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La oposición lleva a Sánchez, a rastras, al pleno parlamentario sobre Pegasus

La gestión de la crisis por parte de Moncloa está siendo penosa mientras los socios de Gobierno advierten de que la legislatura puede saltar por los aires en cualquier momento

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análisis

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Si hay gente capaz de hackear impunemente el teléfono móvil del presidente del Gobierno de España, la segunda autoridad del Estado después del rey, ¿qué no estarán haciendo con los datos personales y la intimidad de cada uno de nosotros, sufridos españolitos de a pie? Más vale no pensarlo. Lamentablemente, el caso Pegasus viene a confirmar la progresiva y alarmante degradación de nuestra joven democracia, tanto que estamos a un paso de caer en la tecnodictadura de la máquina, en plan Gran Hermano, y de un ejército de oscuros espías/funcionarios que se saben al dedillo la vida privada de políticos y ciudadanos. Y mira que nos los avisó Orwell.

Ya no cabe ninguna duda, el modelo autocrático/autoritario, con su guerra cultural, ha ganado la partida a las democracias liberales, que hoy por hoy han entrado en franca decadencia y corren serio riesgo de liquidación. Lo militar se impone en todo el mundo, la seguridad gana terreno a la libertad, el espionaje se propaga sin control y los tiranos populistas son encumbrados con plenos poderes. Los Le Pen, Orbán, Johnson, Salvini, Abascal y otros personajes del “fascismo democrático” –un oxímoron que me viene al pelo para definir el nazismo perfectamente integrado en el Estado de derecho hasta fagocitarlo pero sin acabar con él porque no le interesa– son los gurús del nuevo sistema en ciernes, del nuevo desorden mundial sustentado en el ultraliberalismo salvaje, la ideología totalitaria, las cloacas estatales y la represión de las libertades. España camina claramente hacia ese modelo autoritario y retro en el que los derechos ceden y el espionaje emerge como arma legítima del juego político. Aquí el Gobierno espía a los independentistas, Marruecos y la CIA espían a Pedro Sánchez y al Polisario, el CNI espía lo que puede y lo que le dejan, las grandes empresas y corporaciones espían a los ciudadanos con fines comerciales y Putin nos espía a todos erigiéndose como gran Leviatán u omnímodo dictador planetario bien pertrechado tras sus ejércitos de hackers especializados en la guerra híbrida. Una época, la de los derechos humanos y los nobles valores de la Ilustración, se cierra definitiva y dramáticamente; se abre otra era de la historia de la humanidad mucho más oscura, tenebrosa, inquietante.

La prueba fehaciente de que la democracia española degenera por momentos, dando señales de rápida putrefacción, la tenemos en la actitud que está adoptando Sánchez frente al escándalo Pegasus. Él, como víctima directa del espionaje, debería dar un puñetazo encima de la mesa y ponerse a la cabeza de los demócratas que exigen luz y taquígrafos para que quienes están detrás de estas prácticas criminales sean desenmascarados y paguen por sus delitos. Sin embargo, lejos de tomar decisiones drásticas contra los que planean acabar con la democracia a golpe de virus informático, bloquea la comisión parlamentaria de investigación, se esconde detrás de Félix Bolaños y Margarita Robles, guarda silencio y reza para que el Gobierno de coalición no le explote entre las manos dando lugar a elecciones anticipadas. Gabriel Rufián, que puede ser muchas cosas, pero nunca va de farol, ya le ha advertido que está jugando con fuego: “Pegasus no solo se puede cargar la legislatura, se puede cargar la democracia”. Y no exagera ni un ápice.

Entonces, si el asunto es de la máxima gravedad, ¿por qué titubea el presidente? Ayer, PSOE, PP, Vox y Ciudadanos votaban en contra de la comisión de investigación por el espionaje contra soberanistas catalanes y ministros del Gobierno, entre ellos el propio Sánchez. Al mismo tiempo, la Junta de Portavoces del Congreso de los Diputados aprobaba con los votos del PP, Vox y los grupos nacionalistas que el premier socialista comparezca en Pleno para dar las explicaciones oportunas sobre el turbio affaire que rodea al programa Pegasus. El colmo del surrealismo es que el partido de Abascal votó a favor de la comparecencia solicitada por, ni más ni menos, que EH Bildu. O sea que el líder ultra también se pliega, cuando le conviene, a las exigencias de los “herederos de ETA”, como él mismo suele decir. Cuidado Santi, que por ahí se empieza a perder patriotismo, populismo y votos.

De la vertiginosa jornada de ayer queda la decepcionante sensación de que Sánchez tendrá que ir al Parlamento poco menos que a rastras, a regañadientes y maniatado por unos y por otros. Un grave error de Moncloa. El patetismo en el que está cayendo el Gobierno con el asunto Pegasus roza lo grotesco. La ciudadanía ya percibe el fuerte olor a cloaca que desprende el episodio y lo que es mucho peor: empieza a constatar que el presidente quiere escurrir el bulto porque tiene mucho que ocultar y porque el chantaje (de Marruecos, de la CIA, del Mosad, de Putin o de quien quiera que le haya jaqueado el móvil robándole 2,6 gigas de datos personales) empieza a surtir efecto. Un presidente secuestrado por poderes “externos” sería la peor noticia en este momento.

Para rematar el desastre político, el CNI filtraba ayer a diversos medios de comunicación el malestar de la plantilla después de que el Ejecutivo de coalición haya aireado, por medio de Bolaños, los graves fallos en la seguridad nacional que han permitido el hackeo del smartphone presidencial. Desde hace tiempo, Sánchez tiene encabronados a todos los sectores profesionales del país (siguiendo los pasos de Macron el odiado), y solo le faltaba ponerse a los espías, la última guardia pretoriana que le quedaba en la soledad de palacio, en su contra. Si es cierto que el Gobierno no tiene nada que ocultar porque también se ha convertido en una víctima directa de Pegasus, ¿no hubiese sido más sano y eficaz abrir una investigación de oficio, con todas las de la ley y liderando el bloque de los demócratas frente al PP y la extrema derecha? La gestión de este asunto está siendo desastrosa, una ceremonia de la confusión con demasiado patadón y balones fuera. Da la sensación de que la araña ha quedado atrapada en su propia tela. Y lo peor de todo es que el escándalo no ha hecho más que empezar.  

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