El día 26-J de nuevo vamos a las urnas, vamos a elegir a nuestros políticos para dirijan este país y participen en el gobierno, en los designios de la UE y del Mundo en los límites que les corresponden. Alguien, por el título del artículo, podría pensar que en este contexto preelectoral me podría referir a opinar sobre alguna intención de voto que reincida en aquellas opciones que apuestan por el ‘Austericidio’ en esta ‘Iglesia Global de los Mercados’, no es esto, aunque algo tiene que ver.

En este artículo no voy a entrar sobre lo que unos u otros partidos y/o sus líderes expongan, digan, prometan…, no, en este artículo quiero traer a esta escena preelectoral una reflexión sobre lo que parece no ser de importancia para su elección.

Creo que los asuntos de política internacional son fundamentales para la elección de nuestros políticos. Si queremos cambiar el mundo hemos de pensar en su conjunto y en cómo y por quién queremos que sea gobernado, habremos de elegir gobernantes que sean reflejo de la solidaridad de gran parte de nuestra ciudadanía, gobernantes con empatía, que no sean unos ‘Miserables’, que no se vendan ni se regodeen en lo más indigno de la especie humana. No hacer un ejercicio reflexivo del voto puede suponer que sigan siendo los mercados quienes marquen las pautas de este mundo global.

Comenzaré recordando que en este principio de siglo XXI, en el culmen de las cotas tecnológicas, en la cima del conocimiento humano, en el momento en el que todo se ha convertido en un espectáculo a la vista del mundo entero en el instante en el que sucede, sí, en este principio de siglo donde de nuevo el hombre ‘moderno’ se regodea en sus éxitos, es cuando demuestra también su mayor cota de cinismo en relación a su Humanidad en el marco de la Historia escrita, y, mira que hay ejemplos en la Historia.

Recordemos que en lo que llevamos de siglo, en esto que hemos dado en llamar el progreso de la globalización, -que, en mi opinión, no es más que una evolución a escala global de otra ofensiva capitalista a lomos del más desaforado liberalismo jamás conocido en la clave de conquistar el ‘globo’ a través del control de sus mercados y mercaderías-, han surgido y alimentado conflictos armados, generalmente, no interestatales en infinidad de lugares del planeta.

Bien es cierto que, en apariencia, poco de nuevo tienen estas guerras, guerras más consentidas que nunca en el ámbito internacional, pudiéramos decir que son la misma sepia con distinta apariencia en función de su entorno y su sensación ante él. Así que, de nuevo en mi opinión y en la de algunos expertos, lo novedoso, y es solo una opinión, está en que los grupos de poder son hoy más supranacionales que nunca, esto provoca unas transformaciones socioeconómicas que para nada benefician a las poblaciones de países con recursos naturales dependientes de terceros para su explotación, esta cuestión parece tener que ver con la concepción tradicional de soberanía en el marco de la codicia y la corrupción, parece ser, innata del ser humano, y que impide una gestión global, con participación global, de bienes públicos globales, en un mundo que para nada se ha globalizado con criterios ‘horizontales’.

Me parece evidente que somos consecuencia de nuestro pasado, los conflictos armados y sus consecuencias no son una excepción. Pero en el mundo actual ‘sobreinformado’ parece que esto no es importante y cada día, no todos los días, vamos sumando muertes que terminan siendo solo una cifra más del montón que pululan por las noticias de la tele, la radio, internet, los periódicos en papel, etc.  Estamos en un estado de narcolepsia en torno a ‘nuestro mundo feliz’, en el oímos y oímos, leemos y leemos, cifras globales  y solo en contadas ocasiones salimos brevemente de ese estado; valga como ejemplo, la mayor, que no la única, crisis de refugiados desde la 2ª Guerra Mundial, la Guerra de Siria, donde después de cinco años de conflicto armado, se cuentan en torno a 300.000 víctimas mortales, más de la cuarta parte niños y niñas, donde más de 12,5 millones de personas han tenido que huir de sus hogares, 5 millones de estas personas, 2 de ellos niños y niñas, viven en campos de refugiados de países del entorno sin ningún futuro a la vista, donde más de un millón están en camino hacia ningún sitio, donde el número de víctimas civiles respecto a las de militares sigue creciendo con respecto a las guerras del siglo XX –ya de por sí increíblemente crueles y descarnadas con las poblaciones civiles-.

Sirva como ejemplo toda esta información sobre un conflicto que no llegó hasta nuestros corazones hasta que no se hizo eco mundial la imagen del pequeño ‘Ailán’ inerme en la playa, con su cotidiano jersey rojo, sus pantaloncitos cortos y sus zapatos puestos como si la tragedia le hubiera pillado camino del colegio Fue la imagen que nos despertó por un momento de nuestros pequeños mundos, fue la imagen que por un pequeño espacio de tiempo impactó al mundo, un mundo que andaba en sus rutinas incluso ante imágenes de explosiones de bombas destruyendo edificios por completo, un mundo acostumbrado a la sangre de los atentados en los noticiarios a la hora de comer, un mundo que asistía impasible a la visión de inmensas columnas de gentes andando hacía ningún sitio en frente de mil fronteras, un mundo inmunizado ante las miles de muertes silenciosas en este mar nuestro de cada día, un mundo narcotizado en sus cosas cotidianas del deporte, de la crisis, de…

En esa rendija momentánea que a veces dejan abierta las bien controladas y manipuladas ‘nuevas tecnologías de la información y la comunicación’, -instrumentos evidentes de la ideologización homogénea del mundo más allá del respeto al libre albedrío-, se nos mueve la conciencia epidérmica hasta la siguiente noticia que seguro es sobre el paro o los recortes en derechos/conquistas sociales o laborales o sobre la problemática de los ‘no pactos’ entre los indecentes políticos que nos gobiernan o la necesaria alerta y cuantos mecanismos sean necesarios para salvaguardarnos de las agresiones terroristas o sobre la necesidad de atender como único objetivo y naturaleza de nuestra existencia la cobertura del déficit económico que provoca nuestra impecable forma de vida; en definitiva, el permanente holocausto del hombre contra el hombre solo los vemos en flashes momentáneos sobre los problemas inventados, por quienes ostentan el poder, para que cada individuo del mundo globalizado vea éstos últimos como algo suyo y haga de ello una lucha individual a favor de las medidas que los mismos que provocaron el problema plantean.

En el conflicto de Siria podemos observar las mismas pautas de los conflictos no interestatales de los últimos veinte años, quién lo diría, que algo como esto, o peor, pasa o pasó en Ruanda, Somalia, Níger, Mali, Sierra Leona, Congo, Eritrea, Costa de Marfil, Casamance  -Senegal-, Libia, Sudán, Filipinas, Afganistán, Macedonia, Chechenia, Líbano, Irán,.. Una lista casi interminable en el mundo feliz de la globalización mercantilizada.

Refugiados, nuevos pueblos errantes, gentes sin tierra en este planeta donde parece que lo único que se puede hacer por ellos es dejarles vivir de prestado, es el mensaje que traslada en el postureo indecente de los países desarrollados, no solo ante la crisis del conflicto armado de Siria, si no ante la totalidad de conflictos armados de alta y baja intensidad que se reparten por casi todos los rincones del planeta.

Hay mensajes sesgados en medio de todo este ‘bulle, bulle’ mediático, sale a colación el recuerdo de NY, Madrid, Londres, Paris, Bruselas, Tokio, Ankara, –no el de los innumerables ataques terroristas en Bagdad, Al-Mikdadlia, Nasiriya, Kerbala, Nayaf,… -, es el momento de una insistencia diaria sobre la persecución de un terrorista islámico o de las tropelías adjudicadas a supuestos grupos de refugiados organizados, es el momento de la aceptación –a bombo y platillo- de más de 100.000 refugiados en suelo europeo al tiempo la UE firma un acuerdo con Turquía para la devolución de refugiados,… De nuevo un enfoque geopolítico usando  el miedo como instrumento para pasar sin pudor –teniendo incluso gran parte de la opinión publicada/pública de su parte- el umbral de la mínima Dignidad y de los Derechos Humanos ante esta crisis Humanitaria.

Ante las escasísimas actuaciones de ‘reasentamiento’, culminadas después en ensalzamientos mediáticos de un ‘extraordinario clima de solidaridad’, no queda más que pensar en nuestra hipocresía de todo este entramado que habla bien claro de nuestra mediocridad e indecencia en una escala básica de Humanismo. Ante todo esto debieran surgirnos más preguntas que respuestas, ¿refugiados de quién y dónde?, ¿por qué y por qué ahora?, ¿hasta cuándo?… ; preguntas que habitualmente no nos hacemos, quizás porque no queramos pensar a fondo en las respuestas, quizás porque no nos han planteado que nos las hagamos, quizás porque sentiríamos vergüenza más allá de la pena y el dolor momentáneos.

Mientras nosotros deshojamos la margarita del multipartidismo de nuestro ombligo, en los medios, en los programas políticos, quizás en nuestro pensamiento, nada de esto existe. Pareciera que no alcanzáramos a ver que la Democracia es algo más que unas elecciones cada ‘cuatro años y cuatro meses’ y unas decenas de esos refugiados asilados –y así en muchos otros temas que afectan a las personas-.

Desde estas líneas no pretendo construir una moralina, ni hacer una concienciación individual del problema, quisiera que esta palabras nos sirvieran a cada uno de los ciudadanos y ciudadanas del llamado mundo civilizado para exigir a nuestros políticos el grado de decencia necesario para tender a esa globalización de los bienes públicos, globalización que haría que los conflictos y sus consecuencias tuvieran otros ámbitos de solución más humanos.

Es evidente que la muerte no disuade a las víctimas de la guerra  de un viaje a cualquier parte, menos aún van a ser las leyes de expulsión, que se puedan redactar en parlamentos del mundo civilizado, las que les disuadan de su huida. Si no le temen al fondo del mar…

Es un hecho que la miseria, la privación, el dolor, la desesperanza, pueden enquistarse en el odio  ser un caldo de cultivo para la violencia en cualquier ser humano. Cinco años de guerra hacen mella en cualquiera, en España aún estamos cerrando heridas de tres años de contienda civil y ya hace de ello ochenta años, especialmente en los niños, que huyen despavoridos de su tierra, huyen para no morir, huyen para no ser mano de obra esclava o  niños de la guerra, huyen al paso de sus padres, lo que aún los tienen, lo que no, huyen al amparo o el desamparo de los caminos y de los campos de refugiados.

Allá por el 11 de septiembre del pasado año, -fecha emblemática para muchas de las preguntas anteriores-, escribía lo siguiente en el artículo titulado ‘Banderas y fronteras’:

“¿Cuántas emergencias humanitarias no hay por el mundo antes que esta?, ¿cuántas veces hemos tenido noticia de campos de refugiados allí y allá?, ¿cuántas veces ha sido esto sólo una reflexión instantánea para pensar en lo mal que algunos lo pasan y seguir con nuestras vidas?… Cuántas veces nos han mostrado que estos asuntos estaban lejos de nuestras casas y nuestras vidas, lejos del borde de nuestras seguras fronteras en la vieja Europa, separados por altas vallas y afiladas cuchillas…

Y, es que a mí la repentina conversión al Humanismo de los dirigentes europeos y estadounidenses, que es como para que conste en los anales de la historia como el ‘mayor milagro’ en lo que va de siglo, me tiene mosqueado. El tema de las fronteras sigue ahí; es más, hay imágenes de que en Hungría andan ampliando las vallas con alambres de espinas y concertinas; es más, el drama de Melilla y el de los barcos y pateras atestados de subsaharianos que huyen de la miseria y la guerra, ahora son callados por esta ‘crisis migratoria’; es más, las inacabables guerras, los desastres humanitarios en África,…”

Para concluir con esta reflexión quiero intentar, sin ser presuntuoso ni querer faltar el respeto a nadie, imaginarme por un momento, desde la comodidad del momento ante este teclado, ante los textos, las imágenes y los vídeos que veo pasar en el monitor, en los zapatos de alguien que lo ha perdido todo, alguien errabundo al que han dejado con sus raíces sin tierra, alguien que cuenta sus derechos humanos solo en la medida de conservar la vida.

Sin duda se puede observar la esperanza en muchos de los ojos de quienes huyen de esta guerra, de cualquier guerra, pero lo que se observa en todos ellos es el dolor de la sinrazón, un dolor hondo lleno de miedo y muerte. Después cada mirada es un mundo.

Así pues, me imagino a un hombre con los ojos vacíos en el lindero inventado de los hombres, o a una mujer en esa terrible frontera doble en la que han de vivir. Otra cosa son los ojos y el llanto de los niños. Lo más duro su ausencia.

Refugiados, no quieren ir a ningún sitio, solo quieren que acabe la guerra, volver a su casa. Refugiados a la fuerza, mañana podríamos ser nosotros. Refugiados, me los imagino en un camino hecho solo de horizontes inacabables, en el viento que va borrando sus huellas, me los imagino en la lágrima tibia que esconde la pérdida del tacto cálido del amor en las mañanas tranquilas en que solo los trinos de los pájaros eran la única amenaza ante las puertas de sus casas, me los imagino en la esperanza del futuro compartido de la pareja o la familia, me los imagino en las brisas compartidas de los días festivos…, me los imagino mientras los veo a través de la pantalla. Paro la imagen y me embarga ese momento de silencio, quizás el más hipócrita de mi vida, pero es ahí, en ese instante donde se me rompe el alma, ante mí unos ojos, solo unos ojos y el infinito donde me imagino a un hombre, a una mujer, en un banco de piedra de un paseo cualquiera de Europa mientras susurran a nadie, ni a sí mismos, ‘¡Qué me va a importar que me deporten! La muerte no importa cuando ya se ha muerto’.

Tras esto, un silencio terrible. Pienso, sin ningún signo ortográfico o con todos al mismo tiempo, “el 26 de junio tengo que ir a votar”.

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