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La culpa de todo la tiene «el coletas»

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análisis

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Todas las noches antes de acostarse daba un paseo por los amplios y bien cuidados jardines de su cigarral. Si no hacía demasiado frío solía sentarse en un banco para contemplar la maravillosa vista de la ciudad de Toledo que tenía enfrente, al otro lado del río que discurría silencioso y profundo bajo la luz de la luna como una colada de plata. El peñasco sobre el que se asentaba la ciudad brillaba con miles de luces de un suave color calabaza encendido. Disfrutaba mucho de aquel momento del día, recorriendo con la mirada el puente de San Martín, San Juan de los Reyes y recreándose en la grandiosa mole de la  catedral con su espectacular torre gótica rematada con un delicado encaje de piedra que parecía tener luz propia. Y  al fondo, en lo más alto, vigilándolo todo, la imponente silueta del Alcázar. Y por todos lados las decenas de torres y cúpulas de iglesias y monumentales edificios que se recortaban sobre un cielo oscuro con tonalidades azules de profundidad marina que parecían recién salidas del pincel de El Greco. 

Esa noche, sin saber bien por qué, mientras miraba ensimismada la monumental ciudad, empezó a recordar un pasaje de su vida, las palabras de personas de su entorno que no paraban de decir refiriéndose a ella como si no estuviera presente: “la niña vale mucho, llegará a donde quiera llegar, a lo más alto, a presidenta del gobierno si se lo propone”. Y tantas veces oyó esta frase que desde muy joven dedicó todos su esfuerzos a estar a la altura de esas palabras, a no defraudar a los que se referían a ella en tan elogiosos términos. La gente habla a veces sin ser consciente de la presión, de la obligación que ejerce sobre alguien, sobre todo si es joven, simplemente vertiendo sobre sus oídos la miel de una frase elogiosa. Una miel que actúa como el más potente y adictivo de los venenos.

Y la niña, que desde siempre había sido una estudiante muy aplicada, para cumplir las expectativas de todos los que le rodeaban, redobló sus esfuerzos y estudió y estudió con una desazón y un ansia tremenda, como si le fuera la vida en ello. Y realmente le iba la vida en ello, porque no podría vivir, o al menos la vida no sería digna de ese nombre, si no cumplía las enormes, quizás desmesuradas, expectativas puestas en ella. Un ex compañero del instituto   decía de ella que era “muy desenvuelta, trabajadora y ambiciosa, siempre empeñada en sacar buenas notas”. Después hizo la carrera de derecho y preparó y aprobó una oposición de primer nivel que sacó, como no podía ser de otra manera, a la primera. 

Tenía un puestazo en un ministerio, pero no estaba satisfecha, aspiraba a más. A presidenta del gobierno, que en este país parece ser que es lo máximo a lo que uno puede llegar. A reinar no podía llegar porque el puesto ya estaba cogido. Por ahí no había nada que a hacer. Y decidió meterse en política, que para ella, como para demasiada gente en este país, es una salida muy socorrida si se quiere  medrar social y económicamente en poco tiempo. Y siendo muy joven se apuntó a las juventudes del gran partido de derechas de este país. Por supuesto, nadie de su entorno hubiera aprobado, ni siquiera consentido que se apuntara a otro. Un partido que ella decidió escalar puesto a puesto hasta llegar a la cima. Primero creó un campamento base cuando fue consejera de transportes de la Comunidad de Madrid cuando ésta estaba presidida por Esperanza Aguirre, otra gran mujer entregada a la política, al servicio público y al bien común de forma totalmente desinteresada. Y en unos pocos años llegó a ser presidenta de la Comunidad de Castilla – La Mancha, su tierra, además de senadora y presidenta del partido de esta misma comunidad. Después construyó otro campamento avanzado cuando llegó a diputada, después a  ministra y  secretaria general de su partido a nivel nacional, secretaria de Estado, subsecretaria….un no parar. Y entre otros cargos, también fue vicepresidenta de FAES, esa gran fundación que, como todo el mundo sabe, se ocupa con un afán y un tesón increíbles a servir y a proteger a los más débiles y vulnerables de la sociedad de los abusos y las injusticias a que se ven sometidos por parte de las élites financieras, del poder económico que constituye el único poder verdadero. Un entusiasmo inquebrantable, un insomne e indesmayable, amén de desinteresada, vocación de  servicio público ha guiado siempre a esta fundación, en la que ha brillado y brilla con luz propia la filantrópica, altruista y humanitaria familia Aznar.

En unos pocos años, nuestra heroína de la política patria concentró en su persona varios altos cargos que le hicieron ganar además de un sueldo fabuloso, un gran poder y prestigio en todo el país. Y, como no podía ser de otra manera, recibió varias condecoraciones por su extraordinaria carrera. También, hay que decirlo aunque nos duela, le dieron un “premio” ganado a pulso y con todo merecimiento por “su insensibilidad y su obsesión por desmontar políticas sociales, con especial dedicación a las dirigidas a los sectores más vulnerables, como las personas en situación de dependencia o las familias con graves necesidades”, también por su “dedicación y eficacia en demoler las estructuras de Servicios Sociales construidas durante tres décadas en Castilla – La Mancha, y su intención de querer que esta Comunidad Autónoma vuelva a recibir “por compasión” sus derechos subjetivos han sido, entre otros, los factores que en su día la hicieron merecedora del galardón. 

A veces,  nuestra gran política y mujer de Estado recuerda con un poso de disgusto y amargura este pequeño e insignificante borrón, esta mínima zurrapa en su fulgurante y meteórica carrera en las instituciones públicas del mayor nivel tanto nacionales como autonómicas. El “premio” se llamaba por mal nombre “Corazón de Piedra” y le fue otorgado en el año 2014 por una llamada Asociación Estatal de Directores y Gerentes en Servicios Sociales, los malvados rojos de siempre, quién si no. Y todo porque, según datos de estos directores y gerentes de Servicios Sociales, Castilla – La Mancha es la comunidad donde más se ha reducido el gasto en servicios sociales con casi un treinta por ciento, y un recorte presupuestario de más de 300 millones de euros.  También fue una campeona de las políticas de austeridad. Y cuando se habla de austeridad se sobreentiende que no es la suya propia, sino la que se ejerce sobre los demás y especialmente sobre los más necesitados. La malvada comisión que le otorgó el  premio destacó también sus salvajes recortes en Sanidad, todos ellos centrados en inversiones y servicios al ciudadano, algunos de estos recortes eran tan clamorosamente abusivos que fueron anulados por los tribunales por “ignorar las leyes, los procedimientos establecidos y los derechos de los trabajadores”. Poca cosa como se puede ver. Pero, qué podía hacer? Tenía que reducir el déficit como fuera, y qué mejor manera de hacerlo que quitárselo de las partidas destinadas a los dependientes y  pobres en general que además ya estaban acostumbrados.  Lo que no podía  hacer, y nunca se le ocurriría, era molestar, y no digamos disgustar a los poderes económicos y financieros que mueven los hilos de la política regional y nacional, que la habían ayudado a estar donde estaba y le habían premiado muchas veces como agradecimiento a los servicios prestados.

Empezaba a refrescar, se levantó del banco no sin antes echar una última ojeada a la refulgente ciudad Patrimonio de la Humanidad y se encaminó hacia la casa. Al pasar delante de la piscina recordó una escena de una película de los hermanos Coen donde un rico y poderoso productor de Hollywood en albornoz, estaba sentado en una tumbona tomando un martini al borde de la ostentosa piscina de su espectacular mansión. “Normas, dice usted ?, exclama el adinerado productor a un personaje subalterno y menesteroso que había ido a verle. “La gente, decía el prepotente productor, “se pone muy pesada con eso de las normas, las normas… si yo hubiera cumplido esas normas, solo me acercaría a esta piscina para limpiarla”. 

En el salón estaba su marido, un empresario  al que casualmente empezaron a irle bien, tirando a muy bien, las cosas cuando la conoció a ella. Estaba en el sofá viendo en el televisor las manifestaciones de protesta, las cargas policiales, los saqueos, la quema de contenedores, mobiliario urbano y otros destrozos en las calles de Barcelona, y toda la violencia desatada en varias ciudades por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. El matrimonio ya había hablado del tema y coincidían en que todo ese desorden y violencia, como todos los males de la patria eran, como no podía ser de otra manera, culpa de Pablo Iglesias y los suyos. 

Decía  Manuel Vázquez Montalbán que la posguerra olía a calcetín sudado. Esta época que nos ha tocado en suerte huele que apesta a alcantarilla atascada, a pozo negro a rebosar, a cloaca con tres cuartos de siglo sin mantenimiento. Sin embargo estas inagotables minas de corrupción, una forma perfectamente planificada y puesta en práctica para delinquir, una práctica que ya fue en su día declarada probada en una sentencia judicial, a nadie parece importarle mucho. Lo que no solo les importa más sino que les escandaliza, enoja y agrede su sensibilidad son las manifestaciones de jóvenes que terminan con la quema de algunos contenedores y papeleras. 

Por desgracia, tenemos una increíble, no solo tolerancia sino comprensión, aceptación y casi respeto reverencial con la  corrupción, son ya muchos años, demasiados, de convivencia con ella, y a ella nos hemos acostumbrado como la sufrida esposa a su marido maltratador. Mucha gente cree de verdad que toda esta probada corrupción no es nada comparada con esas noches de intolerable desorden, de caos, de violencia, de quema de mobiliario urbano y saqueo de unas pocas tiendas. Todo un atentado contra el sagrado principio de  la propiedad privada. La imágenes de unos pocos jóvenes, gran parte de ellos delincuentes habituales, rompiendo lunas de escaparates para llevarse el botín son para una gran parte de la sociedad los verdaderos males que asuelan España. Y de todos ellos tienen la culpa, como no podía ser de otra manera, el maligno Coletas y sus secuaces.

Si no somos capaces de identificar a los verdaderos delincuentes, a los auténticos culpables de esta situación, mal vamos a poder llegar algún día a aplicarles la justicia que merecen. 

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3 COMENTARIOS

  1. Brillante relato de una diferida y triste cuestión, la de la picaresca hispana, pena de Lacospes y Villarejos, rufianes vari@s de todo pelaje, absueltos y soberbios, para rematar la virtud. Un placer leerte Alejandro Tello, un abrazo.

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