Largas colas desde primera hora para votar en Madrid. Foto: La Sexta

Se abren las urnas. Los madrileños votan en unos comicios que se han planteado como la primera vuelta de unas elecciones generales. La jornada promete ser histórica y nada será igual a partir de mañana en la política nacional. Estas son algunas claves, en píldoras, que a falta del recuento definitivo pueden marcar el resultado final.  

MOVILIZACIÓN. La campaña electoral se había planteado como un enfrentamiento entre dos bloques antagónicos, derechas e izquierdas. El eslogan de campaña del PP de Isabel Díaz Ayuso, “comunismo o libertad”, ha fijado desde el principio las reglas y límites del debate político, más aún después de que la izquierda aceptara el desafío contraprogramando otro lema en un eje similar: “democracia o fascismo”. Más allá de esas cuatro cuerdas del cuadrilátero, se ha hablado poco de los problemas de los madrileños. Habrá que esperar para confirmar cómo ha afectado esta campaña extraña a la pulsión y tendencia del votante. Si ha calado el desencanto y la desafección entre el elector progresista, nutriendo el abstencionismo, la derecha que siempre acude a las urnas como un solo hombre tendrá media victoria en el bolsillo.

EL PP AYUSISTA. La figura de Díaz Ayuso ha ido creciendo a medida que avanzaba la campaña. Curiosamente, Pablo Casado ha quedado en segundo plano, oscurecido, opacado por el éxito de su delfina. A partir de mañana, si la presidenta consigue revalidar la mayoría para gobernar, el jefe de la oposición tendrá un serio problema de liderazgo personal e ideológico en su propio partido. ¿Qué PP emerge de estas elecciones autonómicas trascendentales? Borrada del mapa toda hoja de ruta centrista, la formación de la gaviota se debatirá entre una derecha dura (la casadista) y una extrema derecha folclórica y cañí (el ayusismo). Ese debate quedará pendiente hasta las nuevas elecciones generales, donde se verá si los españoles compran el discurso lepenizador de Ayuso, que en estos comicios ha virado claramente hacia un reaccionarismo ultramontano, mucho más allá del aznarismo que llevó a los genoveses a la victoria en 1996. La candidata madrileña carece de cualquier pudor o complejo a la hora de pactar con el fascismo posmoderno, de hecho, ya ha anunciado que su pacto con Vox estará servido en el caso de que no logre la mayoría absoluta y precise de apoyos de otras formaciones políticas. Esta práctica choca de lleno con el cordón sanitario que las grandes democracias europeas han colocado a los partidos nacionalpopulistas y con aquel histórico discurso que Casado lanzó desde la tribuna de oradores del Parlamento, donde supuestamente rompió con los nostálgicos del franquismo y les dijo que en el PP no son como ellos.      

LA INCÓGNITA SANCHISTA. A esta hora, a falta del escrutinio oficial, planea la gran incógnita de si la apuesta personal de Pedro Sánchez por Ángel Gabilondo surtirá efecto o si los socialistas firmarán una nueva derrota en Madrid. Al contrario que Casado, el presidente del Gobierno se ha implicado a fondo en esta campaña electoral sin eludir el reto directo y desafiante que le lanzaba Ayuso. La lideresa madrileña planteó las elecciones en clave nacional (o ella con su excéntrica idea de la libertad y los bares abiertos o Sánchez con sus medidas restrictivas de la movilidad contra la pandemia). Las últimas encuestas no dan un crecimiento importante en número de votos entre las filas del partido socialista, de modo que todo apunta a que la maniobra trazada por Moncloa no ha dado el resultado apetecido. A falta del desenlace final, los madrileños parecen valorar más la estrategia libertaria contra el virus –es decir, salvar la economía a toda costa aunque la plaga siga propagándose–, que el proteccionismo intervencionista y sanitario propuesto por el PSOE sanchista. En realidad, tras el órdago lanzado por Ayuso, “comunismo o libertad”, se esconde un dilema mucho más profundo y real: dinero o salud. Los votantes han optado por la cartera. Tampoco ha ayudado demasiado a despertar la ilusión de los socialistas que Gabilondo se haya mostrado como un candidato soso y moderado, alguien que por momentos compraba propuestas de la derecha como la congelación de impuestos.

MÁS MADRID. Mónica García se ha revelado como la gran sorpresa de esta campaña electoral. Su tono beligerante contra la ultraderecha, pero sin histrionismos, y su discurso pragmático sobre los problemas reales de los ciudadanos (Sanidad pública, escudo social, economía verde y sostenible y feminismo) han encontrado eco y aceptación en buena parte del bloque progresista. Todas las encuestas dan una tendencia al alza al partido de Íñigo Errejón, pero habrá que esperar, ya que no es la primera vez que un partido de izquierdas alimenta claras expectativas para desinflarse en la madrugada electoral.

EL EFECTO IGLESIAS. Cuando decidió abandonar la Vicepresidencia Segunda del Gobierno con el fin presentar su candidatura a la Presidencia de Madrid (lo cual era tanto como bajarse al barro y a las trincheras de la campaña electoral), los sondeos daban a Pablo Iglesias y a su partido, Unidas Podemos, un pobre resultado. Incluso se sugirió que podía quedar fuera de la Asamblea Regional al no poder superar el umbral mínimo del 5 por ciento de los votos. Hoy la formación morada parece que logra salvar los muebles merced a ese impulso in extremis de su líder, pero sigue caminando en el alambre. Todo apunta a que Iglesias pagará el desgaste del poder tras su paso por el Gobierno central, de manera que estas no serán las elecciones de Unidas Podemos, un proyecto que se encuentra en proceso de reestructuración de la mano de la virtual sucesora Yolanda Díaz.

CIUDADANOS. En el partido naranja contienen la respiración. La sombra de la debacle es más grande y negra que nunca. El candidato Edmundo Bal no ha conseguido frenar la fuga de votantes hacia el PP y Vox. Los últimos casos de transfuguismo y la fallida moción de censura de Murcia han resultado letales para el partido de Inés Arrimadas, que ha perdido buena parte de su credibilidad ante la sociedad española. Es más que probable que a partir de mañana haya un partido menos en la Asamblea Regional.

VOX. Hundido Ciudadanos, a Díaz Ayuso solo le quedará pactar con la extrema derecha en el caso de que no logre los escaños suficientes para ser investida presidenta de Madrid. La formación ultra ha planteado una campaña sucia con constantes apelaciones al odio contra el inmigrante y al guerracivilismo del pasado. Su discurso xenófobo y ultranacionalista ha encontrado una audiencia entre las clases pudientes y también entre las bolsas de pobreza de los extrarradios de la capital, desencantadas con la gestión de la izquierda en esta pandemia. Tampoco será esta la noche en que veamos cómo el partido de Santiago Abascal sorpasa al PP, pero podría subir varios escaños, lo cual es todo un logro, una victoria nada desdeñable. El suflé no se desinfla y lejos de que Vox parezca un proyecto agotado, todo apunta a que los posfranquistas han llegado para llegarse. Sus líderes ya piensan en mejorar expectativas electorales en las próximas generales. Sin duda, este país tiene un grave problema con la extrema derecha.

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