La izquierda caníbal

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Es un lugar común la afirmación del definitivo ocaso del bipartidismo en España. Pero alguien escribió que la percepción es una espada de dos filos. Es posible que la decrepitud del bipartidismo se deba a que como tal nunca existió. En realidad, la agrimensura institucional trazada por la Transición no contemplaba la posibilidad de alternativas turnándose en el gobierno de la nación, sino alternancias que no cuestionaran el régimen de poder ni los equilibrios de intereses que preservó aquella componenda llamada consenso. Al igual que el invento franquista que suplantó la división de poderes con aquel memorable artefacto conceptual de la unidad de mando y diversidad de funciones, la política, y singularmente las organizaciones de izquierda, tuvieron que sobrevivir en un simulacro al que obligaba aquel proceso de tránsito que según sus muñidores consistía en pasar de la legalidad a la legalidad, claro está que partiendo de la máxima ilegalidad como fue la sublevación contra la República.

El hecho de que los ciudadanos pudieran votar ya era suficiente para considerar que se había llegado a un grado de democracia aceptable. Sin embargo, como advertía Norberto Bobbio, una democracia no es sólo votar, sino poder elegir entre auténticas alternativas y el régimen de la Transición permitía cualquier rótulo político siempre que no fuera una alternativa real. Se puede ser republicano si se renuncia a la República, socialista siempre que lo que estorbe al proyecto socialista sea el socialismo, nacionalista cuando se entienda como regionalismo descentralizado. Se ha producido, como consecuencia, cierto vértigo centrífugo en la poliédrica realidad social, territorial, institucional y ética en un país donde la tradición autoritaria propició la carencia de un espíritu colectivo, a la manera del volksgeneist alemán o del republicanismo francés surgido tras la revolución de 1789. O de la propia revolución americana, cuya estela aún se deja ver dos siglos después. Una nación es mucho más que una bandera o un terruño. Es una identidad cultural y un modelo de convivencia de cuyo hiato en el caso español se benefician, con halconera avidez, los que pretenden refundar el Estado a la hechura de sus intereses minoritarios ante una izquierda que en su proceso adaptativo al sistema fruto de la Transición política no sólo se desembarazó de las teorías de Marx sino de la visión crítica y regeneracionista de la Institución Libre de Enseñanza y de lo mejor del krausismo.

Sólo la derecha ha podido mantener intacto el acido desoxirribonucleico ideológico ya que son las del propio régimen político mientras que la izquierda se ha tenido que desnaturalizar hasta el ápice de su propia destrucción identitaria. El Partido Socialista padece hoy la paradoja de que su intento de ser partido de gobierno le aleja cada vez más del gobierno. Es una paradoja que descansa en otra aún mayor como es atribuirse el papel de sostenedor de un régimen de poder que niega los valores e ideas que deben constituirlo y, por tanto, incapaz de mantener su posición y función en la sociedad. El caso de Podemos, por su origen, es más llamativo aún. Sacó el malestar ciudadanos de la calle para llevarlo a las instituciones y al llegar a ellas ha reconducido su narrativa al objeto de buscar encaje en el sistema, lo que le conduce a que el régimen que quieren reformar haya reformado antes, por voluntad propia, a la formación violeta. Por todo ello, la izquierda deberá reflexionar sobre algo que tendría que ser obvio, al parecer, no siéndolo: que es imposible combatir políticamente a la derecha con los argumentos de la derecha.

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