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La iluminación de Sócrates

José Miguel Ruiz Valls
José Miguel Ruiz Valls
Licenciado en derecho por la UNED. Cambió el oficio de abogado por el de escritor tras más de 20 años de práctica forense. Autor de los libros de ensayo "Todo Tiene Una Razón" y "Todo Al Revés”.
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análisis

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No es extraño ver, en el despacho de cualquier cargo público, un retrato con el líder de su organización, de su “manada». Con ello no está sino emitiendo el mensaje «el líder me aprueba, me avala». Con ello está exteriorizando su necesidad de aprobación, su dependencia, su servilismo, y consecuentemente, su falta de libertad.

Tampoco es extraño ver, en el despacho de muchos maestros espirituales, un «selfie» con algún gurú de la India. Eso les da pedigrí, linaje, demuestra que están formados para formar. Todos ellos regresan, de ese país, deslumbrados por su magia. Pocos hablan de su miseria. ¡Cómo la van a ver estando deslumbrados! Gracias a su formación, pueden volar alto y ocuparse de cosas de brahmanes, no de parias. Ellos saben que, para que funcione bien el negocio, no deben meterse en política. ¿Gandhi no lo sabía?

La magia de Oriente, el aroma del sándalo, los cuentos de las mil y una noches, eclipsaron la sabiduría occidental. El “Nada-Más-Té” sustituyó al “A-Dios”. La forma volvió a imponerse al fondo. En Europa también tuvimos y tenemos nuestros sabios pero, como bien saben esos maestros moldeados en Oriente, los nombres occidentales no son muy “comerciales”, por eso suelen cambiar el suyo y adoptar un nombre en sánscrito, aunque no sepan sánscrito.

Sócrates no tuvo necesidad de viajar a la India; fue un «autodidacta» que practicó la «autoindagación», la vía directa, tan censurada por aquellos que se dedican a la intermediación (Al sacerdocio). Observando los pensamientos contradictorios que albergaba su mente, pudo darse cuenta de que la mente es inconsistente, caprichosa, veleidosa. Cuestionándolos llegó, hasta donde se puede llegar por el camino del conocimiento, y comprendió que la sabiduría no es más que un medio para alcanzar la humildad. Al decir «solo sé que no sé», reconoció que, a su mente, le era imposible saber, comprender, aprehender (con h) el efecto último de cualquier suceso que estableciera como causa. ¿Cómo puede saber la mente el efecto último de una acción si no puede ver la cadena de consecuencias que provoca? ¿Cómo saber el desenlace de una película sin verla hasta el fin? ¿Y quién puede ver el fin de esta película que llamamos vida? ¿Cómo saber pues hacia dónde dirigirla? ¿Cómo trazar la ruta correcta? ¿No es ese incognoscible efecto último, la suma de todas las causas y efectos anteriores? ¿Hay alguna diferencia entre ese efecto último y eso que muchos llaman DIOS? ¿Y no depende ese efecto último de lo que estamos causando ahora? ¿No es un sinsentido pretender trazar un camino que lleve al ahora?

Sócrates intentó alcanzar a Dios utilizando la mente, hasta que se dio cuenta de que la mente no puede abarcar a Dios. La mente maneja conceptos-estáticos, imágenes-formadas, mientras Dios juega a cambiar las formas continuamente. ¿En qué momento puede estar segura la mente de saber qué es la vida y cómo servirla mejor? ¿En qué momento puede atraparla en un concepto, en una fotografía, si la vida está siempre moviéndose, «evolucionando»? Darse cuenta de que la mente no es una guía «eficiente» llevó a Sócrates a rendirla y a optar por el amor. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Puede tener algún mal efecto el amor? 

La rendición de la mente, del ego, el reconocimiento de que la mente es incapaz de obtener certeza, de salir de dudas, es el máximo logro de la práctica no-dual, es la máxima expresión de humildad, el máximo desapego, la máxima liberación pues ¿cómo podría sentirse culpable el que admite no saber las consecuencias de lo que estaba haciendo? Eso es lo que se consigue con el sacrificio del ego, con la cruz; pero ¿quién se atreve a crucificarlo? ¿Quién sabe decir «no sé»? Nuestros científicos no, a pesar de que ellos mismos dicen que el universo visible es el 5% del universo real y a pesar de que los ojos y oídos humanos no pueden ver, ni oír, colores y sonidos que sí perciben otros animales. ¿Cómo acertar en cualquier decisión viendo y escuchando tan poco, manejando tan poca información?

Sócrates supo decir «no sé» y por eso sabemos que fue sabio. ¿Qué puede ser más destructivo para el ego, que reconocer que, ni sabe, ni puede saber? ¡Ese es el fin de la dualidad, pues al autodestruirse el ego, ya no hay dos! Pero, para llegar hasta ahí, hay que practicar no-dualidad, y la no dualidad es una práctica siempre destructiva: Destruye creencias, prejuicios, destruye autoridades (Y por tanto castas); y así va vaciando la mente de ilusiones, de fantasías, de temores, hasta dejarla vacía; hasta alcanzar el vacío-ilimitado del que puede surgir toda causa, toda posibilidad, todo poder, toda libertad pues, si para algo vale la libertad, es para librarse de todo límite, de toda censura, provenga de éste o de cualquier otro mundo que la mente haya podido imaginar. Esa fue la iluminación de Sócrates: La comprensión de que es “Amar ahora” la única acción que puede brindarnos un mundo de amor. Así conoció a Dios, viajando hacia el interior. ¡Un viaje, sin duda, al alcance de cualquiera!

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