Se está hablando mucho de una «Segunda Transición», de consensos, de pactos o de ceder por el bien común. Todo eso es correcto y es necesaria la unificación de criterios políticos para llegar a conseguir cerrar pactos de Estado. Sin embargo, la actuación de unos y otros está siendo irresponsable desde muchos puntos de vista por lo que la culpabilidad de que se celebren nuevas Elecciones Generales está en todos los tejados. En unos más que en otros.

Del mismo modo se está comentando mucho sobre el espíritu generoso de la clase política de la «Primera Transición», de las reuniones entre personajes tan diferentes como Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo o Felipe González, por citar los cuatro que más influencia tuvieron en el futuro. No obstante, el análisis que se está haciendo de ese espíritu es erróneo porque lo que negociaron esos políticos no fueron pactos de gobierno, sino los pactos de Estado que eran fundamentales para consolidar nuestra democracia. Hay que recordar a quienes quieren justificar acuerdos antinaturales con tal de proteger las estrategias erróneas de sus líderes que la Transición se forjó a través de la Ley de Reforma Política redactada por Torcuato Fernández-Miranda, reformada por el primer Gobierno de Adolfo Suárez, aprobada por las Cortes Franquistas y refrendada por los españoles en el Referéndum de diciembre de 1976. Posteriormente, comenzaron a efectuarse las modificaciones legales negociadas por Suárez con la Comisión de los Nueve (Diez si incluimos al representante sindical que tenía voz pero no voto) y que fueron impuestas a través de Decretos-Ley antes de las Elecciones de 1977. A partir de ese momento, y no antes, fue cuando las diferentes fuerzas políticas comenzaron a negociar la Constitución o los Pactos de la Moncloa. Como se puede ver, no hubo ningún tipo de acuerdo de Gobierno, fueron reformas. Por eso las analogías con aquel tiempo que se están realizando son claramente erróneas, sacadas de contexto y reflejo de la incultura política que hay en este país.

Ante los resultados de las Elecciones Generales del 20 de diciembre se planteaba un escenario en que era obligatorio que las distintas fuerzas políticas se pusieran de acuerdo, en primer lugar, para lograr la investidura de un Presidente y, en segundo lugar, para alcanzar acuerdos de Gobierno. Ninguna suma natural da una mayoría suficiente como para afrontar las reformas urgentes que el país necesita para modernizar y reforzar un sistema democrático que se nos ha quedado obsoleto y, por tanto, inútil ante las nuevas necesidades de la ciudadanía. Sin embargo, los partidos están dando un espectáculo lamentable y estamos abocados a una nueva cita electoral para el mes de junio de este año. ¿Quién o quiénes son los culpables?

En primer lugar, la clase política en general que ha demostrado que en este país no tenemos a representantes dignos de la confianza que se les depósito en las urnas. Está claro que lo que los españoles reclamamos en diciembre era un entendimiento entre distintas fuerzas para que hicieran frente a las verdaderas necesidades de los ciudadanos y resolvieran los problemas que las políticas restrictivas del Partido Popular crearon con sus medidas de fanática austeridad. Sin embargo, no ha sido así y el enrocamiento de algunos va a derivar en la convocatoria de nuevas elecciones.

En segundo lugar, la actitud cobarde de Mariano Rajoy ante la investidura. Desde el Partido Popular no hacen más que hablar de que la Presidencia es suya por derecho, un derecho que, según ellos, se lo ganaron al ser la lista más votada. Esta actitud demuestra un desconocimiento supremo del funcionamiento de una democracia parlamentaria que es la que tenemos en España y que da la posibilidad al pacto para lograr mayorías. Hasta ahora no se había producido este hecho a nivel estatal pero los ciudadanos decidieron el 20D que ya no querían más mayorías absolutas en las que se roza de manera preocupante la línea que separa un sistema democrático de uno dictatorial, tal y como ha gobernado siempre el PP cuando ha dispuesto de más de 176 escaños. El planteamiento de Rajoy es el que se podría aplicar a una democracia presidencialista. Como sabía que nadie iba a apoyar su investidura decidió retirarse y no afrontar su derrota. La cobardía de Rajoy y la no aceptación del PP de las reglas del juego democrático son los primeros culpables de que en junio tengamos que ir a votar porque ese echarse a un lado no tiene otra intención que la de debilitar al PSOE.

En segundo lugar, la actitud frentista de Podemos está siendo de lo más irresponsable. No saber distinguir los plazos de negociación y entrar en la misma planteando líneas rojas que se sabe de antemano que con quien se puede pactar no va a sobrepasar es un claro indicio de que, por mucho que se hable de manos tendidas, no existe intención de llegar a ningún tipo de acuerdo. Podemos está demostrando, por un lado, su bisoñez y, por otro, su clara apuesta por unos nuevos comicios. En la formación morada tienen la impresión de que una nueva cita electoral les llevará a ser la primera fuerza de la izquierda. El sorpasso al PSOE es una opción nada descabellada, sobre todo porque es el propio Partido Socialista quien le está haciendo la campaña a Pablo Manuel Iglesias con un pacto con la derecha que imposibilita cualquier acercamiento a las demás fuerzas progresistas. Podemos ponía como condición que ellos tenían que entrar en el Gobierno y tener las principales carteras ministeriales del mismo, además de que su vicepresidencia tuviera un poder superior al del propio Presidente. Esta es otra demostración de que no se quería llegar a ningún acuerdo. Esta actitud frentista es otro de los factores que nos va a llevar a nuevos comicios porque lo único que se pretende es debilitar al PSOE para lograr la hegemonía del espacio progresista.

Ante todo lo anterior nos encontramos con el que pensamos que es el principal culpable de que se tengan que repetir las Elecciones Generales: Pedro Sánchez. El hecho de que el actual Secretario General esté forzando la situación para ser investido Presidente de Gobierno tiene que ser visto más como un ejercicio de supervivencia que de responsabilidad. Hay que recordar que Pedro Sánchez ha logrado tener un «resultado histórico», tal y como dijo eufórico en la noche electoral, pero un «resultado histórico» negativo ya que fue el peor en los más de cien años de historia del Partido Socialista: 90 escaños. Esa misma noche ya tuvo que dimitir, tal y como hizo Almunia en 2000, pero no, hizo todo lo contrario y salió eufórico ante el estupor de la militancia. Si ya tenía una posición débil a nivel interno, hecho que se demostró en el Comité Federal por la multitud de voces críticas, la decisión de las urnas le debilitaba aún más e hizo lo propio de quien se siente acorralado: tirar p’adelante. Se presentó ante el Jefe del Estado como el único candidato con posibilidades de formar Gobierno sin tener cerrado ningún acuerdo con nadie, lo que demuestra una irresponsabilidad supina. Intentó llegar a acuerdos con el resto de fuerzas políticas de la izquierda pero fracasó, en primer lugar por la actitud de Podemos y, en segundo lugar, por su inoperancia negociadora a la hora de hacer apetecible el hecho de pactar con él. Su debilidad interna y su querer seguir en la cresta de la ola provocó que convocara una consulta a la militancia sobre los pactos que iba a alcanzar para enfrentarla al Comité Federal reacio a que se cerraran acuerdos con Podemos porque los críticos sabían de primera mano que el ansia de poder de Sánchez iba a provocar concesiones inaceptables. Sin embargo, a pocos días de que se celebrara esa consulta el Secretario General se encontró con que no tenía nada que presentar a las bases y firmó el Acuerdo con Ciudadanos, con «la marca blanca del PP», según las propias palabras de Pedro Sánchez, con la derecha neoliberal. La consulta se habían planteado para que esas bases teóricamente más de izquierda apoyaran un acuerdo con Podemos frente al teórico «socialismo más conservador» de los miembros críticos del Comité Federal. Sin embargo, ahora la militancia se enfrenta a decidir sobre un pacto con la derecha, con «las Nuevas Generaciones del PP y de FAES» (vuelvo a citar palabras del propio Secretario General), un acuerdo en el que se ha claudicado, que no cedido, en aspectos que deberían ser irrenunciables para el PSOE, como la no derogación de la Reforma Laboral, de la Ley Mordaza, la aceptación de los copagos sanitarios, la no eliminación de la Reforma de la Ley del Aborto del PP o la no aplicación de un IRPF progresivo, por citar algunos aspectos. El pacto puede ser avalado por las bases pero lo que ha provocado es la negativa del resto de los partidos de izquierda a apoyar la investidura de Sánchez lo que nos lleva a un escenario en el que las elecciones deberán repetirse. El afán de supervivencia de Sánchez lo ha provocado, por eso es el principal culpable.

En el mes de junio habrá nuevas Elecciones Generales donde no se resolverá nada porque la fragmentación será la misma.

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