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La frágil espalda de Suárez Illana

El político conservador no tiene la madera de estadista ni sabe estar a la altura política de su padre

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análisis

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Adolfo Suárez Illana dio la espalda a la diputada de Bildu durante el debate de investidura de Pedro Sánchez. Qué diferente es este hombre al gran estadista que fue su padre. El legendario primer presidente del Gobierno de la Transición jamás dio la espalda a nadie ni a ningún grave problema del país. Y eso que tuvo motivos y argumentos poderosos para hacerlo. Suárez, el gran Suárez −no la borrosa copia que es su hijo−, no solo fue un hombre que no rehuía los miuras de la política sino que los cogía por los cuernos, los toreaba en el coso de Moncloa, les daba un par de pases de pecho, con habilidad y talento, y salía victorioso y triunfal de la suerte o el envite.

Suárez, nuestro Suárez −no este niño llorón, malcriado y enfadoso que se enfurruña, tira el chupete al suelo, se cruza de brazos y castiga a los adultos con su regio silencio metiéndose en un rincón con sus juguetes cuando algo no le gusta−, jamás rehuía el combate político ni dialéctico con el adversario, ni siquiera con los que él podía considerar peligrosos enemigos de España. Uno se pregunta qué hubiera sido de nosotros si en lugar de aquel Suárez genial y valiente hubiésemos tenido en el poder a este infante refunfuñón y llorica que no se ajunta con quien le cae mal y se da la vuelta en el pupitre o se aísla en el recreo de las Cortes. Y la única conclusión es que la espalda fuerte y robusta de Suárez era capaz de soportarlo todo, mientras la espalda ofendidita, trémula y pija de Illana no está hecha de la misma madera.

De haber estado Suárez el grande en el hemiciclo este fin de semana, hubiese tomado por el brazo a Mertxe Aizpurua, mientras los golpistas de las derechas y del tejerazo gritaban “asesinos”, “terroristas” o “viva el rey”, y le hubiese dicho templadamente y fumando su pacífico cigarro: “Pásese usted por Moncloa y lo hablamos”. Pero no, qué va. Suárez el menor dio el lomo a la vasca, la obsequió con su aristócrata trasero, le hizo la cobra parlamentaria y creyéndose en posesión de la razón (el peor error que puede cometer un político es creer que la verdad absoluta está de su parte) frunció el ceño y se amohinó en una esquina.

Ocurre que en la democracia española de hoy sobran bufones de opereta y falta gente con sentido de Estado; sobra pose y sobreactuación y escasea el sentido común; y sobre todo sobra mediocridad y falta talento, grandeza, dimensión colosal. ¿Qué hubiese sido de España si Adolfo Suárez se hubiese puesto de perfil, agarrándose una pataleta de colegial contrariado, a la hora de verse las caras con Carrillo para legalizar el Partido Comunista? ¿Qué hubiese sido de nosotros si aquel gigante de la política que hizo historia consolidando la democracia en España hubiese regalado su dorso gentil al rojo Felipe González (cuando Felipe era rojo, claro, no ahora que es patrón de yate)? ¿Y qué habría ocurrido si aquel día fatídico del 23F Suárez le hubiese dado la espalda a la democracia en lugar de plantarle cara, con bravura, a los rebeldes picoletos de Tejero? Hoy, sin duda, tendríamos en el poder a un generalazo franquista y habríamos perdido para siempre la batalla por la libertad.

Tras la intervención de EH Bildu, ya en los pasillos del Congreso, Suárez Illana quiso aclarar su episodio con Aizpurua. “No todos los hechos e ideas son respetables”, sentenció el aprendiz que no llega a las suelas del genio. “Creo que para la inmensa mayoría de españoles tan asesino es quien da cobertura logística, jurídica o política como aquel que vacía su arma sobre la nuca indefensa de un hermano o una compañera como Teresa Jiménez Becerril, o Ernest Lluch, o Eduardo Madina, o Gabriel Cisneros… Y así podría seguir enumerando nombres hasta superar seguramente los dos millares”, alegó mientras curiosamente las víctimas del terrorismo, las personas que realmente sufrieron el zarpazo criminal, pedían paz y entendimiento.

Hace ya 17 años que el padre aconsejó al hijo: “Adolfo, te vas a dedicar a la tarea más noble a la que un hombre puede dedicar sus días, pero te voy a recordar que vas a tener que vivir con la excrecencia sin confundirte jamás con ella”. Se ve que Illana no entendió el mensaje. Un político cobarde que huye del debate hace mucho daño a un país. Un auténtico demócrata tiene la obligación de entenderse hasta con el diablo. Evidentemente, esta astilla no salió de aquel palo.

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