El 15 de noviembre de 1936 las tropas franquistas se encontraban a las puertas de Madrid. En la Ciudad Universitaria, la XI Brigada Internacional luchaba cuerpo a cuerpo con los nacionales. Mientras tanto, la aviación fascista lanzaba bombas de 100 y 500 kilos –algunas de ellas incendiarias– sobre todo el área metropolitana. Se peleaba en cada palmo de terreno, en cada casa. La urbe ardía por los cuatro costados. A última hora del día, inmensas llamaradas iluminaban la noche en un espectáculo terrorífico. El Hospital San Carlos tenía que ser evacuado ante el peligro de que pudiera saltar por los aires.

En esas horas dramáticas para el país se escribieron historias, unas heroicas, otras espeluznantes. Como la batalla que se libraba en el aire. Veinte Junckers alemanes escoltados por cazas sobrevolaban Madrid constantemente, lanzando su lluvia de fuego rabioso. La aviación republicana, inferior en número y en modernidad de sus aparatos, trataba de hacerle frente. En uno de los combates aéreos, uno de los pilotos de nacionalidad soviética fue derribado, cayó prisionero y terminó siendo ejecutado y descuartizado. Su cuerpo fue metido en una caja de embalaje y lanzado sobre Madrid en un acto de crueldad extrema, según cuenta Manuel Tuñón de Lara en su volumen La Guerra Civil (1936-1939).

La historia, de una brutalidad humana difícilmente imaginable y digerible, fue recogida por el periodista Mijaíl Koltzov y reproducida por numerosos escritores. Otros historiadores como Salas Larrazábal consideran que esta historia fue una “patraña”, un invento de la propaganda roja para excitar al pueblo. Koltzov recogió la noticia en su diario, concretamente en el del día 15, como también lo hizo Hidalgo Cisneros, jefe de la Aviación Republicana. La prensa, como el diario Ahora en su edición del 17, se hizo eco del macabro suceso.

También el periódico La Voz cubría la historia: “Durante el combate que se libró el sábado último sobre Madrid, uno de los aviadores republicanos tuvo que lanzarse al espacio en su paracaídas, y fue a caer dentro de las filas fascistas. A pesar de la orden dada por nuestra Junta de Defensa en el sentido de que se respeten las vidas de los aviadores enemigos que caigan en nuestro poder, los fascistas responden a esta noble actitud nuestra con actos que hasta ahora no se han realizado en ninguna guerra. Anteayer, desde uno de los Capronis que voló sobre Madrid, fue lanzada una caja con una etiqueta de Valladolid, suspendida de un paracaídas. Los milicianos que la vieron caer se apresuraron a recogerla y, una vez abierta, se comprobó que contenía el cuerpo descuartizado de un hombre. En el depósito de cadáveres se efectuó la identificación. Eran los restos de nuestro aviador, horriblemente mutilado (…) Cuando se conoció en Madrid este hecho de los facciosos se produjo enorme indignación en el vecindario, y la protesta justísima de la gente honrada era compartida hasta por los más tibios madrileños, que están soportando estos días los inhumanos bombardeos de barrios populares, donde son inmolados niños y mujeres. Se han sacado fotografías del cuerpo despedazado del valiente aviador para que sirva de testimonio de la crueldad fascista en el extranjero. El hecho parece inaceptable, y su condenación brota con el sólo hecho de exponerlos”.

También el general soviético Prokofiev (destinado en España) relata el caso en su obra Bajo la bandera de la España republicana e incluso dio el nombre del piloto que fue vilmente torturado y descuartizado. Al parecer se trataba de Primo Gibelli, un aviador soviético de origen italiano que vivía en la URSS desde 1921. Las versiones sobre lo que le ocurrió al malogrado Gibelli son contradictorias. Según Prokofiev, el piloto fue alcanzado en las cercanías de Pinto y tuvo que lanzarse en paracaídas. Koltzov e Hidalgo aseguran que fue derribado cuando volaba hacia Segovia. “Nos limitamos a dar los elementos del debate, que no por versar sobre tema trágico deja de ser episódico”, argumenta Tuñón de Lara.

¿Fueron habituales estas prácticas de la aviación fascista que tenían sin duda como objetivo aterrorizar a la población civil y mermar su moral o el triste episodio de Gibelli fue tan solo una sórdida anécdota, como advierte el historiador? No hay datos al respecto. Hasta donde se sabe, el cuerpo mutilado del piloto fue mostrado a los periodistas y las fotografías enviadas a los rotativos nacionales e internacionales que cubrieron el suceso. Los editoriales cargaron las tintas ante las atrocidades franquistas, como sucedió en agosto del 36 con la masacre de Badajoz. A su vez, el general golpista Queipo de Llano desmintió el episodio en sus célebres intervenciones radiofónicas, pese a que las fotos resultaban incontestables.

Nada se sabe de lo que fue del cadáver del malogrado Gibelli. Se cree que sus restos pudieron terminar en el Cementerio Civil del Este, quizá en el de Fuencarral, donde eran enterrados los caídos de las Brigadas Internacionales.

Mientras tanto, en Madrid corría la sangre, se desplomaban las casas bajo las bombas, morían los combatientes y asimismo los niños y las mujeres, relata Tuñón de Lara. Los aviones I-15 e I-16 soviéticos desembarcados en Cartagena eran la única esperanza que le quedaba al pueblo de Madrid. Cuando los veían aparecer en los cielos, muchos vecinos, ya sin miedo, salían a la calle gritando: “¡Son los nuestros, son los nuestros!” Pronto bautizaron a esos aviones amigos como chatos y moscas en una muestra más del ingenio de los madrileños. El Ejército de Franco sabía que la guerra propagandística era crucial para desmoralizar al enemigo. Lanzar los cuerpos destrozados de los pilotos rojos sobre el cielo de Madrid, provocando el horror de miles de personas, podía ser una baza importante para aterrorizar a la población. Madrid resistió más allá de lo que cabía esperar. Hasta el dictador se sorprendió de la capacidad de aguante de su gente y de aquellos pilotos soviéticos que dieron su vida por defender la ciudad y la democracia.

1 COMENTARIO

  1. o la de aquel coronel de las brigadas que estaba herido en una pierna y le metieron
    en un cosa taurino cn un toro…
    no seria d extrañar para quien no dejaba prisioneros y no le importaba lel nº d muetos cn tal d vencer
    como le difo el dictador a un periodista

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