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La fea costumbre de destruir a las personas

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análisis

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En los últimos tiempos, y no tan últimos desgraciadamente, hemos asistido al escarnio público y destructivo de machacar a la persona haciendo públicos sus errores, defectos o debilidades personales, que al fin y al cabo todos en alguna medida tenemos.

Los oponentes o los que realizan algo con lo que no congracian nuestras ideas son machacados minuciosamente hasta que se les invalida personalmente como posibles oponentes y en muchos casos como personas.

No quería escribir este artículo, porque muchos interpretaran maliciosamente, que esto es una declaración de mi aceptación de todos aquellos desmanes que realizan. Pero ni mucho menos es así. Claro que no estoy de acuerdo con sus actuaciones, pero mi ética me ha impedido siempre pisotear a los caídos. Por el mismo principio que me dice que solo me enfrente a bichos de mí mismo tamaño, lo contrario entraña una cobardía que va en contra de mis principios más básicos. Igual que no puedo tolerar el ataque en manada, no lo puedo tolerar sea quien sea el atacado. Encuentro una vileza en ello, que me da igual que sea digna de alabar por muchos, la oportunidad e inteligencia del ataque, yo personalmente no podría tolerármelo.

Es cierto que cuando uno no está de acuerdo con una resolución judicial, con la actuación de un político o de un particular se necesita inteligencia, preparación y dialéctica personal suficientemente para combatirla honestamente. Igual que se necesita valor, para enfrentarse al enemigo con las mismas armas de frente y no por la espalda. Y siento decirlo, pero echo de menos la inteligencia de Santiago Carrillo en sus debates, la ironía de Alfonso Guerra y la contundencia y preparación de Manuel Fraga, la templanza y cercanía de Tierno Galván, los discursos de Wiston Churchil , la entereza y constancia de Ghandi y la humana empatía de Madiba. Echo de menos a los grandes que supieron combatir las ideas de sus oponentes, con ideas, ingenio, inteligencia preparación y fina elegancia. Sin recurrir al insulto personal, al juego sucio o a movilizar a la ciudadanía argumentando cuestiones que ni tan solo sabemos si son ciertas o no, pero que ahí quedan. Ni siquiera les hemos permitido la defensa de los mismos. Vulnerando la raíz de toda nuestra construcción democrática del derecho que toda persona tiene a la legítima defensa, las excusas atenuantes o absolutorias, o el castigo proporcionado al delito muy ajeno del escarnio y linchamiento personal al que nos estamos acostumbrando y nos resulta normal.

Hemos entrado en la época de la incultura y la falta de principios y moral, la destrucción de nuestras leyes más básicas y la destrucción del sistema atacando a todas nuestras instituciones, sin presentar recambio alguno para establecer otro que lo subsane. Los juicios sin pruebas, las penas sin proporción al delito y la calumnia como medio de destruir al enemigo. Que entre que se prueba y no se prueba lo afirmado, si es cierto o no cierto, las personas ya han quedado inhabilitadas.

Por eso desde aquí quiero decir muy clarito, no estoy de acuerdo con lo que hiciste Cristina Cifuentes, ni siquiera estoy de acuerdo con gran parte de tu ideología, no estoy de acuerdo con el voto particular de la manada y considero que debe ser recurrido y subsanado Ricardo González, magistrado, No estoy de acuerdo con tu idea de estado Carles Puigdemont, ni con el independentismo catalán que me parece un disparate, no estoy de acuerdo con que un político o magistrado, conduzca bajo los efectos del alcohol, Rosa Valdeón o Enrique López y creo que todo ello tiene unos mecanismos legales de sanción y unas penas proporcionadas para imponerse a los hechos. Pero yo no seré la que apoye que te apedreen públicamente, física o psíquicamente, muchas veces más dañina que la violencia física, que te lleven a la destrucción como persona o que te dejen sin ingresos sin trabajo y sin credibilidad. Las ideas se combaten con ideas y los ilícitos con la ley y los reglamentos. Porque nuestra constitución también prohíbe las penas inhumanas o degradantes, y lo hace para todos. Y el escarnio público, con medias verdades o con calumnias, sin derecho a la legítima defensa y sin ponderación de la pena, la exposición de las debilidades o errores personales, encaminado al aislamiento social y a la destrucción como ser humano, lo es.

Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

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