El Vietnam de Sánchez

Tensión antes de que Gobierno y Generalitat se sienten por primera vez para hablar del conflicto catalán

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Pedro Sánchez presenta buenos datos ecoómicos. Pablo Casado se niega a renovar el CGPJ.
Pedro Sánchez en una imagen de archivo.

Iceta lo soltó en plan de coña, como una boutade si se quiere, pero no hay duda de que la mesa de negociación sobre Cataluña va camino de convertirse en un nuevo Vietnam para Pedro Sánchez. En concreto, lo que dijo el ministro de Cultura y Deporte, no sin retranca, es que el cara a cara entre Gobierno e independentistas catalanes le recordaba a “las conversaciones de paz después de la guerra de Vietnam, que se estuvo discutiendo mucho tiempo si la mesa era redonda, cuadrada u octogonal”. Y a buen seguro que será así. En cuanto la mesa esté puesta con su mantel, sus jarrones de porcelana con flores rojas y amarillas, sus botellas de agua mineral y las banderas de España y Cataluña presidiendo el acto, los participantes empezarán a ponerle peros a todo. Cualquier detalle por insignificante que parezca tendrá una importancia capital y puede ser causa de que unos u otros se levanten de la silla, de manera airada y haciéndose los ofendidos, para largarse con viento fresco.

El ambiente sigue estando demasiado caldeado pese a la más que evidente desinflamación de los últimos meses. El independentismo acude más dividido que nunca a las conversaciones de pacificación, como se ha visto en la pasada Diada, donde al presidente de ERC, Oriol Junqueras, lo abuchearon y le gritaron botifler durante la tradicional ofrenda floral. Por si fuera poco, el asunto de la ampliación del aeropuerto de El Prat no ha venido precisamente a crear un clima distendido sino más bien todo lo contrario. La decisión del Gobierno de suspender la inversión de 1.700 millones para la obra ha escocido en Barcelona y es uno de los escollos que amenazan con romper el diálogo.

Por si no había suficientes cuitas pendientes, el proyecto aeroportuario, el hub, ha venido a abonar un terreno de aún mayor inestabilidad en los días previos a la mesa de negociación. La extraña polémica que se ha desatado en torno a una obra que afectaba a un paraje protegido como es la laguna de la Ricarda todavía no ha sido bien explicada por ninguna de las partes. O dicho de otra manera: el galimatías a cuenta de esta infraestructura es de tal calibre que ya nadie entiende nada. Parece claro que, en el Gobierno central, el PSOE estaría a favor de una ampliación que podría atraer a 14 millones de turistas más cada año a la Ciudad Condal, mientras que su socio Unidas Podemos se posiciona claramente en contra al considerar que destruir la laguna natural sería un atentado ecológico con cientos de patos muertos y además chocaría con la agenda verde 2030 del propio Ejecutivo socialista y las disposiciones europeas. Un dilema similar se ha abierto en el seno del Govern, donde en un principio Junts parecía más proclive a firmar los papeles del proyecto mientras que Esquerra de ninguna manera estaba dispuesta a aceptar el “paticidio” de la Ricarda.

No obstante, ambos socios indepes lograron consensuar un documento de mínimos que elevaba el listón de las condiciones ecológicas al plan de Aena. Pero faltaba la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, para convertir el rompecabezas en irresoluble al situarse claramente en contra por el riesgo de desastre natural que entrañan las obras. Finalmente, y dado el barullo montado, Moncloa decidió paralizarlo todo, lo que fue aprovechado por Junts para arremeter contra ERC y contra el Gobierno de España con el habitual discurso victimista de “con los españoles no se puede ir ni a la esquina”, “nosotros ya lo dijimos” o el clásico “no nos podemos fiar de Madrid”. Eso ha generado disensiones en el bloque independentista y un escenario aún más incierto de cara a la mesa de negociación.  

La incógnita es Sánchez

¿Ha sido todo este embrollo una celada o trampa de Pedro Sánchez, el tahúr no ya del Misisipi, sino de la charca de la Ricarda, para resquebrajar todavía más a la delegación catalanista? Puede. ¿Estamos ante una maniobra del Estado español para que se hable de las obras en el aeropuerto y no de referéndum, ni de autodeterminación, ni de independencia? Es más que probable. Si en algo ha destacado Sánchez en estos años en la Presidencia ha sido en su capacidad para sacarse ases de la manga cuando nadie se lo esperaba. En cualquier caso, no deja de tener su cierta sorna que el debate principal de cara a la mesa de negociación no se centre en si referéndum sí o referéndum no, en si República o Monarquía o en si federalismo o secesionismo, sino en lo que va costar un aeropuerto, lo que nos devuelve otra vez a los tiempos del pujolismo, cuando se intercambiaban transferencias por pesetes. El conflicto en Cataluña hace tiempo que se convirtió en un delirio incompresible para cualquier mortal.

Pero es que en las últimas horas se ha suscitado otra polémica que pone la mesa al borde de su clausura antes de haberse inaugurado: si Pedro Sánchez va a asistir finalmente o piensa delegar en otros porque todo está ya decidido de antemano y no se va a hablar de nada sustancioso ni a atravesar ninguna línea inconstitucional. Sería un grave error tratar de reducir la negociación del problema catalán a un simple intercambio de competencias, dinero e infraestructuras sin entrar en el fondo del asunto. Tanto es así que la vicepresidenta de Junts, Elsa Artadi, ya le ha pedido al president Aragonès que no acuda “por dignidad institucional” si finalmente el presidente del Gobierno decide ausentarse.

Obviamente, cuando se refería a que la mesa de diálogo podía terminar como un nuevo Vietnam, el siempre agudo Iceta estaba utilizando solo una metáfora para referirse a la complejidad de las conversaciones que van a entablarse entre Moncloa y Generalitat. A nadie en su sano juicio se le ocurre que la cosa termine en una emboscada como en una película de Rambo con Aragonès diciendo aquello de “no siento las piernas”. Pero quién sabe, tal como están las cosas entre España y Cataluña cualquier cosa es posible.  

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