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La noche más larga del año

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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El otoño del presente año nos ofrece la noche más larga el día último de octubre. Todos los años nos toca asistir al mismo ritual. Ahora corresponde retrasar una hora nuestro reloj a las tres de la madrugada. ¿Quién se va a negar, si se trata de ahorrar luz en unos tiempos de subidas imparables?

Qué es el tiempo, se preguntó Agustín de Hipona en el libro XI de sus Confesiones. Su contestación es un tanto enigmática: sé lo que es, porque lo siento transcurrir en mi existencia, pero, si alguien me pide que se le explique, ya no lo sé. Cuando lo estoy explicando ya ha pasado, su esencia se me escapa. Mi tiempo subjetivo tampoco es el cronológico, el que mide el reloj.

Otros han dicho que solo existe el presente en forma de memoria, intuición directa y atención. La memoria es el presente del pasado. La intuición es el presente de lo que está presente. El presente del futuro es la atención. Por eso lo único real es el presente. Lo demás es sucesión o incesante progreso.

Bueno, pues el presente real cronológico ha tenido que retrasarse también este otoño una hora en la madrugada del domingo 31 octubre, puesto que ahora toca el horario de invierno, a pesar de que la Encuesta de la Comisión Europea en 2018 mostró el rechazo de los ciudadanos, cuyo 84% estuvo a favor de eliminar los cambios horarios, que en el caso de España alcanzó un 93%. Sin embargo, el Parlamento Europeo no se inmutó y todo sigue igual, porque lo que importa es el ahorro de energía, además de que los estudios científicos no son muy serios y las opiniones se diversifican.

Lo curioso del caso es que en otros momentos, incluso del siglo XX, la luz solar marcaba nuestras actividades. El campesino no necesitaba un despertador para indicarle cuando se tenía que levantar a iniciar sus tareas campestres. Tampoco el cazador para empezar a capturar animales en el monte. Solo tenían que mirar al cielo y la luz del día para emprender sus tareas puntualmente y pararlas para almorzar o merendar. Esta misma luz les decía cuando tenían que recoger para marchar a casa, lavarse un poco y salir a la taberna para tomar un vaso de vino, como el aperitivo antes de la cena, o jugárselo con sus paisanos al mus o al dominó. Cenar y retirarse pronto a descansar lo hacían cuando se ocultaba la luz y se ponía el sol. Nadie se descuidaba en esto, porque a la salida del sol tenían que encontrarse dispuestos para el comienzo de las tareas cotidianas. Esto era un comportamiento natural. ¿No sería mejor volver a esta situación con los cambios imprescindibles que fueran necesarios?

Cronos lo devora todo y nos destruye a todos, pero los griegos se basaban en él, porque era un dios poderoso, que lo regía todo, con gran voracidad. El tiempo cronológico es mecánico y lineal. Mucho más importante es kairós o el tiempo de la oportunidad. A veces pasa un día entero y nos parece que no hemos hecho nada, porque no nos ha cundido, ni hemos alcanzado lo que nos habíamos propuesto. Claro, es que no nació la oportunidad con su inspiración necesaria.

Un otoño más hemos vuelto a mover nuestros relojes, retrasándolos de las tres de la mañana a las dos y nos hemos resignado de buena gana, porque hemos podido dormir una hora más. Quienes salieron a tomar unas copas han podido regresar, los más contenidos y menos trasnochadores, a las tres, que eran las dos solamente. Los amantes habrán disfrutado durante una hora más de sus artes amatorias. Qué expresivo se muestra Ovidio en esto: “Antes cesarán los pájaros su canto durante la primavera o guardarán silencio los saltamontes en verano que una mujer resista el tierno cortejo de un joven amante”. Todos ellos habrán dormido un poco más después de dicho cortejo.

Además, con el largo puente nadie se dará cuenta hasta el martes siguiente de los inconvenientes que supone adelantar una hora en el tiempo de trabajo para ganarse el pan. Todos contentos, pues, y dispuestos a olvidarse de la noche de aquel día, aunque los ojos de sueño sean más visibles poco después. Al fin y al cabo, en apenas una semana nos habremos acostumbrado ya al inexorable tiempo cronológico. ¿Traerá esto alguna consecuencia para la pandemia, que ciertamente no se quiere ir?

Como diría el estoico, ¿qué representa en nuestras vidas –unas más largas para unos y otros más cortos para otros– una hora más o una menos? También es cierto que otras veces en el ritmo tan agitado que llevamos solo unos pocos minutos de retraso han podido salvar la vida de alguien que no pudo subir al avión por haber perdido el vuelo. Después del considerable disgusto, porque no podía llegar a tiempo a la cita, le llega la noticia de que en aquel vuelo previsto ha sucedido un atentado, que ha matado la totalidad del pasaje. Ahora sí que se queda helado: el tiempo de retraso ha salvado su vida. También el tiempo nos es, a veces, favorable.

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