En la década de 1970, el sistema judicial de los Estados Unidos empezó a mostrarse más permisivo con la pornografía. Los tribunales tendieron a relajarse en su papel de guardianes de la moral pública y la mayor parte de las veces optaron por hacer la vista gorda en los cargos por obscenidad. Esta situación hizo posible que el cine porno sacara la cabeza de la clandestinidad para pasar a exhibirse públicamente en un circuito de salas autorizadas a proyectar películas clasificadas X. Los pioneros de este sector del show business establecieron entonces la gramática de un nuevo lenguaje cinematográfico, consagrado a mostrar explícitamente la actividad sexual en todo su esplendor de carne y fluidos, en cintas como Garganta profunda (Deep Throat, 1972), Detrás de la puerta verde (Behind the Green Door, 1972) y El diablo en Miss Jones (The Devil in Miss Jones, 1973). En aquella época en la que los códigos visuales del cine porno estaba en pleno y efervescente proceso de construcción, algunos autores ambiciosos se lanzaron a experimentar, intentando superar las limitaciones en las que el género les tenía confinados.

Así, en la escena de Nueva York apareció un guionista que, camuflado bajo el chusco seudónimo de Piastro Cruiso, tuvo la idea de hacer converger el porno hardcore con el cine de arte y ensayo. Mientras que un equipo habitual de cine porno no suele invertir más de unos pocos minutos en construir el argumento de una película, puesto que la ficción narrativa no suele pasar de ser una simple excusa para hilar una serie de encuentros sexuales, Piastro Cruiso y sus otros tres socios (Larry Delfiore, productor ejecutivo, y Martin & Martin, directores) dedicaron meses enteros a su guión. Diálogos elaborados, una trama compleja, referencias intertextuales dentro de la gran tradición cinematográfica… Además, mucho antes de Fuego en el cuerpo o Instinto básico, a Cruiso y sus amigos se les ocurrió rodar un thriller erótico, con todos los ingredientes que cabe esperar en un cóctel de morbo: adulterio, rollo bollo y asesino en serie. En palabras del propio guionista, aspiraban a pasar a la historia como autores del “Ciudadano Kane del porno”.

Desnudo subiendo una escalera: Annette Haven en un fotograma de Anna Obsessed (1977)
Desnudo subiendo una escalera: Annette Haven en un fotograma de Anna Obsessed (1977)

Las altas miras de Piastro Cruiso empiezan por el título original de su guión: The Stranger Within, que se podría traducir como “El extraño (o la extraña) interior”. Con sus resonacias casi lacanianas, resulta un título cuando menos chocante para una película porno. Tampoco tiene desperdicio cómo llamó Cruiso a un artículo inédito que escribió a propósito de la película: Obsessed with a Liquid Stranger, “Obsesionado con un extraño líquido” (léase “extraño” como sustantivo), o más bien, teniendo en cuenta el argumento, “una extraña líquida”; no me digáis que esto no suena a ensayo de Zygmunt Bauman. Los productores, que lo único que querían era facturar mucho dinero vendiendo mamadas en celuloide, se llevaron las manos a la cabeza con las aspiraciones literarias de Piastro Cruiso y lo primero que hicieron fue cambiar el título. Distintas versiones de la cinta se distribuyeron en 1977 bajo los nombres Anna Obsessed, Odd Obsession, Blue Obsession o simplemente Obsessed. Para rematar la faena, al estrenarse en España la tradujeron como La pornográfica Ana y su putísima hermana, lo que resulta más esperpéntico todavía si tenemos en cuenta que en la película no sale ninguna hermana.

Los perpetradores de Anna Obsessed estaban empeñados en legitimar su engendro como una obra de categoría vinculándolo a los clásicos del cine. Para ello, no dudaron en hacer uso y abuso de guiños cinéfilos. Su influencia principal era Hitchcock, de modo que intentaron apropiarse, con escasa fortuna, de los característicos recursos narrativos del mago del suspense. Así, a imagen y semejanza de Vértigo, la protagonista es víctima de una obsesión, torturada por pesadillas recurrentes y siniestras premoniciones; y, al igual que en Psicosis, nos encontramos con una escalera fatal y con un asesino aquejado de trastornos de personalidad. Además, Piastro Cruiso se vanagloriaba de contar en el equipo de rodaje con un técnico de iluminación que había trabajado con Hitchcock. Aunque desconocemos las identidades de los cuatro socios que filmaron Anna Obsessed, es evidente que eran ávidos devoradores del cine europeo más cultureta del momento. El espíritu de Antonioni, en particular Blow Up, planea sobre toda la película, y las escenas que muestran los preliminares del encuentro lésbico entre las dos protagonistas replican algunos famosísimos planos de Persona de Bergman.

Constance Money, diva del porno chic
Constance Money, diva del porno chic

Anna Obsessed se rodó en diez días no exentos de incidentes. La mayor parte de los problemas venían de Constance Money, la diva del porno chic, a la que asignaron el papel principal. Parece ser que Miss Money, que se desenvolvía como pez en el agua en las escenas de sexo, se vio superada por las exigencias dramáticas del resto de su papel, inauditas en el cine porno al uso. Dándose cuenta sobre la marcha de que no sabía actuar y de que era incapaz de aprenderse tanto diálogo, no se le ocurrió cosa mejor para combatir su frustración que abastecerse de un cuarto de onza (siete gramos largos) de cocaína. Se figuró que aquello le ayudaría a mejorar su rendimiento. No fue así. Lo único que consiguió fue congestionarse las vías respiratorias y tirarse todo el rodaje al borde del colapso nervioso. Pero al final, Anna, el personaje de Constance Money, resulta inesperadamente conseguido, capaz de comunicar perfectamente al espectador los rasgos de una personalidad neurótica y desequilibrada. Annette Haven, en el papel de la extraña, se mostró mucho más profesional, con el aplomo y la calma que le daba estar permanentemente bajo los efectos de la marihuana californiana que se llevó al rodaje en cantidades industriales. Saturadas de drogas tan incompatibles, hay que reconocer que la pareja lésbica protagonista tiene una química innegable.

Quizá hoy nos resulten ridículas las pretensiones de Cruiso, Delfiore y los dos Martin de hacer porno de arte y ensayo, empresa tan poco razonable como rodar una versión blaxploitation de Heidi o una adaptación musical del Código Penal. Sin embargo, algo hay en la fallida Anna Obsessed que despierta nuestra simpatía. Decía Susan Sontag que la pornografía y la ciencia ficción, dos géneros infravalorados, tienen mucho en común. En efecto, las ambiciones artísticas de Piastro Cruiso en el porno corren paralelas a las de Ed Wood en el cine fantacientífico; ambos idolatraban a Orson Welles y pusieron toda su ilusión en seguir sus pasos. A Ed Wood se le acabó considerando el peor director de la historia del cine, lo cual es al fin y al cabo una forma de pasar a la posteridad y convertirse en figura de culto para el colectivo friqui; en cambio, al guionista tras el nom de plume de Piastro Cruiso ni siquiera se le recuerda. Y hay algo de injusto en ello. Poco después de los torpes intentos de Ed Wood, la serie B acabó por devenir un subgénero dignificado por títulos tan memorables como La humanidad en peligro (Them, Gordon Douglas, 1954), La invasión de los ladrones de cuerpos (The Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956) o Planeta prohibido (Forbidden Planet, Fred M. Wilcox, 1956). Con el porno, de momento, no ha ocurrido nada ni de lejos parecido. Los artífices de Anna Obsessed fracasaron en su ambición de elevar el cine X a las altas esferas del séptimo arte. Pero, por mediocre que sea el resultado, al menos lo intentaron.

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