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Hablar de los intereses de España como argumento para levantar las banderas de la responsabilidad histórica es, al menos, para ruborizar a cualquiera. Diferente hubiese sido encabezar un gran acuerdo para minimizar los efectos de la audacia de Aznar, o controlar los daños producidos por las negligencias de Zapatero. En aquellos principios de 2012, en lugar de plegarse a las instrucciones de la Troika, Mariano Rajoy debió liderar un gran encuentro nacional, cuyo fin debió ser reconstruir España, con un reparto equilibrado de los esfuerzos por parte de todos los sectores. Sin embargo, por ineptitud, voluntad o cobardía, no lo hizo.

En su lugar, el señor Rajoy se parapetó en una mayoría parlamentaria, para desactivar la respuesta social previsible. En tanto, consolidaba privilegios y acataba órdenes de Berlín y Bruselas, como si de allí emanase su autoridad. Entonces, demostrando una mediocre vocación de estadista, se doblego al yugo alemán, a cambio de mantenerse en el sillón de jefe del gobierno. Y el Consejo de Ministros de los viernes suplantó al Parlamento de los ciudadanos. Y el plasma, a la democrática encuesta pública de los medios de comunicación. Que luego del paso del tiempo ya son cautivos.

La corrupción ya difundida como un telefilm evocador de un Gran Hermano Judicial, y el mantenimiento de cuestionables prácticas, que solapan la gestión de lo público con lo privado, aún sigue reinando en esta España que nos toca. Mientras tanto, el salario y las pensiones se hunden. No resultan medidas de un gobierno, en funciones, que puedan convertirse en un referente ético. Aun así, contra toda lógica, Rajoy será propuesto candidato del PP ante la jefatura del Estado.

 

Lo que este precoz registrador no tuvo en cuenta, es que en la democracia, muy a su pesar, los votos son los que otorgan el mandato para poder gobernar, no para indultar la corrupción. Es ahora, cuando no tiene explicaciones validas para justificar su incómoda posición, frente a sus avales europeos. La consecuencia de su error, es que su capacidad de presión para lograr mejores condiciones en las inevitables negociaciones que se avecinan, serán nulas. Para desgracia de la mayoría.

 

Aún así, ha recibido algún mensaje que le sugiere: “se fuerte, Mariano”. Desde algún lugar de Andalucía ya se lo concedieron hace tiempo. Por eso, entre esos diputados abstencionistas, sumados a la coalición Ciudadanos y Partido Popular, tendremos la gobernabilidad que garantizará la aplicación de los mayores recortes de esta aparente democracia. Los intereses de una “selecta” España prevalecerán por encima de la gran España, empobreciéndola. Entonces, las Cortes no representarán al contrato de los votantes con sus representantes, y entraremos en una decadencia como no imaginamos. Todas las medidas estadísticas son apabullantes y desoladoras.

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En cualquier caso, los barones socialistas están montados en la soberbia de sus corceles de madera. Pese a todo, la mayoría depende de los representantes de Podemos en sus CCAA o, en su caso, de apoyarse en el PP. Un doble discurso sin mucha lógica, excepto claro, para la trianera. Esta ya cuente con el respaldo del PP para mantener su propósito de liderar el PSOE. Porque, en eso consistiría el acuerdo, en salvar el poder autonómico a condición de abstenerse en el tercer intento de investidura y dejar que Mariano repita. Política de mezquinos horizontes.

No resulta irrelevante, en este sentido, que el gobierno en funciones siga ignorando al parlamento. Las cuentas de su gestión pasada y presente las rinde sumisamente ante los organismos tradicionales que han planificado empobrecer a España. Las presiones sobre las opciones de gobierno fueron enormes. Así, la contumaz complacencia de los jugadores congeló la situación hasta encontrar las complicidades oportunas. Esperpento, es el calificativo para identificar a que intereses responden unos y otros. A luchas internas. A compromisos con los poderes económicos. A servidumbres personales que les atan las manos. La pulcritud sigue ausente y los negocios presentes.

Según publicó en su momento eldiario.es, la empresa Falken, cuya propiedad pertenece a la familia de Ismael Bardisa Jordá, ex diputado del PP y candidato que cerraba la lista a las elecciones de la Comunidad de Madrid, se hizo con el contrato de provisión de 54.000 unidades de gas lacrimógeno. Cierto es que es un proveedor habitual, pero puede surgir la duda de las prioridades que existen en este país y la declarada escasez de recursos para la atención de las víctimas del modelo de austeridad. Como dato técnico, en el pliego de condiciones del concurso, la Subdirección General de Apoyo de la Guardia Civil, según este medio, asegura que los botes se hacen inútiles a los cinco años. Lo que supone que estamos tirando dineros que no tenemos.

“A los 1,3 millones para botes de gas lacrimógeno hay que sumar otros 508.200 euros para 21.000 “artificios fumígenos” o botes de humo. En total, 1.815.000 euros de contrato de despedida de la legislatura”, nos informa el referido medio digital. El contrato se firmó el 11 de diciembre de este 2015. ¿Imaginan que así disuadirán a los terroristas islámicos? ¿No hubiese sido mejor adquirir chalecos antibalas para nuestras fuerzas de seguridad? ¿O el gran Pacto Antiyihadista fue para las cámaras? ¿Dónde reside el interés de España, en la represión de las ideas o en la contratación inoportuna como en este caso? Las calles se presumen calientes. No serán tiempos tranquilos.

Todo el país a lo largo y a lo ancho se encuentra casos similares de conflicto de intereses y corruptelas. Han endeudado nuestro futuro y el de nuestros hijos en el nombre de la patria. Cualquiera de estas causas u otras similares, desmienten a la dirigencia de estos dos grandes protagonistas de este post bipartidismo. Lo hacen, cuando, atribuyen sus actos al interés general del país. La realidad es más sórdida y mezquina. Sus honestos militantes y los ciudadanos en general, les reclamamos, al menos, la honestidad de que reconozcan sus miserias. Para nuestra desgracia no lo harán.

Eso sí, argumentarán que es por el interés de España. Pero será de la “otra”. Nuestra España, la “gran” España, ya no cuenta.

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