El 2 de septiembre de 2009, la mano de Felipe González, quiero imaginar que allá hacia media mañana, una mañana calurosa, agarró un bolígrafo y firmó bajo la frase “Reciba, presidente, mi respeto y afecto”. Después, alguien envió esa carta a un carnicero, a una bestia de la muerte, presidente de Sudán del Norte. Imagino que la bestia –la africana– recibió algunos días después la misiva, y con ella, le llegó también el afecto y el respeto de este otro hombre, el de aquí, el que fue presidente de España y sigue siendo buque insignia del PSOE.
Ayer, este mismo hombre puso la mano, seguramente esa misma mano que rubricó el afecto por el feroz criminal, en el fuego “por la honradez personal” de los ex presidentes andaluces Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
Por partes.
¿Presentaría usted su “respeto y afecto” a un dictador al frente de un régimen de terror, responsable de cientos de miles de muertes y violaciones, de la esclavitud de innumerables mujeres y niños, de millones de desplazados? ¿Acercaría usted su mano a una carta dirigida a él y firmaría bajo la despedida “Reciba, presidente, mi respeto y mi afecto”?
No. Ni usted ni yo. El ex presidente del Gobierno Felipe González, sí.
Lo hizo seis meses después de que el Tribunal Penal Internacional dictara orden de arresto –qué tarde– contra Omar al-Bashir, por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. Pero no hacía falta la intervención del TPI para que González supiera a quién enviaba su afecto. Cualquier dirigente internacional, cualquier interesado en el devenir de la política en África y cualquier ser humano preocupado por la lista de los carniceros que siguen repartiendo dolor y muerte por el mundo, lo sabía desde hacía años.
La mano de Felipe González conocía bien qué lomo acariciaba, qué carnes inocentes masticaban las fauces de aquella bestia a la que dirigía su afecto y su respeto.
Ah, las manos. Recuerdo uno de los lemas políticos que más me gustan de todos los que he tenido que leer en las sucesivas campañas de esta democracia nuestra. Aparecía en los carteles del PSUC de 1977 y decía: “Mis manos, mi capital”. Cada vez que algún político en los últimos años ha puesto “la mano en el fuego” por alguno de los suyos, me ha venido a la cabeza el eslogan del PSUC.
Aún estoy esperando que alguien dentro del PSOE actual diga en voz alta que la mano de Felipe González, la que mandó afecto al asesino, la que va de fuego en brasa, no forma parte de su capital. A estas alturas, temo que sí. Que esa mano es también su capital.
Felipe González ha hecho méritos de sobra como para que el PSOE lo expulsara del partido. Pero eso no sucederá, porque Felipe sigue manejando los hilos. Tristemente.