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La Covid y el opio del pueblo

Pablo Und Destruktion
Pablo Und Destruktion
Músico, escritor y docente universitario
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análisis

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Todos sabemos que la “nueva normalidad” va más allá de una cuestión de Salud Pública, está afectando a nuestros derechos civiles y precarizando aún más las condiciones de vida de muchas personas. Estamos normalizando el estado de excepción. El Pasaporte Covid va en contra de nuestra Constitución, de muchas opiniones médicas autorizadas y de los principios éticos en los que hemos sido criados. Los no vacunados se están convirtiendo en un chivo expiatorio de una sociedad con multitud de problemas que se están viendo desatendidos o agravados.

Esta nueva polarización, ahora con motivo de las vacunas y de la segregación, es una forma más de enfrentarnos entre iguales y evitar disidencias políticas y movimientos sociales  amplios y organizados contra la globalización y las presiones del gran capital, dueño de las Big Pharma que han monopolizado el mercado internacional, de los medios de comunicación que las patrocinan y de los estados que obedecen sus dictados a ciegas.

¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos podido normalizar la absoluta anormalidad de nuestra sociedad presente? Con ritos, no con razones. No hay otra forma.

No podemos acercarnos a comprender las transformaciones antropológicas que estamos viviendo sin valorar la dimensión simbólica de las mismas. La realidad no es solo cuantitativa, no se compone únicamente de cifras, la realidad también es cualitativa, está compuesta de deseos y de miedos, y el poder no se puede ejercer sin el dominio de estas dimensiones simbólicas, sin religión.

Lo previeron Bakunin, Marx, Guy Debord, Bordieu o Agamben, entre otros, estamos entrando en una fase sagrada del capitalismo, la fetichización de parcelas de la realidad que se resistían a ser mercantilizadas está sacralizando al capitalismo de estado como última forma de la globalización. Vivimos en una sociedad permanentemente expuesta a rituales sacrificiales, cuyos altares se encuentran en las televisiones y en los dispositivos móviles que guían en todo momento nuestros actos y pensamientos. El aplauso de las 8 de la tarde durante el confinamiento era un ritual que bendecía el encierro y permitía una pequeña catarsis diaria, la mascarilla en exteriores nunca se pudo mantener sólidamente con argumentos científicos, y menos aún ahora que sabemos que los asintomáticos apenas podrían contagiar, pero servía para prepararnos para nuevas medidas internacionales a discreción.

La vacunación no está siendo verdaderamente efectiva para inmunizar y garantizar la Salud Pública, pero sí para usarse como un sacramento de pertenencia a este nuevo grupo global y para expulsar del mismo a los disidentes. Un sacramento que, conviene recordar, pierde su relativa efectividad sanitaria a los 6 meses y exigirá la renovación puntual para poder mantenerse en la sociedad, en eso consiste el Pasaporte Covid, una medida de control social desproporcionada y sin precedentes. Algunos estamentos piden que la renovación sea trimestral. Permítaseme el reír por no llorar: que pongan bata negra a los sanitarios, con su correspondiente alzacuellos, y nos inmunicen todos los domingos a las 12 y en fiestas de guardar.

Por todo ello, las críticas a esta deriva totalitaria de buena parte de los países del mundo, especialmente de los que habían conquistado unos mínimos derechos civiles, no podrá salir adelante sin combatir estas manipulaciones del inconsciente colectivo que se transforman en cambios concretos, jurídicos, políticos y económicos, y que tienen muy poco de magia y mucho de psicología y control de masas a través del monopolio de los medios de comunicación a nivel mundial. La lucha no es contra la ciencia, es contra el cientificismo. Tampoco es contra el Estado, es contra el totalitarismo. Ni siquiera es contra el mercado, es contra el economicismo.

Es decir, la lucha ha sido y será contra la globalización que articula estas ideas y las ejecuta. Y en última instancia, todo indica que es una lucha perdida. La acumulación de poder y capital de las organizaciones transnacionales, y la ruptura definitiva de la conciencia de clase en mil subgrupos, siendo el último el de vacunados y no vacunados, hace casi imposible la tarea. Pero da igual, la lucha tampoco implica solo cuestiones prácticas y cuantitativas. Solo luchan si ganan los oportunistas. Hay una cuestión cualitativa fundamental y muy sencilla: ya no tenemos miedo. 

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5 COMENTARIOS

  1. Bravo. Me gustaría que el colofón del artículo fuese lo que palpo, una falta de miedo. Yo creo que los que nunca tuvimos miedo no vamos a empezar a tenerlo ahora, y los que lo tenían, jamás lo tuvieron por motivos lógicos, así que no dejarán de tenerlo jamás, pero es de agradecer este valiente artículo, y que sea publicable en un medio a día de hoy.

  2. Perfecto resumen de lo que acontece. Ya no hay protestas para que suban salarios o mejoren prestaciones. Ahora como mucho que se entretenga la gente en protestar para tener más vacunas o algo de libertad. Ya lo anunciaron, la nueva normalidad. Ya no hay miedo, ya no cuela.

  3. Muy de acuerdo con el análisis. Que todo esto de la pandemia suceda en un momento histórico en el que colapso civilizatorio acelera es mucha casualidad, en mi opinión.

    El peligro es enorme pero, aunque mínima, también existe una posibilidad de ir a mejor.

    Me quedo con dos frases: «La lucha no es contra la ciencia, es contra el cientifismo» y «solo luchan si ganan los oportunistas».

    Animo y suerte. Un abrazo para todos.

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