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La nueva normalidad se parece demasiado a la antigua

Carlota Merchán Mesón
Carlota Merchán Mesón
Actualmente diputada socialista en la Asamblea de Madrid. Diputada nacional en la XII Legilatura. 2016-2019. Concejala en el Ayuntamiento de Madrid 2015-2016 Entre 1995 y 2015 dedicada profesionalmente a la cooperación internacional para el desarrollo en ONGD, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, FFIAPP y consultora para organismos internacionales de desarrollo.
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análisis

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Si alguien pensaba que la pandemia iba a ser un parón en nuestra normalidad lamento decirle que se equivocaba. ¿Alguien pensaba en serio que todo volvería a ser como antes?

En tanto que no dispongamos de una vacuna de acceso y cobertura universal que elimine el riesgo de enfermar, nuestra normalidad está condenada a convivir con el SARS-CoV-2 y ello exige asumir cambios en todos los ámbitos de la vida económica, social y, también, política. Citaré solo algunos de los más evidentes.

En lo económico, la pandemia ha traído cambios al mercado de trabajo no solo en términos de desempleo sino otros derivados de, o acelerados por, las medidas de protección ante el virus. Así por ejemplo no son baladíes los efectos del teletrabajo en las dinámicas económicas más cotidianas (hostelería, movilidad…) así como los huecos que han quedado en evidencia en materia de derechos de los trabajadores, trabajar en casa no es teletrabajar.

El boom del comercio electrónico de todo tipo de productos y servicios, no solo vía plataformas, sino también a través de marcas o comercios propios, cambios en los patrones de consumo que tienen un impacto directo en un sector que solo en la Comunidad de Madrid ocupa al 10% de los trabajadores.

El repliegue en la demanda de espectáculos de ocio y cultura o la menor demanda de turismo para una misma oferta son cuestiones cuyas consecuencias son fatales para estos sectores, pero también para otros asociados como la hostelería o el taxi principalmente.

En lo relativo a la esfera de lo social, las políticas sociales están en el centro del debate de la recuperación. La educación y la vuelta segura a las aulas con la garantía de la normalización de la enseñanza para todos los alumnos incluso en un contexto de rebrotes; el desempeño adecuado de las tareas de cuidados de las personas dependientes y que éste no sea a costa de las mujeres; la sanidad pública para lo relativo a la pandemia, pero reestableciendo también la atención sanitaria paralizada o, en el mejor de los casos, ralentizada durante la crisis sanitaria.

La COVID-19 conlleva también, o debería conllevar, cambios en lo político. En un momento en el que los grandes dogmas de las últimas décadas han caído, parece que para algunos los usos y costumbres de la política española siguen intactos. ¿Tiene cabida la política de la crispación y la polarización en la nueva normalidad con unas pérdidas de PIB y empleos como las que se vaticinan?

¿Se pueden sentar las bases de la recuperación de un país cuando el principal partido de la oposición tiene como estrategia política desprestigiar al Gobierno por sistema? No se trata de especular con lo que hubiera pasado si los papeles estuvieran cambiados, se trata de decidir de qué lado de la historia se quiere estar aquí y ahora.

Los agentes sociales, el tejido asociativo, la ciudadanía piden aparcar la bronca y buscar espacios de encuentro y acuerdo amplio, acuerdos de país para enfrentar la mayor crisis que hemos conocido en décadas.

Sin embargo, a estas alturas la nueva normalidad se parece demasiado a la antigua cuando sin cambios reales, haciendo más de lo mismo en fondo y forma repetiremos los errores que nos han traído has aquí.

Ante el contexto que se divisa ¿es sensato mantener el modelo de crecimiento pre-pandemia cuando los datos actuales y las previsiones apuntan a que no recuperaremos los niveles de consumo y actividad económica previos a la pandemia, al menos en el corto plazo? ¿Es sostenible una defensa de la bajada de impuestos indirectos cuando es más necesario que nunca incrementar la inversión en servicios públicos?

La pandemia ha conseguido lo que nada había conseguido hasta ahora, para el mundo obligándonos a improvisar una vida desde casa, donde necesitábamos mucho menos de lo de siempre y mucho más de lo nuevo. ¿Tiene sentido, con este panorama, insistir en pensar en el crecimiento en los mismos términos que veníamos haciendo?

La COVID-19 debería ser el elemento catalizador de cambios pendientes y postpuestos, de grandes acuerdos que sienten las bases para un modelo económico y social que no nos haga tan vulnerables a las crisis, que nos aleje de la tentación de volver a tirar de ladrillo para cambiar camareros por albañiles y cuando estalle la burbuja vuelta a empezar. Aprendamos de lo vivido por unos y sufrido por los de siempre.

Quizás estas cuestiones, y alguna otra, no son la mejor tarjeta de presentación internacional de un país que necesita recuperarse, modernizarse en ciencia, en digitalización, en fiscalidad, avanzar hacia una economía verde que mejore nuestra productividad y competitividad y nos prepare para soportar rebrotes, segundas olas o la propia emergencia climática que ya está aquí.

“Las crisis solo enseñan a quien está en disposición de aprender” recuerda Daniel Innerarity en su libro Pandemocracia.

Disposición para aprender y humildad son actitudes clave para afrontar lo que tenemos entre manos y lo que se nos viene encima. Y tener cuidado con confundir ir deprisa con llegar lejos.

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