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La izquierda se une para tratar de movilizar a las masas desencantadas y dar un vuelco en las urnas

Gabilondo, Iglesias y García escenifican la estrategia de la unidad en el primer debate de candidatos de cara al 4 de mayo

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análisis

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Los periódicos de la mañana se llenan de análisis que tratan de desentrañar quién ganó y quién perdió el debate entre los diferentes candidatos a gobernar Madrid. Para unos salió victoriosa Ayuso, para otros Pablo Iglesias e incluso hay quien le da el laurel a Mónica García y al propio sosocrático Ángel Gabilondo (ya hace falta ser optimista). Como suele suceder en estos casos, no hay una opinión general, entre otras cosas porque la politología no es una ciencia exacta y siempre está sometida al imperio de la subjetividad.

En todo caso, en algo sí se ponen de acuerdo los sesudos de las tertulias: si hubo un perdedor, ese fue Edmundo Bal. Al aspirante naranja es fácil cogerle manía después de todo lo que ha pasado con Ciudadanos, los casos sangrantes de transfuguismo, la servil sumisión a la extrema derecha y las andanzas del zascandil Toni Cantó, ese paracaidista que hoy defiende a los valencianos y mañana se presenta como diputado madrileño, gallego o palentino, qué más da con tal de seguir en el candelabro, como decía la modelo aquella. Además, el lema de campaña, “Madrileños por Edmundo”, no le ha hecho demasiada gracia al personal, a tenor de las encuestas, y la prensa al completo ya le da estopa al naranjito de la perilla porque sí, porque desestresa y porque relaja mucho.  

Pero más allá de que la presidenta Ayuso haya salvado los muebles (no soltó ninguna ayusada trumpista de las suyas para llamar la atención, tal como le aconseja MAR), de este primer debate sale una izquierda que parece más unida que nunca, y esa es una buena noticia para el llamado bloque progresista. Habría que echar la vista muy atrás en el tiempo para encontrar un frente tan cohesionado y con las ideas tan claras sobre los males del país (pandemia y crisis), sobre el programa a acometer (más Estado de bienestar y ayudas sociales) y sobre el rival a batir (la ultraderecha nostálgica, xenófoba y montaraz). Por lo que se vio anoche en televisión, la terna Gabilondo-Iglesias-García funciona como una máquina bien engrasada, sincronizada, coordinada.

Es evidente que Gabilondo e Iglesias han aparcado sus diferencias y se han puesto a remar contra el acorazado ayusista. La presidenta de Madrid tuvo una intervención plana, en su papel de negacionista de todo, y por momentos hasta se la veía ausente, sin duda porque ya se siente ganadora (ha vendido la piel del oso del madroño antes de cazarlo). Precisamente ese exceso de confianza es el que puede darle un buen susto el 4 de mayo. El bloque de las izquierdas tiene claro el objetivo y ese es un buen comienzo. Gabilondo pone moderación y filosofía al proyecto; Iglesias le añade la pizca de pimienta, carisma y beligerancia que no tiene el candidato socialista; y Mónica García es la aportación sensata de la mujer, en este caso una médica que conoce bien la Sanidad pública por dentro y que además posee un don para el eslogan ingenioso, que nunca viene mal en estos tiempos líquidos en los que no conviene aburrir al votante con cifras y datos farragosos.

Sin duda, forman un trío bien avenido que si logra carburar medianamente de aquí a las elecciones puede movilizar mucho voto de esa izquierda desencantada siempre propensa a quedarse en casa, consumando el pasotismo político y el entreguismo suicida a la extrema derecha. Una vez que ya se ha comprobado que Vox sube y baja en las encuestas (por mucho que Rocío Monasterio haya sacado el látigo y su lado dominatrix más cruel y desalmado contra los inmigrantes) la clave de estas elecciones está en la abstención. Si las masas obreras van a las urnas en avalancha, la izquierda tendrá una posibilidad de ganar; de lo contrario se instalará en el poder el nuevo franquismo folclórico, elitista y cañí.

El resultado de las elecciones no solo dependerá del grado de concienciación y movilización de las capas más desfavorecidas de la sociedad, sino también del destino que corra Vox. Anoche se vio claramente que el discurso de Monasterio y los suyos es abiertamente fascista, sin complejos y sin paños calientes. Así lo demostró cuando mirando a cámara y señalando con las manos a unos y a otros, despreciando a todos los partidos por corruptos y manirrotos, promovió descaradamente el discurso de la antipolítica, es decir, el descrédito del sistema y de la democracia misma, tal como hacía el dictador en sus mejores tiempos. Solo le faltó aconsejar a los madrileños eso tan franquista de “hagan como yo, no se metan en política porque todos son iguales” para terminar de confirmar que el programa político voxista encaja como un guante en los principios fundacionales del Movimiento Nacional. Tales maneras son propias de totalitarios, pero el talante fascistoide de Monasterio quedó aún más patente cuando insistió en su ataque racista contra los inmigrantes menores no acompañados, a los que ella llama despectivamente “menas”. En ese minuto de detritus, que no de oro, la sombra del hitlerianismo antisionista volvió a planear de nuevo sobre el plató.

Con todo, el debate de ayer deja buenas vibraciones para la izquierda y la sensación de que no todo está perdido. Si se tiene en cuenta que Ayuso apenas le sacó provecho a su serie de intervenciones (la mujer se pierde cuando la sacan de las chuletas que le prepara MAR la noche anterior, viéndose obligada a improvisar) y que la Monasterio daba miedo con ese tono entre melodramático, cursi y autoritario que se gasta (habla como una monja resabiada o catequista amargada con ganas de darle un reglazo en la palma de la mano a los españoles) cabe concluir que no todo está perdido para la izquierda. Hasta Gabilondo se animó a entrar en el cuerpo a cuerpo en algunos instantes del debate, sacando un pequeño colmillito retorcido nada propio en un cartesiano pacífico como él. “Me avergüenza que diga sin pudor que son unos mantenidos, no hay derecho” (le afeó a Ayuso en referencia a las colas del hambre). Nunca lo habíamos visto tan alterado y el espectador llegó a preocuparse por si le daba una subida de tensión y caía fulminado en prime time.

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