Por ser pasivos, inactivos y estar permanentemente en modo Antena 3, nos dejaron sin industria, en el paro, sin derechos laborales, con salarios de limosna y condiciones laborales que no te permiten pensar en el futuro. Gracias a los “broncas”, los inconformistas, los luchadores, conseguimos hace un siglo la jornada laboral de 8 horas, más tarde las vacaciones pagadas y los descansos semanales. Logros que hoy están en peligro de extinción precisamente por estar permanentemente en una egoísta falsa felicidad.

Yo no soy de la pirroquia y los pasivos, lo son.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas (sobre todo laicas).

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