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La lana, tan suave y áspera a la vez

Susanna Barranco presenta en su nuevo poemario ‘Lana en la garganta’ un intenso recorrido por eso intangible que nos atenaza y frena a cada instante de nuestra existencia

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análisis

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¿Cuántas veces has tenido la sensación de querer tragar y no poder? Esa sensación que te anuda fuertemente con tu intimidad. Esa necesidad de arrojar con palabras una vivencia, un recuerdo, una imagen.

Recupero un día en mi memoria, durante el ensayo de teatro nos movíamos por todo el escenario buscando una posición corporal comprometida. La directora nos pidió que expresáramos la primera palabra, el primer pensamiento que nos viniera a la cabeza: «lana en la garganta», esas fueron las palabras que pronuncié lentamente. Tuve claro en seguida que ese iba a ser el título de mi próximo poemario. Lana en la garganta nació gracias al juego de dar forma a lo secreto.

La lana es suave y áspera a la vez, como los poemas que nacen de la fatalidad de sobrevivir, de la obligación de no asfixiarse, del impulso de seguir hilvanando el destino a través de la escucha de cada momento vivido. Una añoranza cercana o una memoria lejana, la cotidianidad.

Darse de esta manera, mediante el verso, a través del poema, es abrir un espacio de confianza, de vivencias, propias y ajenas, de intimidad, que deseo compartir con mis lectores, porque como dice David Viñas en el prólogo «a nadie le importa lo que le pase a los otros si no puede identificarse con ellos, empatizar, comprenderlos, y esto solo puede ocurrir si en última instancia es la condición humana la que entra en juego».

La lana es flexible y resistente, como la voz poética que os brindo, que, a pesar de ser personal, incluso a veces autobiográfica, esconde un pretexto oculto en los versos que os entrego: reclamaros, lectores queridos, un pedacito de vuestras vidas.

“La lana es flexible y resistente, como la voz poética que os brindo, que, a pesar de ser personal, incluso a veces autobiográfica, esconde un pretexto oculto en los versos que os entrego”

Publiqué Cráter, mi primer poemario, en 2005. Quince años después, volví de nuevo a la poesía. Empecé en 2020, en plena pandemia. Cada tarde, buscaba el rincón más confortable de mi casa para desovillar en el papel la lana que tenía dentro. A veces en la cocina, a veces en el patio, rodeada de mis queridas plantas, donde mi garganta pronunciaba cada verso que escribía. En cada poema abría una nueva ventana interior, descubría una nueva manera de seguir conociéndome, de seguir explorando en todo aquello que nos funde los unos con los otros.

En mi propia exigencia por resistirme a lo ajeno he desdibujado las fronteras entre la poeta y el yo lírico. Hay tantas melodías escritas como poros vividos en mi piel. Estos versos que aquí os doy, nacen en las raíces de mi infancia, reviven la confusión aterciopelada de la juventud y llegan a vosotros celebrando ahora la conexión de las poetas que habitan en mí.

Pescadería

Soy blanca los inviernos de urbe.

Mi nombre hebreo

encarna blanca piel

aun siendo gitana

los veranos de Pescadería.

Soy pescaíto frito,

olor a colmado viejo,

sombrillas al sol.

Soy barranco

que trenza tu aliento,

arroyo que teme

cordura.

Hija de pies descalzos.

Terciopelo azul

Aún respiraba.

Poesía de víscera

esparcida.

Hermoso perro afloró moribundo

en la carretera.

Retraté su aliento derramado.

Jadeaba en la vía del tren.

Tracé el dibujo

de huesos rotos por el

impacto,

sanguinolentos,

mientras fregaba el suelo.

Lejía barata.

¿Has amado

alguna vez

la entraña

de un perro anónimo?

No soñé

terciopelo azul.

Soñé perro,

tren,

piedra,

alquitrán

presagio de

aborto de casa y vientre.

Sostengo el pinchazo culpable,

el calor de tus manos,

mi tallo podado mientras

estrujo

la ínfima gota que persiste

en el pulmón.

Aún respiro.

Poetisas

Las poetas que hay en mí.

Fui mujer-gata que entrelazaba

tierra y nube, en mi adolescencia;

mujer-pez en mi juventud

para resbalar ávida entre tus manos;

mujer-yegua, quizás amazona luminosa,

que rebosa cuencos de carnalidad

para mitigar carencia, el vacío.

Mujer-leona que guarece manada

–¿qué nombre hubieran tenido

los hijos que no dejé florecer?

Suturar

tatuajes de vida,

moluscos en los muslos.

Soy mujer-perra para olisquear

recuerdos y risa y carne.

Una mujer que algún día se creyó pájaro.

El ovillo de esta lana es rojo. Con este ovillo rojo labio, rojo roto, rojo poético he zurcido cicatrices secretas e íntimas. Elegir la herida desde donde hablar nuestro silencio, como dice Alejandra Pizarnik, es elegir también lanzarse al vacío. Sigo volando.

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