La moción

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Por motivos que no son de exponer me he echado al cuerpo la moción de censura.  Mientras escribo estas líneas todavía resta la votación final aunque, ante la previsibilidad del escrutinio, no parece aventurado explicitar mis particulares conclusiones.

Era una moción para perder mas, en ocasiones, para ganar hay que perder. Queda por dilucidar quién o quiénes han perdido y quién o quiénes han tenido mejor suerte.

Otra cuestión que habrá que abordar es si la moción, aún previendo el resultado, estaba o no justificada. Todo partido, y VOX entre ellos, busca el protagonismo; eso que llaman ahora marcar la agenda. Pero esto no es censurable porque, se serlo, no quedaría ni un sólo partido sin tacha.  La cuestión por esclarecer es ésta: ¿había razones objetivas, de suficiente calado, que justificasen la interposición de una moción de censura? Lo veremos.

La coalición del actual gobierno es legítima, pues se asienta en el Derecho, pero inmoral, pues supone una estafa política de proporciones siderales. Recuerden, quien quiera recordar, que, ante la desconfiada insistencia de periodistas y adversarios, Pedro Sánchez fue contundente. Prometió que jamás, nunca, bajo ningún concepto, pactaría con Podemos, a quienes profirió graves acusaciones, ni con independentistas. En apenas un suspiro, Pedro Sánchez abjuró con el misma solemnidad con la que juró. Ni un sonrojo, ni una explicación, ni rastro de contrición alguna.

Confieso mi amor a la palabra y detesto su uso espurio. No es admisible que se tilde de criminal a un gobierno a menos que se demuestre su voluntad deliberada en la comisión de un crimen. Háblese, si se quiere, de negligencia o impericia pero evítense gruesos y desaforados calificativos  porque, en efecto, el verbo puede ser tanto o más vigoroso que la espada; para bien o para mal.

A la gripe de 1918 la llamaron española porque en nuestro país situaban su germen, aunque algunos investigadores mantienen opiniones distintas. Unos hablan de Francia, otros de China y algunos estudios sitúan los primeros casos en la base militar estadounidense de Fort Riley.

Fuera o no España el epicentro nos tocó el san benito. Ocho millones de infectados y unos trescientos mil muertos en España, aunque pongamos los datos en cuarentena porque si hoy resultan complicadas las estadísticas, imaginen a principios del siglo XX.

A la pandemia de hoy, eufemísticamente conocida como COVID-19, la llamaré China pues en China se originó, por mediación de la fatalidad, o tal vez alguien la fabricó quién sabe por qué y para qué. Y es que a los bichitos de laboratorio les pasa lo que a las pistolas, que las carga el diablo. En el hemiciclo, sabe usted, nadie quiere pronunciar la palabra China; unos porque allí mandan los que creen suyos y otros porque hay mucha pasta y tan bien maridan las ideas y el dinero que acaban siendo una misma cosa.

A lo que iba. La pandemia de origen chino ha supuesto un torpedo en la línea de flotación en un barco ya agrietado en su casco, desgarrada en parte la vela mayor y con demasiada holgura en el timón. Un navío llamado  Españaal que le acechan mares embravecidos y tormentas de incierto desenlace. Parece una evidencia no contradicha que España es el país del mundo con peor parte médico y no mejor pronóstico. En términos porcentuales, la más alta letalidad y la más elevada contagiosidad de facultativos sanitarios, sin olvidar la tremenda caída del producto interior bruto, el aumento de desempleo y el cerrojo de empresas. Si la pandemia es global y España tiene las peores cifras habremos de colegir que España ha soportado la peor gestión. Los cargos tienen sus cargas y, en ocasiones, hay laurel y en otras pimienta.

Honestamente creo que hemos perdido todos, sin excepción. Ha ganado la mediocridad, el narcisismo, la soberbia, el egoísmo y la indolencia de esta clase política que, a la postre, es fiel reflejo de la sociedad a la que pertenece. Porque la sociedad no sólo participa de muchos de los males que tan bien conocemos en nuestros políticos sino que es cómplice, por acción u omisión, de la esperpéntica tragicomedia que, para hartazgo de la platea,  un día y otro también se representa en la Carrera de San Jerónimo.

La situación es tan dramática y tan negro el horizonte que los trescientos cincuenta diputados del Congreso deberían aplazar sus legítimos y particulares fines políticos para unirse en torno a un proyecto de reconstrucción nacional. No es momento de censuras pero tampoco es tiempo de nacionalismos, ni de anhelos republicanos. No es tiempo, tampoco, de disensiones competenciales que únicamente devalúan la eficacia de las medidas. No es tiempo de protagonismos sino de sincera y fiel colaboración. Urge la creación de una comisión donde estén presentes las mejores cabezas del país en las ciencias de la medicina y de la economía. En España sobra el talento, tantas veces invocado y tantas veces ignorado. Urge que todos nuestros representantes cuelguen sus chaquetas, remanguen los puños de sus camisas y pongan su mejor empeño y saber al servicio de España y de los españoles.

Hace apenas unos días, PSOE y Unidas Podemos votaban a favor del Proyecto de Presupuesto de la Cámara Baja, en el que se incluía una subida salarial a diputados, senadores y altos cargos. PP y VOX votaron en contra. Felizmente e instados por la presidenta del Congreso, socialistas y podemitas dieron marcha atrás.

Si en 1985 González y Ledesma enterraron a Montesquieu, ahora Sánchez e Iglesias desean exhumarle para incinerar los pocos huesos que de él queden. Quevedo dejó escrito que donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Pues en eso andan algunos, en que la razón de la fuerza prevalezca sobra la fuerza de la razón. Controlada la abogacía del Estado, la Fiscalía General del Estado y el Consejo General del Poder Judicial, la Justicia servirá al poder y no a la Ley. Y nadie estará a salvo.

Hasta donde yo sé no es posible un Estado de Derecho sin una efectiva y real separación de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.

El gobierno, con una mano, exhorta a la responsabilidad y lealtad de todos para vencer a la pandemia. Pero con la otra mano intenta dar la puntilla a una justicia ya agonizante. Y, cuando millones de españoles pasan por severas dificultades, proponen una subida de sueldos para sus excelsas señorías.

La moción de censura nos ha recordado lo que ya sabíamos pero también ha revelado información interesante. Ya sabíamos, por ejemplo, que Pedro Sánchez es un mentiroso patológico para quien el ego y la ambición ocupan tanto espacio que ya no cabe nada más. Sabíamos, también, que Iglesias es hábil e inteligente y que tiene un plan para España: el mismo que a dentelladas derribó el Muro de Berlín. El mundo pudo saber lo que ya intuía; que la angustiosa ficción imaginada por George Orwell en 1949 se hizo carne en la penitenciaría comunista.

Sabíamos, igualmente, que la presencia de nacionalistas vascos y catalanes en la sede de la soberanía nacional es un insulto a la inteligencia y un atentado contra la dignidad del país. Una cosa es no perseguir las ideas y otra pagar las nóminas y prestar altavoces a quienes, con luz y taquígrafos, dedican todo su saber y energías en debilitar la nación española.

Lo de Casado no lo esperábamos. Sí sabíamos que no ha cotizado un solo día fuera del paraguas del PP y que su formación universitaria, lograda en un santiamén tras su llegada a la política, sólo está al alcance de superdotados o de pudientes con posibles y amistades (no sé si peligrosas como las de Stephen Frears). Piensen lo que quieran porque yo lo tengo claro. Sabíamos, de igual modo, que es de oratoria brillante y que, aún sin papeles, lo borda. Un don; sin duda. Pero los dones debieran estar para hacer el bien y no para despellejar a quien fuera compañero de viaje. Barrunto que Casado debió mirarse en el espejo para hallar inspiración pues sólo así se entiende el inmisericorde juicio “ad hominem” al que sometió a Santiago. En efecto, la vida laboral de Santiago no difiere mucho de la de Casado ni de la de tantos otros diputados.  Pero mientras Casado andaba con acné juvenil, Santiago ya se jugaba la vida como concejal del PP en el Ayuntamiento de Llodio, en el que estuvo dos corporaciones consecutivas (de 1999 a 2007) Como también el padre de éste, Santiago Abascal Escuza, que nunca supo si sobreviviría al día siguiente. Histórico de la extinta Alianza Popular y dirigente local del Partido Popular de Álava durante más de treinta y cinco años, concejal en el Ayuntamiento de Amurrio, miembro de la Ejecutiva del País Vasco y portavoz en las Juntas Generales de Álava.

Pablo. Santiago abandonó un mullido sillón por una aventura incierta y lo hizo por sus ideas y principios. Y no olvides jamás que tu deslealtad para quien se jugó la vida en la defensa de las ideas que hoy te cobijan es de una ingratitud ciclópea.

Jugaste a ser un hombre de Estado, sacudiéndote el polvo de diestra y siniestra. Todos los analistas te dan por ganador. Un gran discurso. Enhorabuena. Pero faltaste gravemente a un guerrero de la democracia y alegraste el día a quienes, en medio de la tragedia, maniobran para controlar la Justicia, apoyan su subida de sueldos o sueñan con reducir la nación más vetusta de Europa a una mera ensoñación. Tan afanado estabas por marcar distancias con VOX que olvidaste a quienes, aquejadas de misandria y misoginia selectiva, gestionan la política de igualdad del país. Pues algunas defiendes a sus mujeres pero no a las mujeres. Tan pendiente estabas de las encuestas que olvidaste a quienes usan la Historia no para reparar agravios sino como instrumento con el que sembrar odio entre generaciones que nacieron muerto el Caudillo.           

Me gustaría que las cosas fuesen de otra manera; que todos aparcaran sus metas y aunaran esfuerzos para vencer la adversidad. Pero, como a muchos, la luz me entró por las heridas y sé que esto no pasará.

En lo que a mí respecta, siempre estaré junto a José Antonio Ortega Lara y junto a todos los mártires de la democracia porque gracias a ellos,  entre otras cosas, escribo en libertad. Fueron ejecutados por pensar diferente o simplemente por estar en el lugar y hora equivocados. Los legatarios blanqueados de los asesinos tildan hoy de fascistas a quienes se niegan a mancillar la memoria de las víctimas. La enésima señal de la decadencia ética de estos tiempos.

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