En el peor momento ideológico de la derecha, con una severa contestación teórica a los planteamientos conservadores, en Europa, y singularmente en Francia, el poder económico y sus capilaridades mediáticas lanzaron al mundo aquellos «nuevos filósofos franceses» que en torno a 1977 agitaban el estandarte del anticomunismo. Lo significativo entonces fue cómo las clases influyentes acudieron a la filosofía al objeto de torcer un espacio especulativo que le era desfavorable. Es en este momento la característica más definitoria de la crisis que padece el PSOE: el destierro del pensamiento y la filosofía como instrumentos de vertebración de la acción política. No siempre fue así, Julián Besteiro afirmaba: “Si para combatir el progreso se adopta una actitud filosófica, para defenderlo habrá que hacer lo mismo. Nosotros vamos a pedir a la filosofía que nos auxilie, que nos proporciones un criterio para juzgar los acontecimientos políticos, y la orientación que han de darse a la política.”

Porque si todo se reduce a la seducción del consumidor en un contexto de mercadeo, donde el marketing y la publicidad operan al margen de cualquier consideración moral o ideológica, es lógico que la trivialidad de lo técnico ante lo ético suponga el abandono del concepto de ciudadanía como centro del acto político. ¿Está justificada aún la distinción entre derecha e izquierda? Se preguntaba Carlo Cassola, para añadir a continuación: “Hay quien duda de ello. Es una duda puesta en circulación por la derecha. La derecha alcanzaría definitivamente la victoria el día en que todos se convencieran de que no existe tal distinción.”

¿Está justificada aún la distinción entre derecha e izquierda?

Es la irracionalidad práctica, en el caso del Partido Socialista, que concibe a la organización como una marca, donde la ocupación del poder anula cualquier otra premisa a pesar de que la inmunodeficiencia ideológica produzca la desmoralización de su propia sociología y el partido se encuentre ajeno a las luchas democráticas en las calles, en el mundo del trabajo y en las organizaciones sociales. El PSOE se ha refugiado en lo que Gianni Vattimo llama pensamiento débil, un pensamiento sin metafísica que es una continua renuncia a trastocar el “orden objetivo de las cosas” impuesto por el pensamiento unilateral conservador. Esta desafección a los principios e inanición intelectual, ha llevado al Partido Socialista a caer en manos de unos liderazgos gaseosos de pensamiento poco especulativo y mediocre incapaz de concebir la política en los términos que lo hacía Azaña cuando afirmaba que la política se parece al arte en ser creación. Una creación que se plasma en formas sacadas de nuestra inspiración, de nuestra sensibilidad, y logradas por nuestra energía.

Esta crisis de pensamiento, identitaria y política tuvo un ápice grotesco en el comité federal celebrado el 1 de octubre, donde unas baronías se saltaron todas las reglas del juego para impedir paradójicamente que el candidato de su partido llegara a la presidencia del gobierno, se le obligara a dimitir, se facilitara a la derecha el acceso al ejecutivo, se descabezara al grupo parlamentario socialista, se cometiera una deslealtad con los electores haciendo lo que en campaña se dijo que no se haría, se creara un profundo malestar entre amplios sectores de la militancia… Y todo eso ¿para qué? ¿Para que un Partido Socialista herido en su credibilidad, malquisto con parte de sus bases, sin saber muy bien qué intereses defiende, sin ideología, sin filosofía ni altura intelectual, sea salvado, como pretende la gestora extralegal y algunos “jarrones chinos”, por un liderazgo automesiánico que ha sido participe principal de la crisis vodevil del PSOE para quedarse con el poder orgánico? Cosas veredes, amigo Sancho…

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