Hoy 1989 está mucho más lejos de lo que entonces estaba 1968. El tiempo que nos come por los pies. La era de las caídas. Nuestro tiempo histórico ha discurrido entre la caída del Muro, la caída de las Torres Gemelas y la caída de Lehman Brothers. La primera de ellas, la que nos liberó, la segunda la que nos asustó y la tercera la que nos dejó desnudos.
Photo España ha reunido en Alcalá de Henares tres visiones distintas de la caída del Muro. Esa misma que nosotros vimos caer desde este lado en la portada de El Mundo, entonces un bebé de meses, la vemos en esta muestra desde los ojos de polacos, checoslovacos y rumanos. Tres caídas también distintas. Tres revueltas que hicieron caer el muro. La revuelta obrera, la cívica y la del hambre.
‘1989: Bucarest – Praga – Varsovia. Instantáneas de la transición hacia la democracia’ reúne en sus salas las realidades de estos tres países que vivieron vertiginosamente aquellos momentos. No se trata de analizar el camino recorrido, sino de volver la vista atrás para ver redescubrir las esperanzas y sueños vividos.
Un retrato del mundo que existía tras aquel muro y que soñaba con la libertad, pero también con beber Coca-Cola y no hacer colas en los supermercados. Una exposición llena de detalles y de gestos simbólicos de los tiempos vividos.
Era el 4 de julio de 1989. Los miembros del Parlamento polaco recién elegidos se sientan por primera vez en sus escaños. El general Wojciech Jaruzelski mira serio al frente en esta instantánea de Chris Niedenthal, a su lado el líder obrero Lech Wałęsa parece estrenar traje. Una gran sonrisa asoma bajo su bigotón mientras mira hacia atrás sonriente a alguien ubicado fuera de campo. La segunda fila de diputados aplaude. Los obreros han entrado en el parlamento.
Praga, 17 de noviembre de 1989. Los civilizados checoslovacos eran demasiado pasivos y la oposición era insignificante. Los muros de esta cárcel eran sólidos. Nadie podría prever que la caída del muro apenas una semana antes fuera a afectarle, así que no había problema para autorizar a que los estudiantes se manifestaran. Al acabar volverían a sus casas y todo seguiría igual. Algo debió torcerse en algún momento y fue reprimida brutalmente. Filas de policías perfectamente ordenadas no eran capaces de tomar las calles y evitar que miles de personas llenaran los escaparates, muros, columnas o tranvías de pintadas de protesta, como si una boquilla de spray fuera la puerta de salida de un volcán interior incontenible. En la imagen de Pavel Štecha, un sonriente Václav Havel hace tintinear sus llaves.
Bucarest, muchos días y muchos lugares. Un hambre impuesta por el poder como castigo y como vía para obtener fondos y construir pirámides en honor del dictador. La cámara de Florin Andreescu retrata desesperadamente el mundo que le rodea. Cada imagen es una cadena perpetua para el tirano. En una esquina de ellas un guardia mira aterrado los nuevos tiempos. Siempre hay quien vive bien sin libertad.