Es insoportable la sensación. Ver al de al lado triunfar y tú no. Verle triunfar algo más que tú. Verle más feliz. No lo soportamos.

Pero aceptemos una cosa: la envidia mueve el mundo. La envidia es lo que hace que intentemos superarnos, tener un trabajo mejor, ganar más dinero, gastar en cosas que no necesitamos. Sí. La envidia es el motor de la economía: querer lo que tiene el otro, viajar donde viajó el otro, comer en un restaurante mejor que donde celebró tu cuñada su cumpleaños, que era lo peor, pero aún así te jodió cierto detalle de amabilidad de los camareros y lo buenos que estaban los chipirones.

La envidia mueve el mundo. Nos alienta a ser criticones disfrazados de críticos: no le queda bien ese pantalón, le hace el culo globo, esa camisa es por lo menos del año 78, está como la Constitución: para cuestionarla.

La envidia mueve el mundo. Nos conduce a dar consejos perversos: tú lo que tienes que hacer es dejar de trabajar en la televisión y hacer teatro, que es lo que te llena como actor y me pasas el contacto de tu repre, que tengo que decirle cuatro cosas.

La envidia nos hace mirar el plato que se pidió el de al lado, a pesar de estar jalando el mejor arroz con bogavante del universo conocido. Queremos el postre de nuestra pareja y le robamos con la cuchara diciendo que sólo lo queremos probar. Añoramos las comilonas en la playa mientras atajamos con cuchillo y tenedor un jarrete asado para dos personas. Vas a la carta y a la media hora ves que estaba mejor el menú. Crees que el brownie está algo seco y que la mandarina que come el triste representante de ferretería es lo mejor que habría pasado por tu boca.

La envidia mueve el mundo más que nada en ese mismo mundo. Queremos el coche que tiene nuestro jefe, la novia de nuestro vecino, la casa de nuestro tito, que es comercial de seguros. Chalets, deportivos, pibones, chulazos, áticos, piscinas privadas. Todo. Lo queremos todo. Mataríamos por ello si fuese la solución (casi siempre lo es).

Hay gente que tiene incluso envidia de las desgracias de los demás. Porque compiten por dar pena, por ser los más pobres, los más desgraciados, los que tienen menos. Su loca carrera hacia el “quiero ser más que tú” les hace querer ganarte también en la desgracia. Presumen de las enfermedades que tienen, las pruebas médicas complicadas que les tienen que hacer, lo caras que son las medicinas homeopáticas que les ha recetado un gurú de mierda en el que confían como se confía en la Bonoloto: me va a tocar porque soy especial y veo señales.

La envidia mueve el mundo. Por eso ser el segundo hombre más rico del planeta no es suficiente. La puja por el primer puesto nos lleva a crecer y crecer sin atender familia, contaminantes, explotación laboral, escasez de recursos, vaivenes bursátiles, cambios logísticos, destrucción de empleo. No basta con tener mucho dinero. Es necesario tener más dinero que nadie. Y luego explotar.

Estaría bien explotar. Tener un botón activado para cuando la envidia sea insoportable. Cuando ya hayas conseguido actuar en todos los teatros a la vez al mismo tiempo, y presentar todos los programas de televisión, y tener mayoría absolutísima en el foro que sea, y todos los coches, y quitarte a ti mismo el parking, y comer todos los días todo a la vez: paella, cochinillo, marisco. Todo junto. Trescientos chupitos que inviten sus correspondientes trescientas casas. Cien mil chalets con sus cien mil piscinas esperando para abrirte la puerta en cuanto llegues. Estaría bien, entonces, un botón activado que lo haga explotar todo. Todo eso que movió la puta envidia que le tenías a gente que ni siquiera reparó en ti de lo tonto, mediocre y estúpido que eras. Una pena, porque te dejó crecer y ahora eres tú el que mandas.

La envidia mueve el mundo, pero lo mueve al revés.

1 COMENTARIO

  1. La llamada, falsamente, «constitución» de 1978 no es tal cosa, pues no cumple ningún requisito para ser CONSTITUCIÓN VERDADERA-DEMOCRÁTICA; esa cosa es, simplemente, UNA LEY FUNDAMENTAL DEL VIGENTE RÉGIMEN.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre