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“La palabra es un arma humilde, de disparo corto: no transforma la sociedad, pero sí uno a uno a los lectores”

El escritor Isaac Rosa escribe a cuatro manos con su hija Olivia, de 14 años, la novela juvenil ‘W’, que reflexiona en torno a la figura del doble

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análisis

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Quién dijo miedo, ¡a su edad! El autor de una de las novelas más aplaudidas por lectores y crítica del pasado 2018 –esa estremecedora indagación que es Feliz final (Seix Barral) en el desmoronamiento de una pareja que pensó que su amor sería para toda la vida– asume ahora el órdago que un día le lanzó su hija Olivia, de 14 años: escribir una novela juvenil. Ni corto ni perezoso, no solo la ha escrito sino que la ha invitado también a ella, a su propia hija, a participar en esta aventura literaria, la primera incursión del escritor sevillano en la literatura juvenil de 12 a 99 años al menos. W (Edebé) plantea una de las fantasías más recurrentes de cualquier persona: hallar un doble algún día en algún lugar. Una forma de poder mirarnos en el espejo de nuestras virtudes y defectos.

De ahí la historia de Valeria y Valentina, dos gotas de agua físicas pero el yin y el yang en personalidad. Amistad, amor, respeto a los mayores, el valor de la familia… Siempre halla Rosa alguna veta temática para hacernos reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras circunstancias más próximas. Y W lo logra también al acercar a los más jóvenes los poderes intangibles de la literatura. Mientras tanto, Olivia es, por el momento, la única de las tres hermanas menores que ha conseguido escribir una novela, aunque todas ya anhelan seguir los pasos de su padre. Aunque el escritor advierte: “Yo solo he intentado criar lectoras, no escritoras”.

 

Al peso: ¿cuánto hay de Isaac Rosa en esta nueva novela y cuánto de su hija Olivia?

Diría que 50-50. Yo pongo mi escritura, ella su mirada, entre los dos la imaginación necesaria.

“La familia es el territorio narrativo por excelencia, a muchos niveles”

 

Reconoce que ha pasado “muchas tardes felices” escribiéndola conjuntamente con ella. ¿Dónde se nota concretamente la impronta de Olivia en W?

En la construcción de los personajes, con los que comparte edad, dudas, ilusiones y en definitiva una mirada al mundo en que vive.

 

¿Miedo ante su debut en el nunca fácil mundo de la literatura juvenil?

Diría en broma que esta novela me “rejuvenece”, no por ser juvenil, sino por hacerme recuperar sensaciones del escritor primerizo que un día fui, más inseguro y también más imprudente. Estos días siento el runrún de fondo de saber que hay lectores jóvenes leyendo W, y me encoge el estómago.

 

Aborda el clásico tema del doble en la literatura para plantear los pros y contras al respecto, y sobre todo para ayudar a conocernos más y mejor a través del respeto mutuo. ¿Lo conseguirá?

La figura del doble siempre ha sido un buen recurso para plantear preguntas sobre la identidad, propia y ajena, la confianza o temor al diferente, la aceptación de uno mismo o las ganas de ser otro.

“Saber que hay lectores jóvenes leyendo ‘W’ me encoge el estómago”

 

¿De qué manera ha evitado, o al menos intentado, el tono paternalista, ese que tanto odian los más jóvenes?

Espero haberlo conseguido. Mientras escribía tenía sobre la mesa unos cuantos recordatorios en letras gigantes, de todo aquello que quería evitar. Entre otras cosas el paternalismo, la condescendencia.

 

Entre la aclamada Feliz final, la historia de la deconstrucción de un desamor conyugal, y esta novela juvenil escrita junto a su hija, ¿se puede decir que todo queda en la familia?

El repliegue hacia lo familiar, a lo más íntimo, me interesa si sirve como plataforma desde la que salir y mirar hacia fuera, más allá.

 

¿Es la familia el núcleo fundamental desde donde parte cualquier historia novelable, hasta para la novela negra?

La familia es el territorio narrativo por excelencia, a muchos niveles. La identidad o la memoria se construyen y acumulan ahí dentro.

 

¿Considera que esta novela juvenil ha requerido menos exigencia por su parte que cualquiera de sus anteriores “para adultos”, o al contrario: le ha exigido esfuerzos diferentes?

El primer recordatorio que tenía sobre la mesa decía algo como: “el lector no tiene edad”, en el sentido de escribir para cualquier lector, sin pensar en la edad como un límite, con la misma exigencia y ambición literaria. Me gusta cuando la madre o padre de un posible lector la lee también y le llega.

“Mientras escribía ‘W’ tenía sobre la mesa unos cuantos recordatorios en letras gigantes, de todo aquello que quería evitar. Entre otras cosas el paternalismo, la condescendencia”

 

Usted es padre de tres hijas con predisposición unánime de todas ellas a recogerle el testigo de escritor. ¿Abrumado por haber inculcado en todas ellas el bichito de la literatura?

La historia de la literatura está llena de escritores con hijos traumatizados, renegados, resentidos, víctimas del genio o de la frustración de sus progenitores. Yo solo he intentado criar lectoras, no escritoras. Tienen inquietudes creativas, sí, pero más por lectoras que por influencia paterna.

 

¿Sigue siendo la palabra un arma cargada de futuro, pese a los inciertos tiempos que corren y el ninguneo constante que sufre su valor intrínseco?

La palabra es un arma humilde, de disparo corto: no transforma la sociedad, pero sí uno a uno a los lectores. Puede poco, pero puede más de lo que los propios escritores creemos.

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