Corren dando vueltecitas al circuito de Barcelona los bólidos de la F1. Corren primero para «entrenarse»; o practicar. Corren luego para ver en qué orden se situan en la llamada parrilla de salida (y ahí una pequeña ilusión, el «local hero» como lo llaman las revistas especializadas escritas en inglés, consigue colocar su exasperante patata naranja y negra en séptima posición; ¡qué bien!). Vuelven a correr para ver quien gana la carrera y consigue los puntitos para el mundial y para hacer bailar un poco los numeritos de las estadísticas: H sólo está a tantas poles de S, V pronto alcanzará al profesor si sigue así…

No sé por qué la carrera consigue desinteresarme tanto. Es el Gran Premio de España ¡joder! Y ni siquiera he pedido acreditación para estar en el circuito husmeando aquí y allá!

Claro que yo no necesito acreditaciones para entrar en ningún sitio, mucho menos en un circuito donde se disputa -quizá disputar sea un verbo excesivo- una carrera de Fórmula 1, porque yo soy «el loco de Tigre Manjatan» (¡Hola José Antonio!) y puedo proyectar mi fantasma, mi sombra: la sombra del Tigre donde quiero y cuando quiero, y convertirme en el Piloto Número 21 en este juego que se pretende novela: LAS ALMAS Y LA F, aunque por el momento sólo sea un puñadito de artículos excéntricos y para muchos, lo doy por hecho, difíciles de entender.

Pero sí sé, en la boca de los niños y los zumbaos está la verdad, si sé porque me desinteresó tan mazamente el Gran Premio del país donde vivo a fecha de hoy. Sé, sí, que el segundo domingo de mayo del año 2017 la F1 se convirtió para mí en la Formulilla Uno, porque estoy mucho más interesado en ver qué hace «my particular hero«, el gran Falonso Fernando Alonso en las 500 Millas de Indianápolis, que en lo que suceda a sus colegas cuando vayan a dar sus vueltecitas en el circuito urbano más famoso de la historia del automovilismo: Mónaco, of course.

Sí, estuvo bien que Martillito Hamilton ganase a Baby Schumi Vettel; así se mantiene un poco el interés por el campeonato mundial. Bah.

Alonso Fernando Alonso ha dinamitado esta temporada el campeonato mundial. Se me escapa la sonrisa de la cara y se me hace carcajada al imaginar que…

-ya sé que es casi imposible, pero amén de fou, je suis un rêveur

¡ganara mi superhéroe favorito las 500 Millas de Indianápolis!

¡Wow, wow, güou!

Quedaría demostradísimo que la F1 actual es una farsa y una estupidez (yo vi morir a Cevert), que el mejor piloto vivo -ÉL- tiene que conformarse con quedar entre los últimos clasificados carrera tras carrera porque el exceso de normas y basuras hace que los robititos con ruedas sean demasiado complicados de hacer y ni siquiera el alma de un héroe sea suficiente para hacerlos correr.

Estaré en Mónaco sí, como sombra o como cicatriz; pero el domingo 29 estaré sobre todo en Indianápolis, donde para arrancar el coche es suficiente silbar: dar al contacto, donde la seguridad se cuida hasta donde se puede y debe; pero sin matar la quintaesencia de los deportes de la alta velocidad que es el riesgo -verdadero- de morir.

 

Otro burbon, por favor.

(y aupa Atleti; me gustó ver como ganaba en el Vicente Calderón el último partido que jugaba en la Champions contra su más encarnizado rival. 2-1. ¡Muy bien!)

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