Ya no es un fenómeno estrictamente francés, donde en las últimas elecciones regionales el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen arrasó y obtuvo unos excelentes resultados, sino que esta suerte de «epidemia» política comienza a extenderse por todo el continente. Por ejemplo, las últimas elecciones regionales en Alemania, celebradas el pasado domingo  13 de marzo, han vuelto de poner de actualidad este auge y éxito político de la extrema derecha.
La autodenominada Alternativa para Alemania (AFD) ha obtenido 23 de los 143 puestos del parlamento de Baden-Württemberg, 14 de los 101 del legislativo Rheinland-Pfalz y 24 de los 87 del de Sachsen-Anahalt, convirtiéndose en esta región (land) de Alemania en la segunda fuerza política por delante de los verdes, los liberales, los socialdemócratas y la izquierda. Nunca hasta ahora la extrema derecha alemana había obtenidos unos resultados tan espectaculares como los que se produjeron en estas elecciones regionales.
Pero esta situación ya no solo se da en Francia y Alemania, países que atraviesan graves problemas migratorios, convulsiones sociales a costa de los recortes, una amenaza terrorista que sigue presente y una cierta tensión se hace evidente en las calles, sino que en otras zonas del continente también se está repitiendo la misma tendencia electoral. Suiza, uno de los países con mayor renta per capita por habitante, buenos sistemas de salud, educación y pensiones, altos niveles de seguridad y un país conocido históricamente por su tendencia a la estabilidad, la extrema derecha ya consiguió convertirse en  la primera fuerza política, con 65 escaños de los 200 del parlamento, y amenaza con ser alternativa de gobierno en los próximos comicios.
Otro país donde la extrema derecha ha tenido éxito es Polonia, donde el Partido Ley y Justicia gobierna y suele una obtener más de un 30% de los votos en casi todos los comicios. A merced de un sistema electoral que ha dejado a las minorías fuera de juego, esta formación ultranacionalista, católica, xenófoba y poco plegada a las reformas  ha conseguido liderar una suerte de «revolución» neoconservadora de corte reaccionario y ultramontano en uno de los países más pobres de Europa.

UNA MAREA CRECIENTE QUE SE EXTIENDE POR TODO EL CONTINENTE

Esta marea ultra, que se extiende desde Francia hasta Rusia, también ha llegado a Austria, donde el Partido de la Libertad de Austria (FPO) supera ya el 20% de los votos, Hungría, en que la irrupción del antisemita Jobbik hizo temblar el sistema político, y Grecia, que cuenta con los nazis de Amanecer Dorado como tercera fuerza electoral y los sondeos anuncian que seguirán subiendo en los próximos comicios. Y en Rusia existe una de las formaciones ultraderechistas más antiguas del continente: el Partido Liberal Democrático (PLD) de Vladimir Zhirinovky, que con algo más del 12% de los votos es una de las fuerzas que sintoniza con la política de corte nacionalista y militarista del presidente ruso Vladimir Putin.
Tampoco los países nórdicos han escapado a esta tendencia: en Dinamarca existe el Partido Popular Danés (DF), con más del 26% de los votos en las últimas elecciones europeas; en Suecia, para no ser menos que sus vecinos, nos encontramos los Demócratas de Suecia, que obtuvieron el 13% de los votos en las últimas generales; en Finlandia con los Auténticos Finlandeses (Perus), que consiguieron el 13% de las papeletas emitidas en las europeas del 2014; y, finalmente, en Noruega tenemos al Partido del Progreso (FrP), que con el 16% en las últimas elecciones generales es una fuerza en alza. La principal característica de todas estas fuerzas es su discurso contrario a los inmigrantes, una crítica permanente al proyecto europeo y la defensa de una suerte de pureza racial y étnica frente al multiculturalismo y las sociedades abiertas.
En lo que se refiere a Europa Occidental, en Francia el ya citado Frente Nacional se sitúa en primer lugar en las preferencias de voto para las próximas elecciones y en Alemania la ya reseñada Alternativa para Alemania tiene muchas posibilidades de seguir creciendo y convive con el ultraderechista Partido Democrático Nacional Alemán (NPD), ya presente en el Parlamento Europeo. El Reino Unido también se ha unido a esta «moda» y cuenta con el UKIP -Partido para la Independencia del Reino Unido-, que obtuvo el 26% de los sufragios en las elecciones europeas y el 13% en las generales, una formación populista que defiende la salida del país de la Unión Europea (UE) y también pretende cerrar las fronteras para evitar la llegada de extranjeros. Otra formación de carácter populista, xenófoba y contraria a los valores que encarna la UE es el Partido por la Libertad (PVV) de Holanda que lidera el mítico Geer Wilders, uno de los líderes ultras más populares de Europa, y que obtuvo el 13% en las elecciones europeas y sentó a 4 de sus miembros en el legislativo europeo.
La lista de formaciones ultras sería interminable, pero quedaría muy incompleta esta nómina sin citar a la Liga Norte de Italia, que defiende la independencia de la llamada Padania -el norte de Italia- al grito de «Roma nos roba» y exhibiendo un discurso xenófobo, nacionalista y populista, y ya en el este de Europa se encuentra Ataka en Bulgaria y el Partido de Rumania Grande (PRM) en Rumania, formaciones menores pero que han tenido algunos éxitos electorales con el discurso del ataque al diferente como principal argumento político.

LAS RAZONES DEL AUGE DE LA EXTREMA DERECHA

¿Y cuáles las causas que explican este notable ascenso de la extrema derecha en Europa? En primer lugar, un malestar creciente hacia la clase política y los partidos políticos tradicionales, ya incapaces de dar respuestas a un mundo en caos y donde el Estado de Bienestar ha entrado en crisis. La socialdemocracia europea se encuentra en un estado moribundo y ha cosechado notables fracasos en Alemania, Grecia, España, Italia, Polonia y el Reino Unido, donde hace años que abandonaron el gobierno y no se vislumbra en el corto plazo que lo vuelvan a conseguir. Y, en un segundo orden pero no menos importante, la llegada incontrolada de millones de inmigrantes ha creado una grave crisis en el proyecto europeo y ha agudizado las tensiones y temores en los sectores sociales más bajos, quizá sin razón, pero que se han sentido amenazados; es una sensación pero que se ha manifestado en lo político por esta vía de golpear al sistema a través de las formaciones ultras.
Luego también hay un problema educativo y pedagógico, una ausencia de diálogo entre las distintas religiones, etnias y razas para intentar construir marcos de compresión mutua y tolerancia hacia el otro, un esfuerzo que deber ser bidireccional, en el sentido que requiere un predisposición por parte de los que llegan por integrarse en la sociedad que les acoge y un espíritu más tolerante y abierto por parte de los que reciben en las naciones de adopción. Pero, con toda seguridad, ese camino hubiera sido mucho más fácil si el proceso de recepción de inmigrantes se hubiera hecho de una forma más organizada, regulada y atendiendo a los fundamentos del Estado de Derecho y a la legalidad. La apertura de las fronteras en Europa, sin ningún control, como ha ocurrido bajo la presión de la canciller alemana, Angela Merkel, no ha ayudado en nada a posibilitar ese marco de convivencia y tolerancia que hubiera sido el deseado, sino más bien lo contrario: en medio del caos y el río revuelta las nuevas formaciones ultras salieron a pescar nuevos votantes y tendrán un seguro éxito electoral próximamente. Ojalá no esté en lo cierto.

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