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La escena no es real, pero sí autentica

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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¿Hay un saber filosófico seguro? No. Pero tampoco es necesario. El deseo de estar plantado sobre terreno seguro es un resto de la consciencia autoritaria. Es una reliquia de los tiempos en que se creía que todo lo esencial podía venir por revelación divina.

Los documentos sitúan ante nuestros ojos a meros contornos, como impresiones borrosas de una realidad. Es ociosa la pregunta de si esto es legitimo. La tentación está ahí y es fuerte. Desde luego, quien sucumba a ella debe tener claro que ni la más viva imaginación puede calmar el hambre mientras no consiga producir evidencias.

Replicar la realidad sería simplemente reproducir la confusión creciente y zumbante qué nos confronta. ¿Cuál es el valor de esto? Nuestro objetivo debería se dar sentido a las cosas, estructurar, sintetizar, organizar y orientarnos hacia las cosas de maneras que sirvan a nuestros fines.

El motivo de la repetición encubre cualquier otro efecto: una especie de música sin adornos en la que lo nuevo sale a la luz mediante variaciones microscópicas, mientras lo viejo sigue siendo audible. La repetición, igual que  los reproches morales, como sabemos por experiencia, solo despiertan  obstinación y resistencia sobre todo porque o bien se quedan en el aire o, cuando aciertan, rebotan sin efecto.

Pero la testarudez en la reiteración puede ser también fruto de la desesperación. Y en eso probablemente hay más verdad. También es testarudo el insecto que se acerca a la llama. Esa vuelve a ser la voz del miedo al fuego, el aferramiento, esa desdichada superposición de deseo de fusión y cálculo que sin duda ha tenido que llevar a la desesperación desde el punto de vista emocional.

No se consigue nada cayendo de rodillas suplicando. Siempre  hay que mirar de arriba abajo y quien está de rodillas, se quiera o no, ha perdido. Y  por eso las autohumillaciones, una vez pronunciadas, perpetradas, se convierten inmediatamente en ciertas.

Suele haber consenso respecto a la idea de que el sufrimiento más profundo es mudo; por eso quien se lamenta con demasiada insistencia no goza de credibilidad. Sin embargo, si nos ponemos en situación de buscar un punto de apoyo seguro, de poner los dos pies en el suelo antes de utilizar las manos la credibilidad aumenta y el dolor se vuelve audible.

Por otro lado, un yo que se amuralla para mantenerse autárquico, se encuentra en permanente estado de asedio y está por consiguiente condenado a montar una eterna guardia. Todo es amenazador, cada punto es igualmente vulnerable. En ningún sitio se puede ceder, toda negligencia es castigada y una acción psíquica que sea permeable aunque solo sea en un punto será destruida exactamente igual que un barco se hunde a causa de una diminuta vía de agua.

Y finalmente, donde nada puede entrar, donde todas las grietas están selladas, tampoco nada puede salir. La celda de mi prisión: mi fortaleza.

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