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La patronal se muestra más preocupada por salvar la campaña de Navidad que por contener la pandemia

La CEOE, por boca de su presidente Antonio Garamendi, vuelve a alinearse con el discurso del Pablo Casado

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análisis

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En 2008 se hundió la construcción. En 2020 se han hundido el turismo y la hostelería. Los tres grandes buques de la economía española se han ido a pique mientras el paro y las colas del hambre siguen creciendo inexorablemente. La pandemia deja un panorama desolador en nuestro país mientras los médicos y expertos insisten en que para erradicar el virus no queda otra que recurrir a medidas drásticas como el decreto de estado de alarma promulgado por el Gobierno y que deberá desarrollar cada comunidad autónoma en función de su situación concreta. La orden, que incluye el toque de queda nocturno, no ha gustado a la patronal. El presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), Antonio Garamendi, cree que es una “barbaridad” extender el estado de alarma hasta el mes de mayo, tal como pretende hacer el Gobierno, y pide revisarlo de forma periódica. “Esto es coyuntural, no decimos que no apoyemos las medidas pero, por ejemplo, ¿qué hacemos en el caso de la Semana Santa? ¿Nos la cargamos porque planteamos este plazo de mayo?”, insiste Garamendi.

Una vez más, la posición de los empresarios se alinea exactamente con el discurso del Partido Popular, lo cual demuestra que en esta crisis sanitaria los argumentos ideológicos se están imponiendo a los médicos y epidemiológicos. Ayer mismo, Pablo Casado anunciaba que su partido apoyará la medida adoptada por el Ejecutivo de coalición siempre y cuando no exceda de las ocho semanas. Era su forma de lanzar una seria advertencia al presidente del Gobierno: el PP no dará un cheque en blanco ni a Moncloa ni a la ciencia en lo que se refiere a las medidas sanitarias que se deben adoptar. A lo largo de esta crisis, la peor desde el final de la guerra civil, Sánchez siempre se ha esforzado en aclarar que cada decisión que adopta su gabinete sigue estricta y exclusivamente los criterios y recomendaciones de los científicos. Sin embargo, a las élites políticas y financieras les interesa seguir haciendo del drama del coronavirus una batalla ideológica y una pugna por el poder.

El debate entre economía o salud es ficticio. Si la población sigue enfermando a ritmo exponencial será difícil que pueda incorporarse al mercado laboral con normalidad para seguir ejerciendo su papel de mano de obra del sistema capitalista. Un dato es ciertamente elocuente sobre la gravedad de la situación: las bajas laborales por coronavirus –que incluyen tanto contagios como cuarentenas por contacto−, se han duplicado al pasar de las 800.000 acumuladas a mediados del mes de julio a más de 1,6 millones al cierre de septiembre en unos meses marcados por los rebrotes de la epidemia. Eso es lo que dicen las frías estadísticas, pero además conviene no perder de vista el elemento humano: las secuelas que deja el virus en quienes lo padecen son terribles, el tratamiento requiere semanas de baja, probablemente meses, y aun así no se garantiza una curación total del paciente.

Sin embargo, pese al inmenso drama social que vive el país, Garamendi parece que sigue más preocupado por la campaña de Semana Santa que por la salud y el bienestar de los españoles. Extraña que un hombre de su preparación no entienda todavía, diez meses después de que comenzara esta pesadilla, que sin recuperar una cierta normalidad la economía no podrá seguir funcionando. Vencer al coronavirus y rebajar las cifras espeluznantes sobre número de muertos y contagiados diarios es condición prioritaria para empezar a hablar de crecimiento, de prosperidad y de riqueza. Sin salud no hay nada y urge rebajar la curva epidémica hasta situar esos casi mil contagiados por cada 100.000 habitantes que se registran en algunos territorios en una media de cien afectados o incluso menos. Ni siquiera alcanzándose ese objetivo estaremos a salvo de un tercer rebrote pero al menos podremos empezar a decir que tenemos al monstruo microscópico bajo control. Ahora mismo la epidemia está descontrolada y es evidente que un Gobierno debe tomar cuantas medidas urgentes sean necesarias para hacer frente a la crisis sanitaria general. Si son tres meses de confinamiento como si son seis. El tiempo que sea preciso para derrotar al agente patógeno, que se ha instalado entre nosotros y que amenaza con enraizar una enfermedad endémica en la sociedad. Pero es que además el propio Sánchez ya ha dejado claro que no mantendrá el estado de alarma “ni un día más ni un día menos” que el que sea necesario, mostrando su clara voluntad de anular la medida excepcional en cuanto sea posible. El Gobierno ha estimado que mayo es un plazo razonable en función de los informes de los expertos epidemiólogos. Es decir, una vez más la ciencia avala las medidas políticas que se toman e incluso se quedan cortas, ya que numerosos científicos creen que el estado de alarma será insuficiente y habrá que recurrir a medidas mucho más duras, como confinar a la totalidad de la población en sus casas, por segunda vez, tal como ya ocurrió en el mes de marzo.

Y pese al panorama, las gentes del dinero siguen sin entender de qué va esto y continúan instaladas en el viejo discurso de los tiempos precovid. Garamendi y los demás responsables de la patronal aún no se han puesto en modo pandemia y siguen entretenidos en sus balances contables, en sus informes trimestrales y en sus inútiles estadísticas. Produce sonrojo e hilaridad que todavía se empeñen en salvar la campaña de Navidad y poco le ha faltado a Garamendi para exigir que se abran los comercios con normalidad, que se sigan celebrando las entrañables cenas de empresas y que las Cabalgatas de Reyes surquen las calles de nuestras ciudades en medio de la algarabía, los caramelos y el confeti. Alegría, villancicos y consumo a raudales, como si nada estuviese ocurriendo en el mundo. “Queremos que se arreglen las cosas, respetar lo que es la parte sanitaria, pero hay que tener en cuenta la parte económica”, insiste el máximo responsable de la CEOE. Por lo visto, su mente ultraliberal todavía no ha entendido que sin salud no hay nada, tampoco turrones ni champán.

Así las cosas, cabe sospechar que Sánchez va a encontrarse una nueva pinza cada vez que acuda al Parlamento a prorrogar el estado de alarma: la que formarán las derechas y las élites económicas. A fecha de hoy se antoja pura ciencia ficción que el presidente pueda mantener la situación de excepcionalidad hasta el 9 de mayo, el plazo tope que marca el decreto. Incluso parece imposible que pueda prorrogar la medida más allá de las raquíticas e insuficientes ocho semanas que le ha dado Casado. El líder del PP, erigido como el nuevo Cánovas del Castillo de la derecha española, ya ha visto carnaza en el estado de alarma y afila el colmillo.

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