Sábado, 26 de marzo de 2016.

Por Antonio Miguel Carmona, desde Lesbos (Grecia).

Llego a Lesbos amaneciendo con los ojos empañados de miseria, noches enteras sin dormir, para encontrarme con la isla de la muerte.

Prácticamente todas las ONGs han sido expulsadas y las autoridades han convertido los centros de refugiados con derechos en campos de internamiento sin ellos.

Siguen viniendo. Las mafias asientan a las familias en ligeras barcazas, les fijan el timón rumbo a Lesbos bajo el riesgo de que cualquier golpe de mar o de viento les desvíe y les lleve la estela hacia la muerte.

Les dan unos flotadores inservibles que no son más que falsos bloques que, muy al contrario, les hunde bajo el mar en caso de naufragio.

Hay en Lesbos un cementerio de flotadores, montañas de plásticos que sirvieron para llegar a una Europa inservible.

Pero también en la isla se esconde el cementerio de la vergüenza. Un lugar donde cientos de tumbas de niños, mujeres y hombres se marcan con pequeños carteles que muestran tan solo el sexo y la edad del náufrago: niña 12 años aproximadamente.

No me dejan entrar en el centro de internamiento de Moan.a. Convenzo a las autoridades, sin embargo, que acaban permitiéndome la entrada, convencidas a través de un rito inconfesable.

«Que si te huye, tornará a tus brazos, y así mejor te ofrecerá sus dones, y cuando esquives el ardiente beso, entonces, querrá besarte».

Quien así se expresaba seis siglos antes de Cristo, era Safo de Lesbos, poetisa griega que forma parte de los nueve poetas líricos, y cuyo amor por sus compañeras le hizo escribir este imponente Himno a Afrodita.

Europa ha matado a Safo. Ha sembrado desal los campos de Lesbos. Ha hecho añicos el mito del refugio. Nuestros poemas se han convertido en playas desoladas y olas sin testigos.

Cuando esquives el ardiente beso, entonces, sólo entonces, querrá besarte.

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