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“La extrema derecha ha tenido siempre buenos padrinos, además de contar con el amparo de las instituciones y con absoluta impunidad”

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análisis

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El crecimiento que experimentaron los movimientos de extrema derecha ene España tras la muerte del dictador logró que se equipararan en un tiempo récord con aquellos que se expandían en el resto del continente europeo. Desde distintos ámbitos y con variadas estrategias, el antifascismo se organizó para frenar la violencia que estos colectivos violentos venían llevando a la práctica de forma creciente en la sociedad española. El periodista Miquel Ramos, uno de los mayores especialistas en España en movimientos sociales y extrema derecha recoge en Antifascistas (Capitán Swing) un completo recorrido por el combate que el antifascismo ha llevado a cabo en las últimas décadas para frenar uno de los mayores peligros para la democracia en la sociedad actual.

Realiza un exhaustivo recorrido por la lucha antifascista en este país en los últimos 30 años. A nivel de balance, ¿ha merecido la pena tanto esfuerzo o hoy queda aún más trabajo que realizar que en aquellos lejanos años 90 del siglo pasado?

Sin ninguna duda. Gracias a toda la gente que hace tantos años ya vio el problema y decidió tomar partido, se paró gran parte de la violencia en las calles y se frenaron los intentos anteriores de la extrema derecha por normalizarse. Lamentablemente, ese compromiso lo asumió muy poca gente, que corrió grandes riesgos en absoluta soledad, que fue criminalizada y perseguida, y en muchas ocasiones perdió la vida o quedó con graves secuelas. Si hoy existe una extrema derecha ya normalizada en las instituciones es precisamente por el fracaso y la equidistancia del resto de la sociedad, que ni detectó el problema o peor, que se mantuvo al margen. Ningún reproche a quien sí lo hizo, a su manera y con los medios que tenía a su alcance.

Ahora, quien tiene que reflexionar es la sociedad entera. El antifascismo hizo los deberes. El resto, no

En todo este tiempo, da la impresión de que la extrema derecha siempre ha tenido una capacidad de organización y asentamiento en distintas capas de la sociedad mucho más sofisticada a todos los niveles en comparación con las organizaciones de lucha antifascista. ¿Por qué?

No creo que sea así. La extrema derecha ha tenido siempre buenos padrinos, además de contar con el amparo de las instituciones y con absoluta impunidad. Esto es así porque no supone ninguna amenaza para el statu quo. No cuestiona el orden social y económico, sino que es un garante del mismo, un perro de presa que solo ataca a los más vulnerables y a quienes promueven un cambio social. El antifascismo surge primero como reacción y autodefensa ante la violencia y la impunidad de estos grupos, pero el militante antifascista participa de muchas otras luchas. En el libro se relata cómo actúa el Estado, el poder judicial y cómo actúan los medios de comunicación con unos y con otros.

¿Qué papel han jugado el periodismo, los movimientos sociales y las distintas manifestaciones artísticas en apoyo de esta lucha contra el fascismo?

Siempre ha habido periodistas que han detectado y denunciado el peligro y la impunidad de la extrema derecha, sus conexiones con el poder y sus estrategias para colarse en todas partes, pero ha sido minoritario e incluso estigmatizado por gran parte del gremio. Ahora que Vox está disparando a discreción, más gente se siente apelada y parece que se va concienciando cada vez más gente. Los movimientos sociales, por su parte, han sido los que siempre han estado a pie de calle y han sabido dar diferentes respuestas a todas las formas que iba adoptando el fascismo. Como decía, el militante antifascista viene de ahí, por lo tanto, sabe que, en el trabajo comunitario en el barrio, en la educación, y en muchos otros terrenos, se libra una batalla constante contra el odio que pretende instaurar la extrema derecha. La cultura también ha sido y es un frente de lucha importante en la medida en que crea un relato, transmite unas ideas y llega a muchísima gente. Yo hablo de la música en el libro, pero podríamos hablar también de cine, teatro, artes plásticas y mucho más.

Si hoy existe una extrema derecha ya normalizada en las instituciones es precisamente por el fracaso y la equidistancia del resto de la sociedad, que ni detectó el problema o peor, que se mantuvo al margen

En este tiempo transcurrido, ¿cuál ha sido el momento más crítico sufrido por estos colectivos antifascistas?

Los años 90 fueron terribles. Los grupos nazi-fascistas ejercían la violencia de una manera brutal e indiscriminada, y se cobraron muchas vidas: Sonia, Lucrecia, Guillem, Richard, Aitor, Susana, Hassan… Hay una larga lista de muertos y otra mucho más amplia de heridos y afectados de múltiples maneras. Existía mucha impunidad y un relato oficial que minimizaba estos hechos y los reducía a casos de ‘violencia juvenil’ y ‘tribus urbanas’. Llega un momento en el que el antifascismo decide pasar a la ofensiva, de esperar a recibir los golpes y de mantener el discurso de víctima. Decide actuar, ir a por ellos y lanzarles un mensaje claro: se acabó la fiesta. El miedo, entonces, cambió de bando, y los grupos neonazis se repliegan y empiezan a tener que esconderse. Es ahí cuando las autoridades deciden tomarse en serio el problema, cuando encuentran respuesta. Aquí ya empiezan con los discursos de ‘los ‘extremos’, situando a ambos en un mismo plano: a quienes mataban y a quienes decidieron plantar cara a quienes lo hacían. Sin embargo, se ha visto cómo, a pesar de la violencia sufrida por los grupos ultraderechistas y de la represión y persecución contra el antifascismo, este ha sabido siempre rehacerse y reciclar esa situación adversa en más activismo y más solidaridad. Eso solo es posible porque existen unos valores sólidos que sustentan el movimiento: solidaridad, apoyo mutuo y compromiso inquebrantable en la defensa de los derechos de todas las personas. Eso, ni el fascismo ni el Estado lo tienen.

Dedica un capítulo de su libro a crear comunidad y el trabajo de contención que se realiza en los barrios más desfavorecidos. ¿En qué aspectos concretos se puede calibrar su importancia?

Allá donde exista un tejido social activo, la ultraderecha se encuentra con un dique de contención. La solidaridad y el trabajo mutuo que se crea en estas redes vecinales, en los movimientos sociales, es una de las mejores vacunas contra el odio. Quienes paran desahucios no preguntan la nacionalidad ni a qué dios rezan los afectados. Son parte del pueblo, de la clase trabajadora a la que hay que defender de los abusos del poder y de la precariedad que éste no resuelve, por lo tanto, esto ya supera los estigmas que puedan querer estimular los ultraderechistas contra determinados colectivos.

Lamentablemente, el compromiso de la lucha antifascista lo asumió muy poca gente, que corrió grandes riesgos en absoluta soledad, que fue criminalizada y perseguida, y en muchas ocasiones perdió la vida o quedó con graves secuelas

¿Hasta qué punto la irrupción política de Vox y la “institucionalización del odio” en España a nivel político y social supone una derrota del movimiento antifascista?

No ha sido ninguna derrota del antifascismo, sino al contrario, el antifascismo era el único que alertaba de lo que podría pasar, y terminó pasando. La derrota ha sido de la sociedad entera, que no tomó partido, que ignoró, despreció, caricaturizó y hasta criminalizó al antifascismo cuando le advertía de lo que pasaría. El reproche yo se lo hago a quienes miraron hacia otro lado mientras un grupo de chavales se enfrentaba en soledad primero a las bandas neonazis, y después a todas las diferentes formas que iba adoptando la bestia hasta nuestros días. Ahora, quien tiene que reflexionar es la sociedad entera. El antifascismo hizo los deberes. El resto, no.

¿Se han podido constatar conexiones directas entre los diferentes movimientos neofascistas españoles activos con los principales dirigentes de la formación política Vox?

Hay antiguos militantes de formaciones nazi-fascistas que han estado o siguen estando en Vox, como han acreditado otros compañeros periodistas. Aunque siguen existiendo formaciones neofascistas al margen de Vox, estas ven como una oportunidad la llegada y la normalización de Vox, porque supone una normalización de sus ideas, un altavoz de sus propuestas, aunque difieran luego en algunos aspectos.

La solidaridad y el trabajo mutuo que se crea en los movimientos sociales es una de las mejores vacunas contra el odio

Otro punto destacado de estas organizaciones de tinte neofascistas son sus presuntos vínculos con funcionarios adscritos a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. ¿Son casos aislados o es una realidad mucho más extendida de lo que pensamos a priori?

Que la principal asociación policial, que ha ganado la mayor cuota de representación en sus órganos, sea una que no esconde su discurso ultraderechista y sus simpatías por la ultraderecha, es algo que da algunas pistas de cómo están las cosas. También la tranquilidad con la que algunos funcionarios de este cuerpo van a desayunar a un bar con simbología fascista, o los comentarios machistas, racistas y ultraderechistas en sus foros. Nada de esto ha tenido sanción alguna. Al contrario, existe un corporativismo muy peligroso que impide que cualquier demócrata que haya en el Cuerpo se sienta seguro a la hora de denunciar determinados comportamientos o comentarios, y esto debería ser al revés. Quien debería tener miedo es quien se fotografía desayunando en un bar bajo una bandera de falange con el uniforme del CNP, no quien lo denuncia de manera anónima a la prensa por miedo a sus superiores o a sus propios compañeros. 

¿Favoreció o entorpeció la lucha antifascista en España en estos últimos años la irrupción del movimiento Podemos en 2014 en el panorama político?

Ni una cosa ni otra. El antifascismo ha estado y está siempre al margen de quien esté en las instituciones. No se puede negar que mucha gente que forma parte de partidos políticos de izquierdas ha pasado o sigue en grupos o actos antifascistas, y es más sensible a este tema, pero el terreno institucional es otro escenario en el que el movimiento no juega, sino que exige, al menos a quien se dice antifascista desde las instituciones. A los políticos se les exige que hagan políticas valientes contra la precariedad, en favor de los colectivos vulnerabilizados y que no compren nunca los marcos ni los discursos de la extrema derecha. No se les pide que simplemente hagan discursos brillantes, sino que actúen de verdad transformando las condiciones materiales y dotando a los colectivos de herramientas y de autonomía. 

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