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La letra pequeña de Iberdrola y Orange

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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El pasado 9 de julio —aquí, en Diario 16— publiqué una colaboración, titulada “La letra pequeña”. En este artículo denunciaba el uso sistemático, embaucador, tramposo, torticero y fraudulento de la letra pequeña en los contratos que presentan las entidades financieras y las compañías de seguros a sus clientes. Ahora bien, me quedé corto en la denuncia. El mal es mucho más grave y generalizado. Por eso, se podría hablar de pandemia de la letra pequeña en este patio de Monipodio, en este país de pícaros, también de guante blanco, que es España. Y ha sido y es tan generalizada esta pandemia que dio lugar al sintagma “letra pequeña”, de uso corriente en el español de hoy.

Hace algún tiempo, recibí, por correo postal, dos envíos publicitarios: uno, de Iberdrola; y el otro, de la compañía telefónica Orange. Y en ambos mensajes, además de la letra grande para engatusar al consumidor-cliente, hay su correspondiente dosis de letra pequeña para embaucar, engañar, estafar,… y llevarse al huerto a las víctimas propiciatorias: los despreocupados, confiados y cándidos consumidores.

Los mensajes publicitarios, según la teoría de la comunicación elaborada por el lingüista ruso Roman Jakobson (cf. ensayo “Linguistique et poétique”, in Essais de Linguistique Générale), desempeñan varias funciones y con ellos se intentan conseguir varios objetivos. Por un lado, informan sobre la existencia de un nuevo producto (función referencial). Por el otro, sirven para influir, animar y empujar a los lectores cándidos y confiados a consumir el producto dado a conocer (función conativa o incitativa). Y para conseguir lo primero (informar) y, sobre todo, lo segundo (empujar a consumir), los creativos de las empresas de publicidad cuidan y miman la redacción (función poética) y la edición o “mise en page” (función fática) de los mensajes publicitarios.

Los mensajes de Iberdrola y de Orange, a los que he hecho referencia ut supra, son ejemplos prototípicos o paradigmáticos, que ilustran la teoría de Roman Jakobson y que están en la base de nuestra sociedad de consumo compulsivo y desenfrenado, y del engaño sistemático de los consumidores. En los mensajes de Iberdrola y de Orange, como no podía ser de otra manera, se da una de cal, en letra grande; y otra de arena, en letra pequeña.

Iberdrola ofrece, en letra grande, un ahorro en la factura del gas (-30%) y de la luz (-10%). Para ello, sólo había que llamar a un teléfono 900 (gratis) o entrar en una web o visitar uno de los establecimientos colaboradores. Esta manzana de Iberdrola es muy tentadora y, sin duda, cautivó y embelesó a muchos Adanes. Ahora bien, la manzana de Iberdrola está “forona” (como dice mi tía Carmina, la de Almagarinos, Bierzo Alto), i.e. tiene el gusano letal dentro. En efecto, en letra pequeña está el engaño y, también, el castigo para el incauto y confiado consumidor: los ahorros en la factura del gas se producirán sólo si se contrata un servicio de mantenimiento de gas, sólo durante 12 meses y, ¡cuidado!, si el Adán de turno no permanece 12 meses, penalización al canto; los descuentos para la luz, por su lado, tienen dos condiciones: sólo durante unos meses y sólo si se contrata el Plan Hogar Electricidad. Y no entro, hoy, en el análisis lingüístico del lenguaje farragoso y opaco utilizado en la letra pequeña ilegible.

Orange es otra Eva tentadora, que intenta también hacer pecar a sus clientes con teléfono prepago, con guiños o anzuelos “conativos” en letra grande y con fotos de móviles: renueva tu móvil al mejor precio, con un 20% de descuento y obtendrás hasta 261 € por tu móvil usado. Todo es muy fácil y rápido: entra en la web de Orange, elige un terminal y, en 48h., lo recibirás en tu domicilio; y “Tu vida cambiará con Orange”, según reza el lema de la campaña. Ahora bien, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (terminales con prestaciones de última generación: táctiles, acceso a Internet, cámara de fotos), se intenta enjaretar o endilgar la “tarifa Delfín” (4,24 € semanales, para tener acceso a Internet) a aquellos usuarios que tienen teléfono prepago y que lo utilizan de higos a brevas (en viajes y poco más), creando una necesidad donde no la había ni la hay.

Acabo de poner el dedo lingüístico en las llagas de la letra pequeña de Iberdrola y de Orange. En ambos casos, sus propuestas-oferta están tan condicionadas en la letra pequeña, que más que una oferta son un engaño en toda regla. Ante este llover sobre mojado y siempre sobre el desprotegido y cándido consumidor, ¿dónde está la Administración, en qué ocupa su tiempo de trabajo o su tiempo libre o qué piensa hacer para poner coto a tanto Alí Babá de guante blanco que anda suelto?

Ante esta publicidad engañosa, habría que rectificar y adaptar, para la ocasión, la máxima de Anaxágoras que reza así: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”. Y escribir en su lugar: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es de la Administración”, que ha hecho dejación de sus funciones y que no proporciona, a los consumidores, ninguna tutela, ninguna protección, ni ninguna seguridad en las actividades comerciales o contractuales. Y si la Administración no proporciona seguridad, ¿para que queremos la Administración?

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2 COMENTARIOS

  1. Esta balanza está totalmente vencida hacia el lado del poderoso, con la ayuda además de quienes se supone deben velar por su equilibrio.¿Los políticos de otros países son también igual de miserables que los de España? ¿O en el país donde nació la novela picaresca es distinto? Me encantaría saber su opinión.Gracias

    • Sr. Sánchez:

      • Como dice un clásico refrán castellano, “en todos los sitios cuecen habas”. Por eso, creo que, en general, los políticos de todos los países están al servicio de aquellos que nunca se presentan a las elecciones. Y, como recompensa, les financian las campañas electorales y les proporcionan unas puertas giratorias que les dan acceso, una vez terminada la vida política, a suculentas remuneraciones crematísticas.

      • Dicho esto, hay que precisar hay grados y grados de subordinación y de corrupción. En países de nuestro entorno, cuando un miembro de la casta política es cogido con las manos en la masa, tiene la decencia de dimitir de sus puestos y de hacer mutis por el foro. Esto es algo que no vemos en las Españas.

      Un cordial saludo

      Manuel I. Cabezas

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