La pieza que falta

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Queremos a los poetas porque son capaces de poner palabras y títulos y letra y música a los sentimientos colectivos. Lo que no se nombra no existe. Lo que no se ha dibujado no puede ser pensado. Tanto una canción como una novela como cualquiera de los espacios que habitamos son producto de decisiones. Lo es la plaza Real, y el Corral de Comedias de Almagro y la Gran Vía de Madrid y el Ensanche de Barcelona. Lo son también las obras de arte urbanas y los mercados.

Uno de los artistas que ha marcado con más fuerza la arquitectura reciente, cualquier arquitectura (catalana, española, global) es Enric Miralles. No pocos críticos lo califican como el arquitecto catalán más importante después de Gaudí hasta el extremo que, de no ser porque buena parte de sus amigos siguen vivos todavía, se lo podría calificar fácilmente de leyenda. Pensémoslo: su carrera como arquitecto independiente, al lado de Carme Pinós primero y de Benedetta Tagliabue después, es meteórica, apenas quince años, y como un meteorito morirá súbitamente a los cuarenta y cinco años, ya convertido en uno de los cuatro o cinco arquitectos más influyentes del mundo. Si la definición de genio es alguien que cambia la historia, o la manera de entenderla, Enric Miralles es un genio. En presente. La obra de Enric Miralles es una especie de coctelera que toma diversos elementos de la historia de la arquitectura, los sacude, los mezcla y los condensa en una obra tan personal que es capaz de elevarse por encima de todas estas influencias sin borrarlas de la misma manera que una paella es mucho más que arroz y los ingredientes que la forman. Enric Miralles trascenderá de tres maneras diferentes: por su método, por la enorme ambición positiva que transmite su obra y por su carga poética. Él quería, de una manera consciente, marcar, influor. Y lo consiguió.

Su obra más popular en Barcelona es el mercado de Santa Caterina. Miralles fue capaz de resumirla con una sola frase: desmontaremos el mercado viejo y después ya veremos cómo lo volvemos a montar, frase que adoro por esta elegancia indolente que pasa por encima de los esfuerzos de proyecto e incluso de lo que llegó a conseguir con ella, como si esto no importase. Pero importa. Y mucho.

El mercado antiguo, obra del arquitecto Rovira i Trias(1) se emplazaba sobre las ruinas del convento de Santa Caterina. En el momento de la reforma estaba desfasado, mal mantenido, abierto a uno de los espacios urbanos más desangelados de Barcelona, la avenida Francesc Cambó, en aquel momento una especie de salón urbano amorfo producto del fracaso de la apertura de la Vía Transversal, una de las tres que Cerdà previó para sanear la Ciudad Vieja(2). Como cualquier espacio urbano fallido acabó vacío de gente y lleno de coches, con las necesidades que lo habían originado olvidadas, necesidades todavía vigentes, y, si cabe, con más condicionantes sociales todavía que en la época Cerdà: las grandes expropiaciones, el desperdicio del patrimonio están ahora fura de lugar. Enric Miralles, con Xavier Sust, consiguió desbloquear la situación con un brillante plan urbanístico (truncado por la muerte del primero(3)) que con relativamente pocos derribos dio continuidad al tejido urbano consiguiendo por el camino construir algunas de las viejas reivindicaciones de los higienistas de los años 30 que querían evitar la creación de patios de manzana insalubres en un tejido tan saturado como el del Barrio Gótico.

En este contexto el mercado tenía que ser algo más que un mercado, convirtiéndose en el eslabón que ligase el tejido decimonónico de la Vía Laietana con la nueva intervención, sumando este uso urbanístico de la pieza a todo lo que consigue dentro de su perímetro (modernizar el mercado, compatibilizarlo con un supermercado y un aparcamiento, convertirlo en paisaje urbano, museizar las ruinas más importantes, ubicar apartamentos para gente mayor y una estación de reciclaje, etcétera), y todo gracias a un único gesto: la cubierta se monta no cubriendo el mercado viejo como estaba anteriormente, sino avanzándola para cubrir el mercado y un trozo de avenida Francesc Cambó, que reduce su sección sin que esto comporte un uso especulativo del espacio, cosiéndola con las calles más estrechas de la Ciudad Vieja. La cubierta se convierte en el elemento más carismático del mercado gracias al hecho que su osada geometría obliga a la sustitución de las tejas por baldosas, que Benedetta Tagliabue y el ceramista Toni Cumella esmaltarán en decenas de colores diferentes en un triple homenaje a las verduras del interior(4), al Modernismo catalán y al trencadís gaudiniano. Se tenía que construir en dos fases de las que se ejecutó una, la que cubre el mercado propiamente dicho. La segunda, consistente en una pérgola en forma de hojas que llegaba prácticamente a la Vía Laietana, no se ejecutó jamás a pesar de estar totalmente definida, presupuestada, calculada y a punto de ser licitada.

Estos días se ha celebrado la exposición Better city, better life en la Fundación Enric Miralles sobre el mercado de Santa Caterina y el Pabellón de España de la Exposición Universal de Shanghái, que parece ser que se va a derribar próximamente. Tuve ocasión de visitarla con Igor Peraza, su comisario junto con Salvador Gilabert, y con Toni Cumella, que, a la vista de la enorme maqueta del mercado con la pérgola, me comentó que siempre ha visto el mercado incompleto y mutilado, y que se ha de reivindicar su terminación(5). Como no puedo estar más de acuerdo con él me brindé a escribir estas líneas.

En este momento el proyecto urbanístico que implica el mercado está incompleto. El uso que la pérgola proponía se mantiene vigente y se sumaría sin estridencias a los usos de la zona. El nuevo hotel quedaría beneficiado. El mercado saldría reforzado. La forma urbana ganaría un ciento por ciento, consiguiendo controlar de manera todavía más eficaz tanto el espacio de la plaza de la Catedral como la propia avenida Francesc Cambó. La memoria de Enric Miralles también merece este proyecto. Y, no menos importante, en una época en que el Ayuntamiento hace bandera de los proyectos de regeneración urbana, completar este, ahora que falta tan poco, daría un ejemplo definitivo, una visualización, un impulso considerable a la sensibilidad actual respecto del especio público, respecto de sus aspectos vitales, pero también culturales y artísticos. El arte no debe de estar en los museos. Merece estar en la calle donde todo el mundo puede vivirlo. Barcelona necesita esta pérgola. Se la merece. Y haríamos bien en reivindicarla.

 


(1) Sí, el mateix que va fer aquell projecte tan dolent d’Eixample preferit, amb poc criteri, per la burgesia local i que, ja perdedor, va revelar-se tan bon arquitecte com mal urbanista. Alguns dels millors mercats de la ciutat porten la seva firma.

(2) L’única via que es va obrir de les tres és la Via Laietana, a base d’expropiacions salvatges i pèrdua de patrimoni. El resultat, no obstant, encara no s’ha reivindicat amb la justícia que mereix. Hi ha piles de literatura decent i articles bastant bons al respecte, pel que us serà fàcil informar-vos-en.

(3) Em refereixo al forat de la vergonya, encara avui en dia sense sentit ni identitat.

(4) Que no són ben bé de l’interior del mercat. Algun dia algú haurà d’explicar que la foto de les verdures que cobreix el mercat de Santa Caterina es va fer al rival mercat de la Boqueria.

(5) La pèrgola no conté cap element ceràmic que hagués de realitzar en Toni, pel que la seva opinió és totalment imparcial. En aquests moments en Toni parla com un ciutadà que coneix i estima el projecte sense cap conflicte d’interessos personal al respecte.

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