Es viernes en Shangai. Y llueve. ¿Qué importa si llueve en Shangai un viernes? ¿Qué importa si hay niebla en Shangai un viernes y los helicópteros no pueden volar? ¿Dejan por eso de estrellarse coches por las autopistas, de caerse obreros de edificios, de sufrir infartos los humanos por las calles? ¿Porque haya niebla, porque llueva?

Deberían quedarse en su casa todos: los obreros, los conductores, los que caminan por la calle cuando cae la lluvia y reina la niebla en Shangai; o en cualquier sitio. Así opina la Federación Internacional de automovilismo. ¿Y por qué la vida de un piloto de F1 vale más que la de un obrero de la construcción o la de los ocupantes de un coche familiar que van o vienen a casa o al trabajo?

Es repugnante, piensa el Piloto número 21, que no te dejen morir cuando has elegido un deporte, una actividad, en la que la muerte, la posibilidad de la muerte, es esencia y columna vertebral.

A nadie le gustó que muriese Jules Bianchi, pero su muerte dejó claro una vez más de qué se trataba: de estar dispuesto a perder hasta la vida para demostrar que eres piloto, mejor conductor, que los demás. Hasta la vida. Haya o no lluvia. Haya o no niebla.

Los timoratos miran con odio valiente y gritón – el alegre anonimato- al tigre, al Piloto número 21, cuando dice cosas como «añoro la muerte en la F1».

«¿No te das cuenta que esos pilotos tienen madre y padre?»

También tiene madre y padre los soldados, y los policías, y muchos otros profesionales. La posibilidad de la muerte está dentro del sueldo. La posibilidad de la muerte hace grande a quien la asume y enfrenta.

Un piloto de F1 asume la posibilidad de la muerte, y la enfrenta. Intentar quitársela, robarle esa posibilidad de morir convirtiendo para ello en ridículas farsas las carreras es insultarlos y ofenderlos. Insultar a Jim Clark, a Cever, a Rindt, a Senna…

Pero la niebla es poderosa. La niebla del miedo y la cobardía y la estupidez. La niebla que forman las normas y las contranormas en el mundo civilizado. Las normas que nos ahogan y no nos dejan vivir; y pretenden también impedirnos morir.

Viva la niebla y viva la muerte y viva la F1 como -a pesar de la niebla de las normas- aún es y siempre fue.

 

Otro burbon, por favor.

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