La leyenda del caballero legionario

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La tarea del nuevo nacionalismo: reemplazar el débil intento de combatir movimientos románticos con armas románticas, por la firmeza de levantar contra desbordamientos románticos firmes reductos clásicos, inexpugnables (José Antonio Primo de Rivera, ensayo sobre el nacionalismo).

Son los años sesenta (época de los tecnócratas del Opus Dei y del primer gran flujo migratorio), como buen español tenía el derecho y el deber de trabajar y así lo hacía en una empresa de corcho. Casi siempre se desplazaba en coche tiburón con chófer, que lo recogía o llevaba a su vivienda, propiedad del Real Patronato de Casas Baratas, la verdad es que nadie entendía como aquél señor tan importante vivía en un barrio obrero. Ese hombre de traje gris, camisa blanca y corbata negra, conservaba rasgos de su juventud, alto y fuerte como un gran roble a sus sesentaypocos. Llevaba la misma rutina desde hacía años: de vez en cuando tertulia con su amigo Antonio Machín (el cantante de angelitos negros), y visita mensual a la Brigada de Investigación Social, donde pasaba algunas horas con un viejo conocido de la policía secreta, antiguo miembro de la División Azul…, poco más, ah! y una copita matinal de Soberano que es ¡cosa de hombres! De tarde en tarde, viaje para la matanza en su pequeño pueblo de Extremadura, gozo familiar cuando regresaba al barrio sevillano con nombre de Papa, llena las alforjas de quesos en aceites y otras viandas ibéricas.

Padre ejemplar, según el ideario del Movimiento Salvador de España acaudillado por el invicto Generalísimo, sus hijos (familia numerosa, por supuesto) estudiaban en colegios religiosos: los niños en los Maristas y Escolapios, las niñas en las Irlandesas: traspasar al hombre como cabeza de familia el derecho de propiedad que la naturaleza dio en particular; más aún el derecho éste es más fuerte cuanto son más las cosas que en la sociedad doméstica abarca la persona del hombre (León XIII, encíclica Rerum novarum, 9). El 26 de febrero de 1968 fallecía en terrible agonía, mientras echaba el hígado y las entrañas por la boca, aquél capitán de la Legión que había sido compañero en las colonias africanas del César Visionario (Francisco Umbral), había vivido sesenta y tres años. Días antes de su muerte, confesó a uno de sus hijos, la pena que suponía para él no haber podido continuar su carrera militar: en la otra España, serías el hijo de un general, fueron sus últimas palabras… La ruina y casi la indigencia cayeron sobre esa familia con furia, sin tiempo para guardar el luto por tan cruel muerte.

De familia acomodada y tradicional, natural de Segura de León (Extremadura), sus grandes cualidades artísticas (excelente pintor y tenor) no le llevaron como a tres de sus hermanos a tomar pincel y gubia, prefirió hacer carrera militar con los hábitos del novio de la muerte. Siempre en primera línea, numerosas trifulcas contra los moros por esas tierras de Alhucemas, hizo que se llevara algún que otro perdigonazo. En una de ellas, salió tan mal parado que lo dieron por muerto, pero la parca estaba a tope y él no cabía, así que inexplicablemente sobrevivió. En esos años, obtuvo varias condecoraciones al valor y otras distinciones por acciones heróicas: si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas (Don Quijote de la Mancha).

El 18 de julio de 1936, levantó el César la espada como un guerrero de antaño (Federico de Urrutia). La parte del Ejército que se sublevó esperaba asumir de nuevo el poder decisorio en la vida política española, en vez de aceptar su papel de estar al servicio de una democracia liberal o de un socialismo (Ramón Tamames, Una Idea de España). Aquél fallido golpe de estado, será el comienzo de una terrible guerra llena de asesinatos y ajustes de cuentas… En Barcelona se encontraba el caballero legionario cuando estalla la noticia y de inmediato se pone a las órdenes del gobierno republicano, se había convertido en desertor y traidor a la Patria a los ojos de sus hermanos del Tercio.

De pie a la derecha.
De pie a la derecha.

Ascendido a comandante, fue enviado al frente de Córdoba, donde se encargará de las transmisiones en primera línea, allí desobedecerá una orden, evitando la masacre de sus hombres, a pesar de ello, se impone el criterio del incompetente de turno y es degradado, siendo encarcelado por brevísimos días, elemental, era de los pocos militares profesionales que disponía la República (probablemente el único en la zona), así que es restituido de inmediato con todos sus “perejiles”. Nuevamente tomará el camino de Ténaro hasta el infierno de la batalla, sin un óbolo que dar a Caronte, no le dejará atravesar los pantanos de Aqueronte, al fin y al cabo el viejo barquero de almas no estaba por la labor de ser castigado nuevamente para que otro viviente como Heracles penetrase en el mundo de los muertos: las Keres no habían sido capaces de beber la sangre que brotaba de sus heridas de balas.

Conducido a Pueblonuevo del Terrible, estaba al frente de la cárcel un señor apodado el Garbancero, muy sinvergüenza y chupón (José Santiago Sánchez, Camino al Andar). En cada amanecer se preguntaba si sería la “próxima alma en ser salvada” a la voz de un “militar rebelde”, o como decía el general Queipo de Llano “dadle café, mucho café», que era su manera de ordenar una ejecución (Ian Gibson, el hombre que detuvo a García Lorca). Con caña se fabricó una pluma y hacía pinturas y retratos a los presos que eran bastantes, otras veces les obsequiaba con algún aria, pero sobre todo les daba valor…, hasta que en juicio sumarísimo fue condenado a morir… Su familia muy bien avenida con el nuevo régimen, supo mover ficha para salvarle la vida y dicen que alguien muy importante que fue compañero suyo en África le conmutó la pena por doce años y un día de cárcel.

Nunca dejaría de ser un preso y aquél hombre, que llegó a enriquecer a un empresario “muy reputado”, aquél viejo militar, destrozado por las balas y palizas recibidas durante tantísimos años (al menos una al mes, para recordarle la bondad del régimen por acogerlo como al hijo pródigo), aquél ejemplo de la “generosidad” del dictador, murió sin conocer lo que más ansiaba: la democracia.

En el primer gobierno de Felipe González se promulgó la ley 37/1984 el 22 de octubre, de reconocimiento y servicios prestados a quienes durante la Guerra Civil formaron parte de las Fuerzas Armadas. Fue la primera “justicia histórica”, aunque justicia a medias, porque no les restituía su honor (hay que entender la valentía del gobierno socialista recién constituido, aún con el ruido de sables sobre sus cogotes). No resultó fácil, el expediente de Cipriano Pérez Jiménez se encontraba “perdido, extraviado” en los archivos de Capitanía General en Sevilla. Gracias a la tenacidad de un amigo de la familia que entonces hacía la mili en el servicio jurídico, se pudo rescatar la documentación y por fin se hizo justicia: su esposa fue indemnizada con casi un millón de pesetas (de los de entonces) y paga de viudedad… Desgraciadamente aquél comandante republicano y caballero legionario, no pudo volver a respirar los aires de libertad después de tantos tiros y huesos quebrados en aquél reino de las sombras, paraíso de los soñadores (Inmanuel Kant).

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