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La dominación masculina

Juan Miguel Garrido
Juan Miguel Garrido
Fundador de Hombres por la Igualdad de la Diputación de Sevilla
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análisis

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Confieso que el libro del sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002), «La dominación masculina» no me fue de fácil lectura. El texto es todo un tratado explicativo de la histórica situación de dominación de los hombres, y de la sumisión de las mujeres. Partiendo del análisis y estudio de una sociedad primitiva, con la que los países mediterráneos guardamos similitudes, la de los bereberes de Cabilia (Argelia), el autor disecciona las estructuras objetivas y cognitivas de la sociedad patriarcal, donde la visión que de las personas y las cosas tiene el hombre, se impone sobre las demás.

El llamado capital simbólico como conjunto de señales, pensamientos, signos, tradiciones, comportamientos, el honor y el pundonor, tan importantes en la masculinidad, la virilidad de los hombres, como una necesidad vital de aceptación por el grupo, la laboriosa y permanente tarea de diferenciación de lo masculino y lo femenino, puesta de manifiesto en la separación del muchacho del universo de la mujer, el corte del cabello en los varones, la circuncisión, expresión de la primacía del sexo del hombre, los ritos, los símbolos, la división sexual del trabajo, los esquemas objetivos, y cognitivos que conforman las percepciones y los sentimientos de las personas. Las unidades sociales, el estado, la Iglesia, la escuela, y la familia, encargadas de la creación y perpetuación del capital simbólico, mediante normas e instrucciones que perpetúan una visión androcéntrica del mundo.

El reparto injusto de las tareas, otorgando al hombre las de mayor prestigio social y valoración, lo público, el poder, y a la mujer todas las consideradas subordinadas, menores, sin valor, lo privado, el hogar. La exclusión de las mujeres del ámbito público, de los juegos de honor, de los deportes de competición, y su relegación a las tareas de la casa, y a las actividades consideradas una extensión de aquella, educación, salud, servicios sociales..

La diferenciación entre el trabajo de producción, masculino, y el de reproducción, femenino, con la prevalencia del primero sobre el segundo. El rechazo de la feminidad, la consideración de la mujer como un objeto e instrumento que se puede intercambiar para obtener poder y capital social. La existencia de un sistema de estructuras establemente instalado en las cosas y en los cuerpos.

La masculinización del cuerpo masculino, y la feminización del femenino, en un ejercicio de distanciamiento y diferenciación de los sexos, la actitud, el vestuario, el peinado.. La somatización de la relación de dominación en la mujer y el hombre. La consideración de la vagina como un pene invertido, el vacio, y así por extensión de todo el cuerpo de la mujer, calificado de sucio e indigno. La limitación de movimientos de la mujer, gestos, posturas, como señal de reclusión y sumisión, la falda que limita e impone una forma de correr, andar, sentarse, agacharse, cruzar las piernas, el bolso que mantiene ocupadas las manos, el velo como símbolo visible de su confinamiento.

La interiorización por la mujer del pensamiento dominador, de forma que acabadas las prohibiciones, se impone voluntariamente iguales limitaciones y restricciones. La consideración del hombre esposo como persona que a quien corresponde el protagonismo, la palabra pública, las relaciones sociales. El pasear cogidas del brazo del hombre que dirige, ordena y simboliza su presencia en el espacio público.

La sexualidad como acto de dominación y poder, la postura, el hombre sobre la mujer, él activo, ella pasiva. La reafirmación de la masculinidad, la necesidad de aceptación por el grupo de hombres, el miedo a lo femenino. Las violaciones grupales por jóvenes, sustitutivas de las antiguas visitas en grupos a los burdeles, y casas de putas, donde más que placer se busca la demostración de la virilidad, que ha de ser revalidada por el resto de hombres, el temor a no ser considerado un hombre de los de verdad.

La construcción histórica, el trabajo permanente y laborioso de diferenciación entre hombre y mujer, las ropas, lo adecuado, y no, lo permitido y lo prohibido, lo bien visto, y lo mal considerado. La naturalización de la historia, y su normalización, para que la diferenciación social y simbólica entre hombre y mujer sea considerada y vista como algo biológico, ahistórico, normal e inevitable. La tergiversación y manipulación de la realidad en favor del poder masculino.

El matrimonio como instrumento perfecto para la dominación, y el intercambio de capital simbólico, del que la mujer es su principal objeto, y como medio de alcanzar poder y prestigio social. La imposición a la mujer de la castidad. La invasión de las conciencias por el poder omnipresente del hombre. El poder hipnótico de la dominación. La existencia de categorías construidas desde el punto de vista del dominador. La alienación, el hábito y la opinión dominante, la violencia simbólica, ejercida a través del lenguaje, de las costumbres, lo que hay que hacer y lo que no. La resignación y la discreción como mandato a las mujeres. Los detalles aparentemente insignificantes, de los comportamientos cotidianos de los hombres, cargados de innumerables llamadas al orden, la llamada “política del tacto”, es decir la facilidad y frecuencia de los contactos corporales, acariciar la mejilla, coger por los hombres o por la cintura, besar, por parte de los hombres.

Las disposiciones objetivas ofrecidas a las mujeres por la estructura, muy sexuada, de la división del trabajo, donde las disposiciones femeninas inculcadas a través de la familia y todo el orden social masculino siguen determinando su posición. Los casos en los que los hombres mejor intencionados, realizan actuaciones discriminatorias, que excluyen a las mujeres, sin ni siquiera planteárselo, de las posiciones de autoridad, reduciendo sus reivindicaciones a caprichos, merecedores de una palabras de apaciguamiento, o de una palmadita en la mejilla, o bien con una intención aparentemente opuesta, recordándolas o reduciéndolas a su femininidad, gracias al hecho de atraer la atención hacia el peinado, hacia cualquier característica corporal, o utilizando términos claramente familiares (el nombre de pila), o más íntimos, “niña, querida”, en contextos formales.

Las estadísticas que señalan que los trabajos más cualificados son ocupados por los hombres, y que los desarrollados por las mujeres carecen de calidad. La existencia de un doble estándar para medir los mimos trabajos según sean desempeñados por hombres o mujeres. Las mismas tareas que pueden ser nobles y valoradas si son realizadas por los hombres fuera del ámbito privado, y no por la mujer, cocinero, cocinera, sastre, modista.

La dominación de la mujer, que a través del juego que imponen las esperanzas subjetivas, las expectativas y posibilidades colectivas, positivas o negativas, por la experiencia prolongada e invisiblemente impuesta de un mundo sexuado, que tienden a incorporarse a los cuerpos, de las aspiraciones a las oportunidades, hacen desaparecer, y desanimar a las mujeres, a realizar actos que entienden no les son propios.

Lo típico y gran mérito de los dominadores de ser capaces de hacer que se reconozca como universal su manera de ser particular, cuando sin embargo, las normas por la que se valora a las mujeres no tienen nada de universales, sino que responden a unas propiedades históricas construidas por los hombres.

La atribución a las mujeres de determinadas características, comportamientos, formas de andar, y ser, que no son más que la práctica que la dominación masculina ha impuesto en ellas, y no responden a cuestiones biológicas ni universales.

El cuerpo de la mujer, como cuerpo para otro, las reacciones que su imagen suscita en los demás, y su percepción. El cuerpo percibido determinado por un punto de vista social, su volumen, su estatura, la manera de moverlo, el porte el cuidado, los deseos de gustar. Propiedades corporales que son aprehendidas a través de los esquemas de percepción.

La representación común que concede al hombre la posición dominante, la del protector que rodea, vigila, mira por encima del hombro, la dominación masculina que convierte a las mujeres en objetos simbólicos, cuyo ser, es un ser percibido. Se espera de ellas que sean femeninas, es decir sonrientes, atentas, simpáticas, obedientes, sumisas, discretas, contenidas, por no decir difuminadas.

La estructura que impone sus condiciones a los dos términos de la dominación, y por tanto a los propios dominadores, que pueden beneficiarse de ella, sin dejar de ser dominados por su dominación.

El libro de Pierre Bourdieu nos muestra el mundo del hombre, el universo oculto de la dominación en unas sociedades, como la nuestra, organizadas de acuerdo con el principio de la primacía absoluta de la masculinidad. Un libro que debemos leer, si queremos comprender las verdaderas dimensiones de la desigualdad.

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1 COMENTARIO

  1. La mínima ética que se exige para ser persona siempre se neutraliza cuando se rechaza a la verdad, cuando no se quiere reconocer que únicamente la verdad garantiza todos los bienes y HAY QUE DEFENDERLA. Pero a muchos esto les suena a tener ellos incómodamente que desenmascararse y eso les duele, ¡y bastante! Por eso siempre es la misma historia esto, los intelectuales españoles NO QUIEREN RECONOCER que una silla es una silla, no, que el mar es el mar, no, ni que el viento es el viento. ¡Ah!, lo que sí quieren es DESPISTAR, confundir, excusar, positivizar tonterías, hablar de otras cosas y, así, así precisamente putean a toda la sociedad, a Dios y al infinito, ¡exacto!, cambiando la silla por una zanahoria, el mar por pedo mental y el viento por una corrida de toros (¡que saborean para divertirse¡). Sí, ellos nunca quieren reconocer que TODOS tienen una cultura machista (incluso la mujer), que siempre ha premiado la fiesta machista (los toros a matarse por impulso machote), que ha premiado la poesía machista, ¡siempre!,que ha premiado el trabajo machista (claro, las mujeres siguen cobrando menos), que aun ha premiado la televisión machista (con estereotipos que siguen machistas) y todo, en fin, todo.
    Pero ellos no lo ven, no; porque, para ver algo, hay que demostrar o evidenciar primero que ¡NO LO TAPAS! http://delsentidocritico.blogspot.com/

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