Los verdaderos triunfadores de los comicios en Euskadi y Galicia han sido los partidos nacionalistas. Mientras el Partido Popular ha mantenido de Alberto Núñez Feijoo y en el País Vasco el candidato de Pablo Casado ha vuelto a superarse a sí mismo y ha logrado romper un suelo que parecía difícil de romper.

La Xunta de Galicia seguirá gobernada por al actual presidente, un representante del Partido Popular más moderado y alejado de la extrema derecha. La antítesis de Cayetana Álvarez de Toledo y de Pablo Casado, y así lo han mostrado dirigentes como Juan Manuel Moreno Bonilla (presidente de la Junta de Andalucía) o Borja Sémper (un hombre del PP muy cercano a Alfonso Alonso):

Dos mensajes que revientan los oídos de la actual dirigencia de Génova 13, de todos aquellos que pretende luchar con la extrema derecha de Vox con sus mismos argumentos y no con la democracia y el respeto a lo que indica la Constitución.

Sin embargo, este Partido Popular no entiende las diferencias entre los diferentes pueblos de España, la singularidad de las nacionalidades históricas y la importancia para el país del autogobierno.

En Euskadi, por su parte, el PP, coaligado con un Ciudadanos más cercano a Albert Rivera que a la línea que quiere implementar, teóricamente, Inés Arrimadas. A todo esto, se suma la candidatura de Carlos Iturgaiz, un hombre que representa la línea dura de imposición del españolismo, la utilización partidista de las víctimas del terrorismo y la negación del autogobierno del pueblo vasco. El resultado ha sido contundente: pérdida de 4 escaños y de casi 50.000 votos.

La actual derecha, la que se retrató en la Plaza de Colón de Madrid, ha unido a los votantes nacionalistas, tanto en Euskadi como en Galicia, y ahí están los resultados.

El BNG ha pasado de ser la cuarta liderar la oposición a Núñez Feijoo, con un incremento de 13 escaños respecto a los resultados de 2016 y un aumento del apoyo popular de casi 200.000 votos.

Por su parte, EH-Bildu ha subido hasta los 22 escaños, 5 más que en 2016. El PNV, ha mantenido resultados en votos y ha subido hasta los 31 escaños, 2 más que en los anteriores comicios.

Por tanto, el giro que están haciendo las derechas hacia los posicionamientos más cercanos a la extrema derecha en referencia a los partidos nacionalistas ha movilizado a los votantes. Además, ha dejado vacía de contenido la división que los conservadores y los ultras pretenden imponer entre el nacionalismo y el constitucionalismo.

El nacionalismo democrático, y ninguna de las fuerzas políticas de este sesgo que han conseguido representación en sus parlamentos regionales están fuera de la legitimidad democrática, es fundamental para el sistema político español y es la hora de que se empiece a hacer pedagogía desde todos los ámbitos para hacer entender a toda la ciudadanía que el nacionalismo es necesario para la democracia española.

Por otro lado, los planteamientos que ponen en duda la lengua, la cultura y la política de las nacionalidades históricas de España lo único que hace es reforzar, precisamente, que los planteamientos de inmersión política se conviertan en actuaciones rupturistas.

La unión de las derechas contra el nacionalismo ha sido el fracaso de las políticas intolerantes, algo que la ciudadanía gallega y vasca lo ha dejado muy claro. Poner en peligro las señas de identidad de las regiones históricas ha provocado la reacción de los hombres y mujeres que se sienten orgullosos de lo suyo.

Los países avanzan y los planteamientos que retrotraen a una unidad férrea de España provocan la reacción de una ciudadanía que sí entiende la verdadera necesidad de la descentralización como un elemento de fuerza. España no puede sumar como lo plantean el PP, el Ciudadanos riverista y Vox.

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