La parálisis de la ONU

La invasión de Ucrania por el ejército ruso – manejado a su antojo por el sátrapa Putin – ha vuelto a poner sobre el tablero mundial la incapacidad e inoperancia de la ONU, para ejercer el papel de árbitro en los conflictos internacionales que se le atribuye. Papel que ejerce en muy contadas ocasiones y en las zonas de conflicto que tienen poco o nulo interés para las potencias mundiales; pero que es incapaz de desarrollar cuando se trata de zonas sensibles para la economía globalizada o se dilucida el juego de poder e influencia planetaria entre los países o bloques más poderosos: como sucede en la guerra que se desarrolla en Ucrania.

Incapacidad y nula influencia que se demuestra en el hecho de que ni siquiera se la toma consideración, a la hora de tender puentes entre las partes enfrentadas o de ejercer la labor de intermediación para una negociación; por ejemplo, de alto el fuego. Inoperancia que no depende del Secretario General de turno — que en esta ocasión no está muy activo precisamente —; porque radica en la propia estructura de la organización que favorece la inacción por el derecho de veto que ejercen Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia.  

Setenta y siete años después de su constitución, su estructura interna gobernada por el Consejo de Seguridad, ya ha dado multitud de ejemplos de cómo ese derecho de veto ha favorecido la parálisis de la organización; por ejemplo, para dar solución a conflictos, ya eternos, como el de Palestina e Israel; o a paradojas tan absurdas como que en este momento sea Rusia el país que ejerce la presidencia del Consejo y haya vetado, en virtud de su interés, la propuesta de condena de la invasión de Ucrania.

Ejemplos que se cuentan por centenares en estas décadas, como reflejo de la obsolescencia de un modelo que perpetúa el poder de un núcleo selecto de países sobre el resto de naciones. Paradigma que responde una visión paternalista y colonial del mundo que ya no existe ni se justifica por los cambios fundamentales habidos en la vida social y de las personas — el de mayor calado la globalización digital del planeta —, que ya no responden a la lógica de bloques y guerra fría ni justifican la preeminencia de los criterios e intereses de cinco países sobre el resto. Modelo que favorece el mantenimiento de alianzas obsoletas y agresivas con un coste desbocado en artilugios para matar que detraen ese capital de la mejora de bienestar social planetario, y que ya no tiene sentido en el mundo global en el que se desarrolla la vida. Cómo el absurdo coste en vidas inocentes que está provocando la ilusión de Putin de restaurar la extinta Unión Soviética.