La letra pequeña

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La martingala de la letra pequeña.

La esclavitud es la subordinación, la sumisión o la explotación totales de un ser humano por otro ser humano. El estatus de esclavo transforma al ser humano en un objeto o instrumento o máquina de producción y de enriquecimiento personal de otra persona. Esta explotación total del ser humano tiene orígenes distintos (vencidos en guerras, pueblos conquistados, deudas, etc.) y ha adoptado diferentes formas a lo largo de la historia. Sólo tres pinceladas para ilustrar algunas manifestaciones históricas de la esclavitud.

Entre los romanos, y esto quedó recogido en el Derecho Romano, si un ciudadano no pagaba sus deudas, el acreedor podía cogerlo y llevarlo, manu militari, ante el pretor, que ostentaba el poder judicial. Y si éste emitía un veredicto condenatorio, el acreedor podía vender al deudor en pública subasta para recuperar la deuda o forzarle a trabajar para él el resto de su vida.

En la Edad Media y durante varios siglos, los piratas y los berberiscos patrullaron todo el Mediterráneo secuestrando y convirtiendo en esclavos a los cristianos que surcaban el Mare Nostrum. Sin embargo, no los utilizaban para hacerles trabajar, sino para intercambiarlos por un suculento rescate crematístico. Este comercio humano fue tan importante y tan grave que, a finales del siglo XII y principios del XIII, surgieron dos órdenes religiosas (la Orden Trinitaria y la Orden de la Merced), con el objetivo de redimir, previo pago pecuniario, a los cristianos en manos de musulmanes y piratas, tanto monta, monta tanto. Dos rescatados ilustres fueron el Cristo de Medinaceli, muy venerado en la Villa y Corte, el primer viernes de marzo, y Miguel de Cervantes. Por el primero, los PP. Trinitarios pagaron un rescate equivalente a su peso en oro (30 monedas de oro). Por el Manco de Lepanto, abonaron, en 1580, 500 ducados de oro.

En la actualidad, la esclavitud sigue existiendo, tanto en sus formas tradicionales (aún hay 27 millones de esclavos en el mundo), como en forma de nuevas esclavitudes. Entre estas últimas, en países como España, está la modalidad de esclavitud propiciada y provocada por esos piratas de cuello blanco, que tienen sus guaridas en esas modernas cuevas de Alí Babá, que son las entidades financieras y las compañías de seguros. ¿El medio utilizado para reducir a esclavitud a millones de ciudadanos? La “letra pequeña” de los contratos y documentos que presentan a sus confiados y cándidos clientes.

Hace algunos meses, en una sucursal bancaria de Cerdanyola del Vallès, intenté abrir una cuenta corriente. Cuando el empleado me presentó el contrato de la misma, constaté que, en el clausulado del contrato, se había utilizado una tipografía tan pequeña, que lo hacía prácticamente ilegible. Estaba escrito en lo que tradicionalmente se denomina “letra pequeña”. Reclamé un contrato más legible y cooperador (sin letra pequeña), pero la entidad financiera no pudo o no quiso entregarme un contrato ortodoxo, transparente, legible y cooperador (i.e. en tipografía tipo 12, que es el tipo estándar).

Ante esta vivencia personal y de vuelta a casa, revisé los contratos de otras cuentas con otras entidades financieras y de distintos compañías de seguros (casa, coche, mutua de seguro médico) y, en todos, había un denominador común: todos estaban redactados en letra pequeña, ilegible, no-cooperadora y, por lo tanto, embaucadora. Ésta es la práctica habitual y generalizada de bancos y compañías de seguros: contratos en letra pequeña para que los clientes los firmen a ciegas, sin haberlos podido leer previamente. Y después pasa lo que ha pasado con la basura financiera (créditos hipotecarios-trampa, preferentes, deuda subordinada perpetua, etc.) y con los seguros de todo tipo, productos comercializados por esos “tontos útiles” y cooperadores necesarios (el personal de tropa) de las sucursales bancarias o de las corredurías de seguros.

En otra ocasión, analizaré el tipo de lenguaje utilizado en esta literatura opaca, farragosa y engañosa, que es un auténtico jeroglífico incomprensible, incluso para los propios comerciales de bancos y compañías de seguros. Hoy levantemos acta simplemente de lo que los lingüistas llamamos la “mise en page” (o edición o presentación material) de los contratos, en los que se utiliza sólo letra pequeña. Ésta, según la acepción tradicional, sirve para dar forma a las cláusulas secundarias de un contrato, que generalmente figuran en él en caracteres pequeños.

Ahora bien, los contratos, que proponen a la firma las entidades financieras y las compañías de seguros, están redactados sólo en letra pequeña. ¿Por qué? La letra pequeña es el instrumento moderno para esclavizar, sine die, a los confiados y cándidos clientes de hipotecas y/o de basura financiera y/o de seguros. En efecto, cada vez son más los poseedores de hipotecas que se están quedando sin sus viviendas, pero conservando la deuda del crédito hipotecario; son varios millones las familias que han puesto en peligro sus ahorros de toda la vida; y todo ello a causa, entre otras cosas, de la letra pequeña, que los ha convertido en los auténticos esclavos del siglo XXI.

Ante todo esto, me he preguntado si los bancos y las compañías de seguros utilizan la letra pequeña en los contratos porque tienen inquietudes y conciencia ecológicas, porque piensan en el futuro de nuestro planeta y porque ponen en práctica el “principio de la sostenibilidad”: consumir menos papel e indultar, en consecuencia, millones de árboles. No lo creo. Basta con tener en cuenta los resultados producidos con el uso de la letra pequeña: engaño, estafa y desvalijamiento a los pequeños ahorradores. Más bien, creo que la letra pequeña es pequeña para que los clientes no la lean; más bien creo que si la letra pequeña fuera más grande, leeríamos más y nos engañarían menos. Ante el contrato que me presentó el comercial de la entidad financiera de Cerdanyola (cf. ut supra), yo me dije: “no sé si la letra es muy pequeña o yo necesito gafas”. Lentes ya tengo. Ergo, la letra era pequeña y, con ella, pretendían engañarme y esclavizarme.

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