La literatura no se crea ni se destruye: se transforma

Bandaàparte publica Los escritores plagiaristas, la segunda entrega del Movimiento plagiarista

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En la primera secuencia del documental F for Fake, sobre la vida del falsificador de arte Elmyr De Hory, la cámara hace zoom sobre los guantes de Orson Welles, que deambula por el andén de una estación imaginaria. Las manos de Welles hacen desaparecer unas monedas ante los ojos de un niño. “El mago solo es un actor que hace de mago… Todo es un truco”, le susurra al oído. El niño mira a Welles. Sus ojos desprenden la misma inocencia y la misma fascinación con la que se leen las páginas de Los Escritores Plagiaristas (Bandaàparte, 2017), la última entrega del Movimiento plagiarista: una obra que reflexiona sobre la persistencia de la literatura y sus tótems a través de un juego satírico de espejos.

Aunque –pretendidamente- en este libro resuenan las voces de referencias consagradas de la literatura como Roberto Bolaño, Raymond Carver, Borges, Ray Loriga, Cortázar o Foster Wallace, el Movimiento plagiarista son en realidad cuatro escritores jóvenes “con ganas de agitar las aguas estancadas de la literatura”. Félix Blanco, filólogo e investigador, Daniel Jiménez, II Premio Dos Passos a la Primera Novela por Cocaína (Galaxia Gutenberg), Daniel Remón, guionista de películas como Casual Day y ganador este año del Premio Calderón de la Barca, y Minke Wang, dramaturgo y autor del poemario mòh (Amargord Ediciones). Y son eso, un movimiento. Uno genuino: con manifiesto, intervenciones y hasta cierto halo de misterio. Entonces ¿qué es realmente el plagiarismo? Ellos mismos lo explican así:

El plagiarismo es un mapa, un campo de maniobras, un simulacro y una trampa para ratones; un viaje, una búsqueda, una huida; una broma muy seria, una permutación más del alfabeto. También es un juego, un sofisticado laberinto de espejos deformes, una investigación incómoda y, por qué no decirlo, inútil. Quizá, más que nada, el Movimiento plagiarista sea una llamada de atención, una crítica de todos nosotros, una parodia de todos nosotros, una máscara, un libro imaginario y otras muchas cosas que todavía no es y que alguna vez será. 

En la tradición de colectivos artísticos como los italianos Luther Blissett -autores de Q, novela que llevó a la crítica a pensar que Blissett era el pseudónimo de Umberto Eco-, este juego con el estilo, la creación y la desacralización de la literatura que llevan a cabo los plagiaristas comenzó en 2014 con la publicación de Doce cuentos del sur de Asia, una exótica matrioshka literaria donde sus protagonistas descubren y estudian las principales obras de la literatura birmana, una invención en toda regla.

Según su manifiesto, “el plagiarismo y el humor son cosas muy serias”. Jiménez hace hincapié en la originalidad de su propuesta: “Nuestro libro, Los escritores plagiaristas, es importante decirlo, es una obra original. Se trata de un juego literario muy serio que intenta demostrar que otra literatura es posible. Una literatura honesta, que entronca con la tradición, que asume sus deudas y su legado, homenajeando a muchos autores precedentes, pero que al mismo tiempo intenta reivindicar la búsqueda de la originalidad en la transformación de los textos ajenos, creando a partir de ellos textos oblicuos que no existían antes y que son, por lo tanto, nuevos.” Si como decía James Joyce “pensamiento es el pensamiento del pensamiento”, para los plagiaristas la literatura sería algo así como la literatura de la literatura. Félix Blanco lo explica aludiendo a una declaración de Bolaño: “La literatura, el flujo clásico de la literatura, acepta y también está hecho de plagios consecutivos. Es decir, todos estamos escribiendo el mismo libro, a final de cuentas, y ese libro, a final de cuentas, es nada.”

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