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La democracia norteamericana tiembla ante los Proud Boys

El juicio contra los cabecillas del grupo pone al descubierto el grado de organización de la extrema derecha trumpista

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análisis

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La Justicia estadounidense (algo tarde, es cierto) ha sentado en el banquillo de los acusados a los líderes de los Proud Boys, esa trama trumpista, paramilitar y ultra que agitó las calles durante el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Donald Trump es solo el ideólogo, el hombre que apunta y da las órdenes para derribar la democracia, pero detrás hay todo un submundo marciano que le sigue ciegamente, un viscoso miasma social formado por fascistas, fanáticos religiosos, negacionistas, adeptos a la secta conspiranoica Qanon, veteranos marines en la reserva, viciosos de las armas de la Asociación Nacional del Rifle, vaqueros nostálgicos de las películas de John Wayne y en general gentes de esa América profunda (y no tan profunda) que pululan por la todavía primera superpotencia mundial.

Hace solo unos días comenzó el juicio por sedición y conspiración contra los cinco principales cabecillas de Proud Boys, una de las milicias de extrema derecha que participaron en el tejerazo contra Joe Biden. Hablamos de ese nutrido grupo de rudos muchachotes que han constituido una especie de ejército trumpista en la sombra, una milicia de barbudos formada por armarios empotrados de dos por dos, gente sin oficio ni beneficio que han encontrado en el terrorismo supremacista blanco de extrema derecha una salida profesional en medio de la decadencia de un país donde muchos estados han caído en el más absoluto de los olvidos y la decadencia. Toda esa ralea de violentos que babean con solo tocar un rifle de asalto proviene de la América vaciada carcomida de desempleados, de los extrarradios de las grandes ciudades donde la droga causa estragos, de los ranchos polvorientos del Oeste adonde no llega la civilización, de los lejanos y apartados pueblos sureños donde hace tiempo se enseña el creacionismo en las escuelas y donde el Ku Klux Klan, con sus gordos policías racistas, impone la ley del más fuerte y la caza del negro. Todos ellos han mamado la violencia estructural generada por un sistema económico, el capitalista, claramente fracasado, y por la promesa de un modo de vida, el american way of life, que empieza en sueño y acaba en pesadilla o neurosis colectiva. Ese tierno parvulito de 6 años que hace unos días disparó a quemarropa contra su maestra en una escuela primaria de Virginia, tan rico él, es un Proud Boys en potencia, solo que sin barba, en pañales y balbuceando “caca” o “pipi” en lugar de America First, gran eslogan trumpista, mientras sostiene en su mano el revólver todavía humeante. La cosecha de pequeños pirados es cada día más fértil, de modo que Trump puede estar tranquilo, ya que su proyecto de nuevo fascismo americano tiene el futuro asegurado. Por mucho que el partido republicano esté naufragando en medio de las disensiones y las luchas internas, el trumpismo se muestra más fuerte que nunca y no solo se conforma con controlar el mercado doméstico, sino que exporta su producto más allá de las fronteras de USA, como si se tratase de la General Motors. La extrema derecha yanqui trabaja ya como una formidable multinacional y vende odio a todo el planeta como botellines de coca cola. El reciente golpe bolsonarista contra Lula da Silva en Brasil viene a demostrar que el nuevo populismo nazi cuaja allá donde se planta la semilla antidemocrática, también en España, donde un asalto al Congreso de los Diputados por parte de grupos reaccionarios parece cuestión de tiempo.

En la democracia estadounidense han saltado todas las alarmas a la vista de que la epidemia de fascistas y psicópatas obsesionados con graduarse con una matanza récord en Yale se antoja incontrolable. El FBI desconoce cuántos mercenarios forman con exactitud ese ejército trumpista clandestino que bajo la consigna de “lo volveremos a hacer” no descansará hasta darle el golpe de Estado definitivo a Biden. ¿Con cuántos soldados cuentan los Proud Boys? Probablemente son cientos, miles, una legión. La mayoría proviene de esa América deprimida y agreste que hemos visto en las películas de los hermanos Coen. Machistas con camisas sudadas de leñador, el frigorífico rebosante de cervezas y un cerebro podrido de tantos partidos de la Super Bowl. Pero también se organizan en los suburbios y guetos de las grandes ciudades como Washington o Nueva York, donde la miseria y la marginación forman el mejor caldo de cultivo para las ideas totalitarias antidemocráticas. En realidad, están por todas partes, mayormente en las redes sociales, donde beben las delirantes doctrinas de la secta Qanon, ese grupo conspiranoico que cree a pies juntillas en la existencia de una mafia de actores famosos, empresarios, intelectuales de izquierdas y políticos demócratas que beben la sangre de los niños.   

El juicio contra los Proud Boys por sedición y conspiración no deja de ser, sin duda, una buena noticia para una sociedad enferma como la estadounidense. Pero llega demasiado tarde, cuando la organización se ha implantado en todo el país gracias a la financiación de empresas y a las donaciones privadas, formando un cáncer que parece extenderse por los 50 estados de la Unión. La Fiscalía sostiene que los cincos dirigentes de los PB –Enrique Tarrio, Ethan Nordean, Joseph Biggs, Zachary Rehl y Dominic Pezzola– organizaron y alentaron una explosión de furia social que desembocó en el asalto al Capitolio. Todos ellos se enfrentan a penas de hasta 20 años de prisión. La pregunta a esta hora es si la democracia, con su imperio de la ley y su tolerancia con el nazismo, tiene fortaleza suficiente como para acabar con este tipo de tramas ultraderechistas que proliferan de una forma tan asombrosa y rápida como preocupante. El riesgo de que se forme un ejército trumpista paralelo y al margen de las fuerzas armadas legalmente constituidas es tan cierto como real. En Rusia el grupo Wagner, una guardia pretoriana al servicio de Vladímir Putin formada por 50.000 fieros mercenarios dispuestos a todo, se ha convertido casi en un Estado dentro del Estado. Si algo así llega a ocurrir en USA, la posibilidad de una guerra civil ya no será cosa de las malas películas de Hollywood.

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