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La Orbanización del centro político en Europa

Pedro Chaves
Pedro Chaves
Nacido en el 61, de esa generación que se emocionó con los efectos especiales de la nave estelar Enterprise y se enganchó durante un tiempo a Mazinger Z; militante de IU desde ni me acuerdo, también en la actualidad. Miembro de la dirección ejecutiva de Izquierda Abierta; profesor de Ciencia Política durante 13 años en la Universidad Carlos III de Madrid y en la actualidad Policy Advisor en la delegación de Izquierda Unida del Parlamento Europeo. Durante ocho años asesoré a instituciones públicas sobre participación y democracia. Dirijo el equipo de trabajo sobre gobernanza económica de la UE en la red Transform y me dedico a investigar sobre los temas europeos.
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análisis

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Si todo sale según lo previsto, el próximo 8 de abril Viktor Orban, actual Líder del partido FIDESZ (Alianza de Jóvenes Demócratas), volverá a repetir victoria electoral y por tercera vez consecutiva accederá a la jefatura del gobierno húngaro.

Según las últimas estimaciones electorales, su victoria superará el 50%, seguida por el partido ultra-nacionalista Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor), que alcanzará el 17% de los votos. El Partido Socialista y un partido de corte ecologista recibirán el 10% y el 9% respectivamente según estas estimaciones. Por último, la Coalición Democrática superará ligeramente el 6% de los sufragios. En definitiva, la de Orban será una victoria en toda regla que le permitirá continuar con su política fundada en la idea de “Hungría, primero”.

En Occidente se le ha conocido por dos cosas. La primera, por su beligerancia frente a los inmigrantes enunciando la idea de que asistimos a una “invasión musulmana” y, consecuentemente, su negativa a aceptar los cupos exigidos por la Unión Europea para instalar refugiados e inmigrantes (1.294 era el número que pedía la UE a Hungría). La segunda razón que ha hecho popular a Orban ha sido su confrontación pública y abierta con Georges Soros, el magnate de las finanzas e impulsor –a golpe de talonario- de la “sociedad abierta” en los países del centro y el este de Europa. Soros ha sido señalado como cabeza visible de una conspiración global para instalar sociedades multiculturales en Europa y destruir las raíces identitarias propias de los países del continente, ancladas en el cristianismo. En referencia a esto último, Orban ha defendido a lo largo de la campaña electoral que sólo hay dos opciones en Hungría: o dirige él mismo el gobierno o lo hará Soros, haciendo ver que cualquier otra opción diferente de la suya será un títere al servicio del magnate global.

Podría parecer un personaje esperpéntico y sus opiniones, expresión de la ausencia de perspectivas de la derecha política en Europa. Pero no es así. Incluso si lo pareciera, y dada la facilidad con que lo improbable se ha convertido en norma (también en nuestro continente), quizá convendría tomárnoslo en serio. Steve Bannon, el que fuera ideólogo de Trump y jefe de su gabinete, le ha definido como “el hombre político más interesante del momento”.

El pasado 15 de marzo, Orban pronunció un discurso que los servicios de prensa de los países de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) calificaron de “fuerte y marcial”. En ese discurso, a propósito del 170 aniversario de la revolución húngara de 1848, el dirigente propuso una interpretación de los hechos basada en tres grandes ideas. La primera de ellas es que vivimos una confrontación sistémica de la que el fenómeno migratorio es consecuencia y no causa: se trata de lucha entre “de un lado, las fuerzas nacionales y democráticas, y de otro lado, las fuerzas supranacionales y antidemocráticas”. En ese conflicto, los países occidentales pierden la batalla día tras día, “poco a poco, barrio por barrio, pueblo a pueblo”. Se trata de una conspiración alentada por fuerzas exteriores que sitúan a Europa y Hungría en el epicentro de una “batalla civilizatoria”. La defensa de la identidad húngara sería, por tanto, una parte de la resistencia, tanto frente a la conspiración exterior, como a la defensa de la democracia.

En segundo lugar, George Soros estaría a la cabeza de ese proyecto de transformación radical de Europa y Hungría, imponiendo el asentamiento de millares primero y decenas de millares después de inmigrantes en Hungría con el fin de romper el país. En tercer lugar, Bruselas es cómplice de esta estrategia y se apresta a mantenerla e incluso dirigirla. Según Orban, Bruselas (nunca dice la Unión Europea) “quiere diluir la población europea y reemplazarla, tirar nuestra cultura, nuestro modo de vida y todo aquello que nos separa y nos distingue a nosotros, europeos, de los otros pueblos del mundo”.

La expresión brutal de esa confrontación civilizacional, según Orban, es que en las próximas elecciones “…en cada circunscripción (el sistema electoral húngaro es mixto: uninominal y lista de partidos) nuestro candidato se presentará contra un candidato de Soros”.

Hay unas cuantas buenas razones que explicarían el ascenso de este tipo de discurso y modelo de dirigente en los países del Centro y Este de Europa. Pero lo que comenzó siendo una singularidad, se ha convertido en una tendencia. El conjunto de los países de Visegrado están gobernados por este molde político y en Austria un cogobierno del partido demócrata-cristiano y de la extrema derecha coquetea con la idea de incorporarse a este grupo de países, lo que los convertiría en un importante elemento de presión sobre la dinámica de la Unión Europea, sin ninguna duda. Justo en un momento en que la UE aborda un cambio que tendrá aún más trascendencia que Maastricht.

Por otra parte, la fuerza de este discurso reside en que ha resultado ser el relato ganador del mundo surgido tras el tsunami político de 1989, con la caída del muro de Berlín como emblema simbólico. En estos países una coalición sin fisuras entre todos los actores políticos del momento impulsó unos cambios económicos draconianos que sumieron en la pobreza y la perplejidad a las sociedades de estos países. Las alternativas políticas surgidas del descontento y de la rabia han encontrado en el discurso simple y global de un Orban, un Kaczynsky o un Bavis un modo de recuperar la sensación de pertenencia y comunidad. Y es un error muy habitual entre nosotros pensar que la simplicidad es enemiga de la racionalidad.

El elemento más oculto, pero no menos importante, es que la reivindicación de que Hungría defiende mediante este repliegue identitario la democracia frente a los cosmopolitas anti-demócratas, pone de relieve hasta qué punto la globalización neoliberal puso de rodillas las propias instituciones liberales-democráticas y vació la política de sentido.

Resignificar la política no podía partir de los mismos presupuestos gastados y pervertidos por la lógica del neoliberalismo globalizador. En este camino de dotar de nuevos significados la representación política dos elementos han ganado relevancia: el referendo como expresión directa e inequívoca de la voluntad popular y liderazgos autoritarios como el camino que liquida la intermediación que ha venido proponiendo la democracia desde comienzos del siglo XX. En este sentido la crisis de la representación es una de las manifestaciones de la crisis de la política.

Orban no es, como venimos diciendo, un outsider ni una singularidad sin importancia. Es la expresión de una nueva dinámica política que está reconfigurando nuestros modelos políticos y nuestras sociedades.

Dos días después de que Orban pronunciara ese discurso firme y marcial, una delegación del Partido Popular Europeo visitaba Budapest para asegurarse que “el político más prometedor del momento” seguiría bajo las filas del paraguas popular tras las próximas elecciones europeas. Orban se mostró satisfecho de confirmar esta invitación.

La deriva del centro político hacia la Orbanización es la expresión de una crisis profunda de la democracia liberal y de la política. Quizá no seamos conscientes de, hasta qué punto, la derrota de ambas, tal y como las hemos entendido hasta ahora, tiene como primera víctima a las fuerzas de izquierda alternativas, privadas de un espacio público articulado a partir de instituciones porosas, sociedad civil fuerte, sindicatos poderosos y partidos políticos con electorados fieles. En la nueva era del populismo estos elementos constitutivos, hasta ahora, de nuestra comprensión del mundo, ya no están operativos. No han desaparecido pero han cambiado de naturaleza.

Quizá nos falte perspectiva para darnos cuenta, además, de que el repliegue nacional que algunos partidos de la dispersa y fragmentada familia de la izquierda transformadora europea enuncian, es un asombroso ejercicio de subordinación a una estrategia que laminará cualquier resistencia posible al incremento del autoritarismo en los próximos años en Europa. Los países de Visegrado coquetearán con el euro-escepticismo pero no buscarán la desaparición de la UE, sino su acomodo.

La próxima legislatura europea será completamente distinta a la actual. La fotografía que podríamos tomar hoy de los grupos políticos de la cámara parlamentaria europea, será un legado para un museo de historia. Por cierto, que siempre que se habla de historia se menciona la existencia de una famosa papelera donde van a parar los que se muestran incapaces de incorporarse a los nuevos tiempos, aun cuando sea con el propósito de cambiarlos. Veremos quién es barrido en los próximos comicios.

La esperanza es que incluso el más sólido muro termina por presentar grietas. Uno de los más fieles asesores de Orban fue derrotado en la localidad de Hodmezövasarhely, por un candidato independiente apoyado por el resto de los partidos en las pasadas elecciones municipales en Hungría, con tasas de participación completamente inusuales en este país (más del 62% de participación electoral).

Seguimos teniendo oportunidades.

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