jueves, 25abril, 2024
13.2 C
Seville
Advertisement

‘La frontera invisible’, Javier Reverte nunca muere

Tras sus memorias, ‘Queridos camaradas’ (octubre 2021), se publica su último libro de viajes de manera póstuma, donde el alma del escritor nos traslada al mejor Oriente del mundo

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

A la memoria de Antonio López Hidalgo (Montilla (Córdoba), 1957-Sevilla, 2022), catedrático de Periodismo en la Universidad de Sevilla y escritor.

Las letras españolas perdieron con Javier Reverte (1944-2020) un literato excelso. Cultivó -con oficio- la biografía, la novela, la poesía y la crónica periodística. Pero fue como viajero nato cuando logró sobresalir relatando sus experiencias. Su técnica mezcla lo vívido, la historia del destino, el contacto con lugareños e impresiones personales. Tuvo hogar en los cinco continentes. Siempre llevó la ruta trazada, sólo con billete de ida.

Es decir, los viajes de Reverte se compartían por miles de lectores porque les imprimía sello propio. O desde un kayak, navegando el Amazonas o en Alaska. O merodea las fuentes del Nilo, indaga huellas de la guerra, busca tumbas de sus iconos literarios o bien describe la majestuosidad del arte en su más extensa definición. Reverte, al cabo, marca la senda del viajero total, no del turista que se tuesta en playas y come fast food allá donde esté. Y duerme en hoteles-hormiguero o hace interminables colas para no ver nada.

La tristeza por la muerte física del escritor hace un par de años fue también una alegría para sus lectores. Lo resucitaron sus más personales memorias. Queridos Camaradas (Plaza y Janes, 2021) no desencantó a la legión de seguidores. El Reverte más pasional del ocaso se confesaba sin sacerdote. No le hizo falta, a un descreído de la fe. La que se basa en el miedo a la muerte o en el mejor negocio: cobrar en efectivo y pagar con rezos.

Oriente y Occidente

El viaje póstumo del escritor no pudo tener mejor trazo en el mapa del Oriente Medio. En La Frontera invisible (Plaza y Janés 2022) Reverte aterriza, por enésima vez, en Estambul.  Sigue hasta Ankara, atraviesa Turquía y llega hasta Irán en ferry.  En la antigua Persia hace paradas en Tabriz, Teherán, Qom, Isfahán, Shiraz-Persépolis. Concluye el periplo persa en Bandar Abass. Las últimas etapas del último viaje las hace el escritor en un Emirato del petrodólar (Dubai) para finalizar la ruta en Omán.  

El prólogo del libro ya entraña el primer viaje del lector entre Occidente y Oriente. Si suponemos que Reverte habitaba el mundo occidental en su libro va, sin preámbulo alguno, hacia la ‘inmensidad, ancianos imperios, guerras estremecedoras, ejército perdidos, ciudades enterradas, religiones muertas, viajas lenguas enmudecidas, también a progomos y genocidios, sanguinarios sultanes, guerreros feroces, y reyes belicosos…’.

El Reverte más pasional del ocaso se confesaba sin sacerdote. No le hizo falta, a un descreído de la fe. La que se basa en el miedo a la muerte o en el mejor negocio: cobrar en efectivo y pagar con rezos

El escritor realmente nos introduce a la aventura de excitar emociones y sentidos. El exotismo de Oriente atrapa y palpita en el viajero que aprende de realidades lejanas, aunque cerca de las entendederas de cualquiera. Reverte siempre adopta muletas viajeras. En este y previos libros cita a su imprescindible colega polaco Ryszard Kapuściński. Un detalle que honra. 

Estambul-Constantinopla y Ankara

El retrato de la metrópolis turca para Reverte es regresar al nexo de Europa con Asia, de Occidente con Oriente. El Estambul que fotografía el escritor está lleno de perros apadrinados por el poder, relatos de otros viajeros (Christie, Badía,  Blasco Ibáñez, Rondeau, Camba, Dos Passos, Hemingway, o el sevillano Tafur) y ese paseo sin rumbo por calles que vieron mucho.  

Cómo no, Reverte, se adentra en la intrahistoria de una capital del mundo donde las aguas del sforo alojan navegantes y barcos desde la noche de los tiempos, cuando la Ruta de la Seda tenía allí parada y muchas fondas.

Reverte regresa a su destino viajero rebautizando a la Constantinopla bizantina como la Ciudad de Dios en su último libro. El alma de la teocracia pulula entre comerciante judíos, mercaderes árabes, ortodoxos de la Biblia o aquellos sefardíes que aún hablan español antiguo tras expulsarlos unos reyes más católicos que tolerantes. El melting pot de Estambul da para eso. 

La nueva visita turca del escritor la hace en la nueva capital política. Ankara lleva pocos ejerciendo como tal. Los devaneos de Reverte por allí invitan a visitarla sin excusa. Las huellas de laicismo republicano de Kemal Ataturk sobre los estertores del Imperio otomano son omnipresentes. Los avances sociales del ‘padre de la patria’ no hurtan la progresiva islamización que patrocina el presidente Erdogan. Reverte no ceja de actualizarnos sobre el destino, allá donde esté. Al poder hoy en Turquía le cuestan aceptar otras ópticas sobre el recordado imperio que forjó en base al apetito territorial. 

Destino Irán

Reverte viaja en clave intermodal. Así nos lo repiten ad nauseam los políticos. Usa el avión para adelantar, el paseo para descubrir, el barco para experimentar, el tren para vivir, el taxi para saber y el autobús para comprender. Sus impresiones viajeras encuentran la complicidad del lector, el que le acompaña en su periplo de trasladarse de un lugar a otro. Desde Ankara hasta Teherán lleva compañía patria y turca de asistencia. La óptica del viajero independiente a veces la desecha Reverte para compartirlo todo

Los contrastes entre la otrora laica Turquía y la chií Irán son notables para el viajero irredento, más cuando hablamos de poder beber alcohol. Entre Tabriz y Teherán Reverte describe un mundo lleno de velos e historias nutritivas. Y el rastro de lo mejor y peor de lo que allí sucedió durante siglos.

La capital iraní es un caos. La paciencia allí es un buen aliado. La genial periodista y escritora Ángela Rodicio lo describía con aciertoo en su obra El Jardín del fin, Debate 2011). El gusto de los antiguos persas por los jardines que emulan al paraíso, los perfumes y mostrarse hospitalarios con los visitantes contrasta con estereotipos demoniacos que pintan de quienes hablan el farsi. A la historia reciente iraní no le falta un perejil. El pasado marca mucho en tierras donde la Biblia sitúa el principio del humano.  

En Irán hubo de todo: Monarquías de absolutismo sangriento, Sha con ínfulas, democracia republicana con apellido Mossadeg que asesinó  el espionaje anglo. Otro Sha creído de Emperador Persa y rendido al enemigo occidental. Y, por fin, una república islámica donde los Ayatolás mandan sobre el sentir popular de modernizar un país de riquezas infinitas. Reverte acierta. Califica la capital iraní de ‘incomprensible’ en su libro. ¡Chapeau! 

Cuando el escritor llega a Isfahán queda prendado ante la belleza monumental y humana. No obvia lo encantos que le atrapan. Obviamente, a la Plaza Real la tilda de ‘la mitad del mundo’. La otra, suponemos, es el resto. Construida por Abbas El Grande aloja dos mezquitas con un azul mágico, mosaicos y arte mayúsculo regado en sus muros y minaretes.

En Isfahán, como no podía ser de otro modo, Reverte queda hipnotizado por la obra del arquitecto Alí Akbar Estafani en la Mezquita del Imán, la que logra conocer por dentro. La armonía y belleza las conduce la pluma del escritor sin recato. Las palabras del libro trasmiten al lector-viajero lo vívido, la cercanía del escritor. Describe la belleza, y las sonrisas recatadas de las iraníes, como pocos narradores acostumbran en sus textos.

Más etapas viajeras del libro recalan en Shiraz. Allí la conocida varietal de la uva la suprimieron los Ayatolás. Pero el vino se exportó con esquejes de la vid a tierras americanas, surafricanas y europeas. Persépolis, después, es una visita que a Reverte no podía sustraerse. Busca respuestas entre ruinas imperiales. Las preguntas nos las hacemos muchos sobre las mentiras de la historia, casi siempre escritas por la pluma de la mano vencedora.

El Golfo Pérsico

El litoral del petrodólar lo recorre Reverte con cierta desgana. Entusiasmo cero. No es para menos. Donde no hay negocio, todo se va difuminando. Bandar Abbas es la última etapa iraní de Reverte. El escritor, obviamente, amortizó su ruta con lo relatado de las grandes capitales, persas y turcas.

El ajetreo portuario y sucedidos con interlocutores amables y entregados completan la literatura perfeccionista del escritor. No elude que sólo ven tan lejos en el viajero patrio, el procedente de España, demasiados tópicos: Real Madrid, Barça, flamenco, Quijote…. Reverte reivindica, pero es lo que exportamos. O lo que otros etiquetan de un pueblo harto de estereotipos.

Los inventos del dinero rápido por los combustibles fósiles hicieron que ciertos países como Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar o Arabia Saudí artificien su presente y futuro de ‘nuevos ricos’ sobre un pasado de camellos y caravanas. La última historia de Reverte pululando por Golfo Pérsico le retiene sólo horas en Dubai, por un transbordo barco-avión.

El último paseo viajero del escritor nos bucea un ejemplo de modernidad sin perder esencias e identidad. En Omán sus moradores no especulan demasiado, ni la soberbia del millonario es preexistente. En recientemente fallecido Rey Qabús hizo de su reino una ciudad-fortaleza (Mascate), aislada del mundo que cierra por las noches, un próspero país donde los desvaríos del petrodólar no hacen de las suyas. Un ejemplo a seguir. 

No debemos ocultar que los contrastes del viaje tienen firma con Reverte. Igual refiere alojarse en fondas con cucarachas, hoteluchos de mochileros, hotelazos de lujo asiático, casas de amigos, o palacetes de potentados. Las paradojas de la hipocresía hacen fluir el alcohol clandestino entre lugareños y expatriados en países donde la ortodoxia islámica lo prohíben. Los mensajes que nos traslada escritor escuchan relatos de cicerones locales, taxistas, transeúntes, exiliados, otros escritores o periodistas. En el viaje de Reverte entendemos cómo se viaja con billete de ida. No hay prisa para volver. No hay ni jefes, ni compañeros, ni empleados….

Del viaje postrero de Javier Reverte sonsacamos más ganas de movernos por un mundo grande, constatando que vivimos en lugares pequeños. Nacimos, según la moraleja del narrador, para algo grande, para hacer cosas importantes, originales, las que nos sacan de rutinas. Reverte, desde el más allá, nunca dice adiós. No murió en 2020, cuando la pandemia intentó parar el mundo. El escritor invita a viajar más. Hoy no es cuestión de dinero moverse. La felicidad personal nos espera con el viaje. Javier Reverte nunca muere, no tuvo fronteras. Todas son invisibles.   

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído